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domingo, 6 de mayo de 2018

¿Capital digital? Marx y el futuro digital del capitalismo

Michael R. Krätke, Sin Permiso

¿Qué tiene aun que decirnos Marx sobre el capitalismo actual? La pregunta es pertinente, porque la principal obra económica de Marx, El capital, esto es, el volumen primero de este ladrillo, apareció hace 150 años, en septiembre de 1867. El primer volumen y, en parte, también importantes borradores del segundo y el tercero de esta obra son de 1864 y 1865.

Sin embargo, El capital de Marx no versa sobre el capitalismo del siglo xix, sino sobre la lógica del desarrollo capitalista, quiere descifrar el nexo interno entre todos los fenómenos de una economía capitalista. Quiere ser una “teoría general”, que pueda explicar la dinámica que sigue el capitalismo, sus crisis y coyunturas, transformaciones y revoluciones. Marx no construye ninguna teoría del “capitalismo puro”, sin consideración de su historia. Se interesa por las tendencias a largo plazo del desarrollo capitalista, lo estudia con la mirada puesta en el futuro: ¿qué aspecto tendrá el mundo cuando el capitalismo pueda desarrollarse y extenderse sin bridas ni frenos? Le interesa la Inglaterra de su tiempo, altamente industrializada; después, los EEUU, como país donde la industrialización capitalista de todos los ámbitos —en ese momento, de la agricultura— avanza más rápidamente, porque muestra la imagen del futuro para todo el mundo capitalista.

Los estudios tecnológicos de Marx

Aunque era filósofo y jurista de formación, con 25 años se pasó al estudio de la economía política, al que se dedicó cuarenta años, hasta su muerte, en marzo de 1883. Como autodidacta y coetáneo del cénit de la primera revolución industrial en Inglaterra, estaba entusiasmado por las revoluciones tecnológicas de la época. Al ver desde el principio al capitalismo desarrollado como un modo de producción altamente tecnologizado que transformaba el mundo de forma más fundamental que todas las formas económicas anteriores, consideraba indispensable el estudio de la tecnología y las ciencias experimentales coetáneas, a diferencia de la mayor parte de economistas de su época. En varios intentos, durante 1851-52, 1856-57, 1861-63 y, nuevamente, desde 1868 hasta 1878, realizó extensos estudios sobre ciencias experimentales y tecnología.(1) Marx mostró especial interés por los descubrimientos en las ciencias experimentales de su tiempo, p. ej., en química, física y fisiología, y estaba fascinado por sus aplicaciones tecnológicas, p. ej., en la agricultura. Marx, empero, era todo menos un admirador acrítico de la nueva agricultura industrial y de la gran industria fabril, cuyas consecuencias social y ecológicamente devastadoras vio con exactitud. Conocía los escritos de autores ingleses contemporáneos como Andrew Ure, el propagandista del sistema fabril, o Charles Babbage, el inventor de la primera calculadora y teórico de la organización racional de la empresa. Estudió los escritos del pionero de la agroeconomía Justus von Liebig, y compartió la creencia de este coetáneo suyo en las posibilidades casi ilimitadas para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales que se habían abierto con las nuevas tecnologías y el sistema fabril. Pero no consideraba a la técnica, la tecnología ni las ciencias experimentales como las fuerzas motrices. La fuerza motriz del tiempo inesperado en que la productividad de la fuerza de trabajo se había intensificado residía, a su juicio, en la dinámica específica del capitalismo moderno.

Una sentencia del viejo Marx: la tecnología no es economía política

Para comprender la actitud de Marx para con las revoluciones técnicas de su tiempo es útil recordar una de sus frases clave dichas de paso: “Sólo tecnología no es economía política”.(2) No son las tecnologías de la producción, transporte o comunicación las que determinan la marcha del desarrollo capitalista, sino al revés. Es el nuevo funcionamiento del sistema fabril, específicamente capitalista, con el que comienza la “moderna ciencia de la tecnología”, la aplicación sistemática en la producción de los resultados de las ciencias experimentales, la búsqueda constante de innovaciones, la aceleración del progreso técnico, la larga sucesión de nuevas revoluciones tecnoindustriales.

