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lunes, 17 de septiembre de 2018

Argentina y la crisis sin salida del gobierno Macri

Raúl Zibechi, La Jornada

La crisis económica y política provocada por la presión de los especuladores financieros sobre la cotización del dólar, ha llevado a numerosos analistas y a una parte de la población a comparar la situación actual con la de 2001. Aquella crisis fenomenal provocó una revuelta que estalló el 19 y 20 de diciembre, coronando un ciclo de luchas que se prolongaba desde 1997 y tenía a los desocupados (piqueteros) como principales protagonistas.

La revuelta, o pueblada, o levantamiento forzó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa que debió abandonar la Casa Rosada en helicóptero mientras la policía disparaba fuego real para contener a los manifestantes. Fue el fin de un ciclo neoliberal privatizador que dio paso a un ciclo progresista.

En lo personal, comparto el deseo de muchos argentinos de que hechos similares vuelvan a repetirse para poner fin al insoportable gobierno de Macri. No es un deseo utópico. Se apoya en la experiencia viva de los trabajadores argentinos a lo largo del siglo XX, en el que protagonizaron insurrecciones, levantamientos y puebladas desde la Semana Roja de 1909. Las dos acciones populares más importantes fueron el 17 de octubre de 1945, que desarticuló a la oligarquía agro-ganadera, y el Cordobazo del 29-30 de marzo de 1969, cuando los obreros y los estudiantes de la ciudad industrial derrotaron a la policía en una fenomenal batalla callejera que forzó la intervención del ejército pero colocó a la defensiva a la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Para hacerse una idea del peso de los levantamientos populares en el imaginario de los argentinos, vale recordar que entre mayo de 1969 y octubre de 1972 hubo por lo menos 15 desbordes desde abajo en una decena de ciudades (Córdoba, Rosario, Salta, Mendoza, Corrientes y Tucumán, entre otras), en los que hubo numerosos combates callejeros y se tomaron e incendiaron dependencias estatales, incluyendo algunos asaltos masivos a comisarías policiales.

Sin embargo, creo que más allá de los deseos se han registrado por lo menos tres cambios de fondo que pueden neutralizar –aunque no invalidar– esta historia de protagonismos populares y que harán muy difícil que vuelvan a repetirse ese tipo de levantamientos.

La primera son los cambios en las clases medias, que sienten repulsión por el pueblo y apuestan al bienestar individual (goo.gl/JkY8aH). Cambios en la conciencia, en el comportamiento cotidiano y en las opciones políticas. El rechazo al kirchnerismo manifiesta un rechazo a los pobres, que no es nuevo en la historia argentina. Ahora los sectores medios han encontrado en el consumismo un modo de vida que los diferencia de los sectores populares. Apelan a un orden impuesto desde arriba y tienden a separarse cada vez más de los que sufren la crisis, salvo en algunas iniciativas como la despenalización del aborto.

La segunda es el perfeccionamiento de los aparatos represivos, muy visible en las protestas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional. En aquellas jornadas la represión fue muy fuerte, quizá la más brutal y masiva desde diciembre de 2001. Hubo cientos de heridos y detenidos, pero no hubo muertos. Creo que este es un punto importante porque muestra un aprendizaje del aparato represivo respecto de 2001, cuando el asesinato de manifestantes enardeció la calle. Esto va en paralelo con la masificación: en 20 años la policía bonaerense duplicó sus efectivos, de 45 a 100 mil uniformados.

La tercera es que las bases sociales de los movimientos están atrapadas (contenidas, dicen los gobiernos) por una red de políticas sociales de control (protección, dicen ellos). En el anterior ciclo de luchas (1997-2002), los pobres sólo contaban con sus familias y vecinos, y activaron esas solidaridades erigiendo potentes movimientos. Esa fue la clave del primer levantamiento posterior a la centralidad de la clase obrera industrial. Hoy el Estado paga 8 millones de asignaciones mensuales, entre familiares y universales por hijo, a 20 por ciento de la población.

Las clases dominantes renunciaron a la hegemonía y apuestan a dominar con una combinación de coerción y domesticación, abusando del marketing político. La represión causa beneplácito en el sector de la sociedad a la cual considera su clientela y en sectores que cree que pueden llegar a convertirse en su clientela, señala el periodista Ricardo Ragendorfer (goo.gl/dPJwkA).

Esto es nuevo en Argentina, porque incluye a camadas de los sectores populares que casi siempre tuvieron una actitud anti-represiva. Un cambio tributario del modelo extractivista: esos jóvenes no tienen futuro, ni la menor esperanza de conseguir un empleo decente. Los adultos temen a los jóvenes que no estudian ni trabajan, ya que los consideran delincuentes reales o potenciales, y no condenan ni la represión, ni los feminicidios.

Pero esa juventud es el futuro. Los que no tienen nada que perder. O se los disputamos al narco y al sistema, o los que no tendremos futuro seremos los anticapitalistas.

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