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miércoles, 13 de junio de 2018

Capitalismo y globalización contra la democracia

Alejandro Nadal, La Jornada

En 1929 el consejo del secretario del Tesoro Andrew Mellon al entonces presidente Herbert Hoover fue drástico: "Hay que liquidar el trabajo, las acciones, a los agricultores, los bienes raíces, y sólo así podremos purgar la podredumbre del sistema. La gente emprendedora trabajará para recoger los escombros y podrá remplazar a los menos competentes". La Gran Depresión estaba comenzando y la recomendación de Mellon sintetizó de manera brutal la contradicción entre capitalismo y democracia. Algunos poderosos agentes económicos pueden invocar las fuerzas del mercado capitalista para destruir la forma de vida de millones de personas, sin importar sus opiniones políticas, con tal de "purgar al sistema de toda la podredumbre.

Hace ya casi 30 años, con el colapso de la Unión Soviética, se reavivó la creencia de que democracia y capitalismo formaban un binomio indestructible. La globalización era la prueba de que el capitalismo desbocado era la mejor forma de organizar la vida económica y política en el mundo. El neoliberalismo se presentó como la vía para una nueva era de riqueza, bienestar y, desde luego, democracia. Se decía que la única sombra que amenazaba este panorama se situaba afuera de las economías capitalistas y se ubicaba en el extremismo que albergaba el terrorismo islámico.

En el frente económico, el fantasma de una crisis económica parecía desvanecerse y en su lugar reinaba el optimismo. Los acuerdos comerciales que cristalizaban el ideal de la globalización se multiplicaban y la Organización Mundial de Comercio era presentada como guardián de unas reglas que supuestamente habrían de regir en la naciente economía globalizada.

Hoy las cosas han cambiado. La desigualdad se intensificó en todo el mundo. El pacto social que existió en los años dorados del capitalismo se fue rompiendo a golpes a partir de 1982, un poco a la manera que recomendaba Mellon, para purgar el sistema. En su lugar se fue imponiendo el régimen férreo del capitalismo desenfrenado. Y los resultados no tardaron en mostrar su verdadera cara. El crecimiento se hizo cada vez más lento. Los salarios se estancaron desde hace más de cuatro décadas y para la mayoría de la población en las economías capitalistas la única forma de mantener el nivel de vida tuvo que hacerse mediante el endeudamiento creciente. La especulación se adueñó del espacio económico y los gobiernos se convirtieron en amanuenses del capital financiero.

Ya es lugar común afirmar que las masas en las sociedades capitalistas se sienten decepcionadas. Su frustración alimenta un rencor que crece en la confusión política. Por eso se buscan culpables entre los migrantes o los extranjeros, los gobiernos, las élites o las grandes corporaciones. Por eso las elecciones han desembocado en triunfos de gobiernos que transmiten esa engañosa narrativa. Racismo, xenofobia, clasismo y fascismo son los puntos de referencia de estos movimientos. Ahí están los ejemplos del partido de Victor Orvan en Hungría, Ley y Justicia en Polonia, Cinco Estrellas y la Liga en Italia, y, desde luego, Trump y la victoria del Brexit en Inglaterra. En todos estos casos el repudio a los gobiernos que en su momento se consideraban portaestandartes de la democracia liberal se ha hecho más fuerte. El mensaje es claro: la principal amenaza a la democracia es interna y se encuentra anidada en la desigualdad intrínseca que es la piedra angular del capitalismo.

El auge de la globalización neoliberal terminó por minar las frágiles bases de la democracia en las economías occidentales. Si el capitalismo está cimentado en la desigualdad, la única manera de preservar algo que se parezca a la democracia es mediante una regulación capaz de frenar los abusos de las fuerzas económicas en una sociedad mercantilizada. El neoliberalismo es la reacción del capital en contra de esa regulación y la globalización es la culminación de un peligroso proceso histórico en el que las instituciones democráticas y el bienestar de la población pasaron a segundo plano. El sueño de que un capitalismo sin restricciones podría ser el aliado de la democracia liberal es una quimera, como bien señala Robert Kuttner (prospect.org).

La globalización neoliberal se organizó alrededor de una idea central: el libre juego de las fuerzas económicas debe ser el principio rector de la sociedad. Por eso en esta globalización neoliberal no hay lugar para una verdadera autoridad monetaria internacional, tampoco existe una agencia capaz de frenar el crecimiento de los oligopolios o la concentración de poder de mercado, y no impera una organización que proteja los derechos laborales. El régimen de la globalización neoliberal no rinde cuentas a nadie. Ni siquiera a sus principales beneficiarios, el capital financiero y los grandes grupos corporativos. Para retomar la senda de la democracia es necesario revertir el proceso histórico que condujo a la globalización neoliberal.

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