¿Cómo se desarrollan las revoluciones técnicas en el capitalismo? ¿Por qué se dan, en realidad? ¿Cómo se llevan a cabo? Marx lo estudió en detalle y tenía la mirada puesta tanto en la primera como en los inicios de la segunda revolución industrial, en los años siguientes a la gran depresión de 1873. La búsqueda permanente de mejoras e innovaciones técnicas en el sistema fabril distingue al capitalismo industrial. Marx las explica con la lógica de la “producción de plusvalía relativa”: los empresarios industriales ganan a la competencia incrementando constantemente la productividad de sus empleados, mediante la introducción y perfeccionamiento de innovaciones técnicas. Como todos hacen la apuesta, la base técnica de muchas industrias (tendencialmente, de todas) se recicla continuamente y la capacidad productiva aumenta constantemente. Así, cobra cada vez más fuerza la tendencia a la sobreproducción y la sobreacumulación, que, periódicamente, lleva a crisis, grandes y pequeñas.

En las crisis del capitalismo moderno se manifiestan las “revoluciones de valores”, que son las consecuencias inevitables de las constantes innovaciones técnicas. Llevan a la destrucción de capital, la obsolescencia de todas las tecnologías, la desaparición de profesiones. Marx estudió minuciosamente varias de las crisis de su tiempo: las de 1847-48, 1857-58 y 1873-79. Las revoluciones técnicas y transformaciones bruscas del régimen industrial exigen crisis. La desvalorización y destrucción de capital abren paso a la aplicación y proliferación de nuevas técnicas. El progreso técnico y la innovación se aceleran, así como la racionalización y reorganización por razones técnicas. Pero las nuevas técnicas, especialmente las tecnologías, sólo dan la posibilidad de transformaciones más o menos radicales de la empresa y la circulación capitalistas. Se imponen cuando cooperan con ellas los actores determinantes del capitalismo moderno: las empresas, los capitalistas, los financieros, los trabajadores asalariados. Y sólo lo hacen cuando encuentran o, mejor, cuando pueden abrir, mercados suficientemente grandes y estables para los posibles productos de las nuevas tecnologías. El capitalismo industrial moderno de alta tecnología penetra en los mercados mundiales o, más bien, crea y expande mercados mundiales (como la industria de comunicaciones de entonces, con las industrias del ferrocarril y los telégrafos, que Marx tenía ante sus ojos).

Marx y la digitalización

La crítica marxiana de la economía política se ha quedado inconclusa, Marx no pudo tratar suficientemente muchos de los problemas centrales de su teoría. Por ello, está justificada la pregunta de si su análisis del capitalismo industrial se adecúa a los fenómenos actuales. El propio análisis marxiano de las mercancías tiene sus límites. No es adecuado sin más con las mercancías ficticias o cuasimercancías, falla con los bienes públicos o comunes. ¿Puede la economía política marxiana, en la forma en que aseveran los marxistas de hoy, tratar el trabajo cognitivo y sus productos? ¿Puede explicarse con el Marx de los marxistas qué valor añadido crea exactamente un trabajador cognitivo que, p. ej., diseña programas? ¿Qué se produce exactamente en y mediante Internet? ¿Qué se compra y se vende? Ningún producto, sino derechos de uso (p. ej., a instalar Windows 10 en un PC). ¿Qué pasa, empero, si el acceso es libre y gratuito (como al abrir una cuenta de Facebook o al emplear software libre)? ¿El “valor” de los productos de software, fabricados y distribuidos por empresas privadas de evidente alta rentabilidad, lo determina la media, o la cantidad marginal, de trabajo necesario para su producción? Como bien sabía y subrayaba Marx, con la mirada puesta en sus conocimientos científicos, no hay relación alguna entre el trabajo necesario para un descubrimiento o invención científico o tecnológico y el trabajo necesario para su reproducción. Es este último, a juicio de Marx, el que determina el valor de cada mercancía. ¿Aun se puede, por tanto, aprehender la economía de la información o de los bienes cognitivos en términos de valor?

El “Fragmento sobre las máquinas”

Los profetas del poscapitalismo dicen poder descubrir en los primeros manuscritos de Marx un vaticinio genial de los desarrollos contemporáneos que señalan derechamente a una superación del capitalismo. Se trata del denominado Fragmento sobre las máquinas, un pasaje de los manuscritos económicos de 1857-58.(3) Ahí Marx se permite un experimento intelectual: supóngase que el sistema fabril, según la lógica capitalista, es crecientemente empujado hacia la “fábrica automática”. Entonces, lo que él denomina trabajo inmediato será cada vez más irrelevante respecto a la masa de capital empleado, y el carácter del trabajo se transformará. El trabajo de cada individuo se convertirá, directamente, en trabajo social, lo que se pague ya no será el trabajo inmediato de cada individuo, sino el conjunto del proceso industrial encarnado en la fábrica automática, en el sistema maquinal. Éste, empero, no dependerá del conocimiento y experiencia de grupos de trabajadores singulares, sino del conocimiento socialmente disponible, desarrollado durante generaciones. Marx habla de “fuerza productiva general” o “intelecto general”, de las “potencias generales del cerebro humano” que, en el futuro, existirán en cada trabajador individual como “individuo social”.(4) En el intento marxiano de pensar el desarrollo del capitalismo hasta su fin lógico, una fábrica automática y vacía, vigilada y controlada por escasos trabajadores cognitivos de alta competencia, los filósofos marxistas leen todo tipo de afirmaciones exorbitantes.(5) Ni el conocimiento sustituirá al trabajo ni “la ciencia” ni el “intelecto general” se convertirán en el principal agente del proceso productivo. El conocimiento, el alto conocimiento, la ciencia, no son nunca “fuerza productiva inmediata”, como escribe Marx en algún lugar, sino la precondición para una productividad creciente del trabajo. El conocimiento, el saber general y especializado, debe obtenerse mediante trabajo social, desarrollarse y, sobre todo, transmitirse. El simple mantenimiento de un buen nivel educativo cuesta considerables cantidades de trabajo social. Marx se imagina una fábrica del futuro en que la masa de trabajadores fabriles de su tiempo habrá desaparecido, ya que su “trabajo simple” habrá devenido superfluo, el trabajo fabril que quede será trabajo de especialistas de alta cualificación. No afirma que el trabajo manual vaya a desaparecer completamente; aun menos que el trabajo intelectual (que se basa en y aporta conocimiento) y el manual puedan, algún dia, separarse totalmente. El simple manejo o la vigilancia y comunicación mediante sistemas autómatas que utilizan robots no se puede equiparar a pura tarea intelectual ni a trabajo de investigación.

Marx y los mitos de la economía digital

Una parte considerable de la obra de Marx consiste en críticas, de los economistas del período clásico, pero también de “falsas críticas de la economía política”, expuestas por otros socialistas. En las lecturas filosóficas actualmente de moda se oculta el tipo de crítica que es especialmente importante para Marx. La crítica de la confusión, la irreflexión, el dogmatismo de los economistas que, a la sazón como hoy, descansaban sobre una montaña de problemas irresueltos. Marx pretendía haber refutado sus dogmas y errores, deshecho sus antinomias y planteado un tratamiento racional de sus problemas irresueltos ―y, señaladamente, desde el “punto de vista puramente económico”, que siempre adoptó. De ahí se sigue que difícilmente habría aceptado los mitos sobre una economía o, mejor, un capitalismo digital, actualmente compartidos y difundidos por tantos. Antes bien, como economista crítico, habría visto como tarea suya criticar concienzudamente los exaltados sinsentidos y afirmaciones insostenibles, precisamente cuando provienen de la “izquierda”. Para Marx, lo mismo que para los economistas políticos que todavía consideran fértil su teoría, esto es, relevante para la investigación, la “digitalización” ofrece más bien un melón por abrir que soluciones fijas y acabadas.

El mundo del capitalismo digital es muy distinto, pero, como antes, ningún software funciona sin hardware, como antes, es necesaria una infraestructura de cables, antenas de telecomunicaciones, servidores, etc. Hay que poder guardar y transmitir los datos, es necesario generar, mantener, reemplazar, es decir, organizar y reorganizar, soportes de datos (libro, disco duro, Cloud, etc.) y redes de comunicación. Ningún “bien digital” o “informativo” puede convertirse en mercancía (y, con ello, interesar a los capitalistas) sin derechos de propiedad privada, sin derechos de autor. Se trata de bienes “no rivales” (el uso por uno no merma el uso por otro), pero cada consumidor potencial puede y debe poder ser efectivamente excluido de su uso.(6) “Bienes libres” como conocimientos puramente científicos, compartidos ilimitadamente en una academic community, son, para los capitalistas privados, de interés limitado; los pueden utilizar, pero no pueden hacer negocio con ellos.

Las “técnicas” como tales, puras tecnologías, producen sólo precondiciones para transformaciones sociales, no crean ni fuerzan nada. Ninguna tecnología ni ningún tipo de mercancías hacen, “por sí mismos”, imposible la propiedad privada, el mercado o el capital. Históricamente, los actores del capitalismo han demostrado siempre ser bastante hábiles. Hasta ahora, la digitalización de la economía parece haberse llevado bien con el capitalismo. Con la transformación de la señal analógica en digital, los datos o informaciones tampoco estarán ilimitadamente accesibles, aunque su copia y difusión sean más fáciles y rápidas que nunca. A pesar de que actualmente sea fácil técnicamente copiar bienes digitales, descubrir y desarrollar productos semejantes es tan difícil e igualmente costoso en trabajo (por su incertidumbre) como antes. Esta particularidad de la producción cognitiva no ha desaparecido con la digitalización. Como antes, la digitalización tiene también muchos límites materiales y sociales, por ejemplo, el limitado número de desarrolladores de software o de especialistas en ITC, cuyo tiempo de trabajo también es limitado.

El viejo Marx no se habría tragado algunos de los mitos de la digitalización actualmente en boga, p. ej., el de la economía de costes marginales cero. Una reproductibilidad técnica de bienes alta o (casi) a voluntad lleva a costes marginales (los costes de cada unidad adicional producida) decrecientes y, con ello, a costes fijos decrecientes, en total. En principio, sí. Pero los costos marginales determinan sólo una parte de los costes totales, precisamente cuando caen rápidamente. La técnica digital (especialmente, el software) necesita vigilancia y mantenimiento, esto es, trabajo constante, que aumenta cuando el software debe ampliarse, renovarse y adaptarse a menudo, que es siempre el caso en una economía competitiva capitalista. Ni siquiera gigantes del software como Microsoft escapan a eso. Más allá de la esperanza de vida de los equipos (físicos y sociales), los costes aumentan repentinamente y, por ello, muchas empresas se aferran hasta hoy a equipos y software obsoletos; capital fijo, para ellos.(7)

En el capitalismo, la digitalización no es gratis, ni es un regalo de la naturaleza ni de la sociedad. Los bienes digitales, los datos y las necesidades necesitan, igual que antes, representación física. Su generación, tratamiento, almacenamiento y difusión requieren energía. De modo que la entropía aumenta. Los medios de comunicación electrodigitales, tal y como los conocemos y utilizamos actualmente, necesitan y generan una masa gigantesca de basura electrónica, y que crece rápidamente, cuyo transporte, almacenamiento y tratamiento posterior tiene enormes consecuencias para la economía mundial. Necesitan materias primas, de modo que alimentan a la activa industria minera mundial. Así que una economía capitalista digital tampoco es ingrávida y también choca con límites materiales.

A Marx, la denominada paradoja de la productividad no le habría dejado frío. Como economista, era un friki fanático y, evidentemente, habría tomado nota de que los países capitalistas de vanguardia, durante las últimas décadas, no han logrado ningún salto realmente impresionante en productividad ni crecimiento. Le habría llamado la atención que, a pesar del uso de tecnologías avanzadas de la información y la comunicación en casi todos los campos, de incrementos exponenciales de la potencia de les ordenadores, de innovaciones constantes, no aumente rápidamente de modo correspondiente la productividad y, con ello, la rentabilidad. No obstante, para Marx la ausencia de fuertes aumentos de la productividad del trabajo con toda la digitalización habría sido un problema, porque, de una innovación técnica, esperaba que se extendiera sobre muchas ramas de la industria, generara una ola de “revoluciones de valor”, de destrucción y renovación de capital, con el ascenso de nuevas ramas industriales y el declive de viejas industrias, esto es, una gran transformación real del capitalismo. Hasta ahora ésta tan sólo se ha suplicado elocuentemente, pero, en las estadísticas relevantes sobre producción y productividad, no aparece.

Por ello, Marx se habría preguntado cómo emplean su capital las empresas de alta tecnología actualmente líderes que dependen totalmente de tecnología digital. ¿Qué producen, qué venden los “cuatro grandes de Silicon Valley”? ¿Cómo y con qué obtienen dinero y ganancias? En primer lugar, bloqueando el acceso general a Internet o a plataformas especiales, abiertas a cambio de una cuota para usuarios de pago, un negocio que tiene poco que ver con técnica digital, y mucho con poder político y acceso de facto a bienes semipúblicos (en parte, también comunes), esto es, con una privatización de la infraestructura digital políticamente autorizada y buscada. En segundo lugar, recopilando datos y revendiéndolos y haciendo propaganda de ellos (un producto informativo híbrido, que combina servicio con representaciones físicas). Entonces pueden, como Facebook y Google, renunciar al cobro de tarifas para el acceso a sus plataformas. Sus clientes, habitualmente otras empresas capitalistas de todas las ramas posibles, compran un sitio en la plataforma y pagan por él una parte (anticipada) del beneficio extra que obtienen gracias a su acción publicitaria. El valor añadido real es sólo marginal, en algunas agencias de publicidad, que, efectivamente, prestan un servicio o bien crean un producto.

Finalmente, Marx se habría interesado por las consecuencias de la digitalización en la propia producción de viejos bienes materiales. Ya vio las consecuencias para los trabajadores industriales de los primeros comienzos del sistema fabril, vio la racionalización y perfeccionamiento de los procesos productivos, acompañados de vigilancia y controles intensivos. Vio la compresión del trabajo, el alargamiento de la jornada, el aumento de su intensidad, la presión creciente y la ascendente inseguridad para los trabajadores industriales. En el volumen primero de El capital, Marx fue uno de los primeros economistas del siglo xix que vio la posibilidad, incluso la inevitabilidad, del paro tecnológico masivo. Argumentó largo y tendido contra los defensores de la denominada teoría de la compensación, esto es, la temprana tesis de que por cada trabajo que desapareciera gracias a los avances tecnológicos, surgiría otro, o más, en otra industria, quizás totalmente nueva y, al final, todo se equilibraría maravillosamente. Marx tenía otra visión. Consideraba posible e inevitable el paro tecnológico masivo, la desaparición de profesiones y categorías laborales enteras en el capitalismo de alta tecnología y, por ello, habría comprendido totalmente nuestras preocupaciones actuales.
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Notas:
(1) Estos estudios están documentados en incontables libretas y cuadernos de trabajo que Marx dejó tras de sí. Hasta ahora tan sólo se ha publicado una parte de dichos libros y anotaciones, en la medida en que se han conservado, en los volúmenes de la sección cuarta de la segunda MEGA (obras completas de Marx y Engels).
(2) En la “Introducción”, rápidamente desechada, del verano de 1857 a sus manuscritos económicos de 1857-1858 (en Karl Marx, Friedrich Engels, “Ökonomische Manuskripte 1857/1868”, Werke, Berlín, vol. 42, 1983, p. 21).
(3) Este fragmento, de menos de quince páginas impresas, es importante, p. ej., para el periodista británico Paul Mason, que, por lo demás, no necesita mucho al Marx viejo (véase Paul Mason, Postkapitalismus. Grundrisse einer kommenden Ökonomie, Fráncfort, 2016).
(4) Véase Karl Marx, “Ökonomische Manuskripte 1857/1858”, en Karl Marx, Friedrich Engels, Werke, vol. 42, Berlín, 1983, pp. 601, 602. Por cierto, el desarrollo del sistema fabril hasta la fábrica automática también se encuentra en el volumen primero de El capital.
(5) Tras ello se encuentra el deseo de demostrar teóricamente, con citas de Marx, el inevitable final del capitalismo. Lo que Marx describe en el fragmento, como experimento intelectual, es un futuro altamente tecnologizado del capitalismo, que no se puede aprehender, tan ligeramente, con los conceptos facilones de valor. Ciertamente no, si se soslayan los problemas irresueltos de la teoría marxiana, como es mala costumbre entre filósofos y adeptos a las más nuevas lecturas de Marx.
(6) Para poder convertir la información en mercancía, hay que trabajarla. Quien tenga que comprar una información, debe saber qué valor tiene, pero el vendedor no le puede revelar su contenido, es decir, su valor de uso, antes de haberla vendido y de que ésta haya sido totalmente pagada. De ahí que se den originales formas intermedias de venta, esto es, de abandono parcial de los derechos de uso con el tiempo.
(7) Sobre esto, véase Rainer Fischbach, Die schöne Utopie. Paul Mason, der Postkapitalismus und der Traum vom grenzenlosen Überfluss, Colonia, 2017.

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