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miércoles, 21 de febrero de 2018

Frank Ackerman y la economía para el peor escenario

Alejandro Nadal, La Jornada

La teoría económica neoclásica asume que los agentes económicos son racionales y están bien informados. Además, supone que en nuestro mundo los llamados eventos extremos casi no ocurren y, por tanto, pueden ser ignorados. Este supuesto es uno de los pecados originales de la teoría económica neoclásica, y va de la mano con la creencia de que la incertidumbre no existe.

Por eso decía John Maynard Keynes que los economistas se han asignado una tarea inútil que consiste en afirmar, en medio de una tormenta, que cuando concluya la tempestad el mar estará nuevamente en calma.

El economista Frank Ackerman acaba de publicar un importante libro cuyo título puede traducirse como Economía para el peor escenario (Londres: Anthem Press). El subtítulo de ese texto informa sobre su alcance: Eventos extremos en el clima y las finanzas. Y es que el punto de partida de Ackerman es el hecho de que los eventos extremos en los mercados financieros se han hecho cada vez más frecuentes, y en eso se parecen a los trastornos climáticos que hoy se repiten con mayor asiduidad e intensidad.

Para empezar, Ackerman nos recuerda que la teoría económica neoclásica está obsesionada por lo que acontece en el equilibrio o en su vecindad. Y en ese contexto uno de sus supuestos más importantes es que los eventos discretos que rodean el punto de equilibrio tienen una distribución normal (en forma de campana). Esencialmente, eso quiere decir que podemos ignorar la presencia de eventos extremos, que aquí definimos de manera poco rigurosa como aquellos acontecimientos que se encuentran lejos del promedio. En términos un poco más técnicos, se puede decir que los eventos que están a más de cuatro desviaciones estándar del promedio pueden ser ignorados tranquilamente.

Una de las virtudes de la exposición de Ackerman es que, mediante ejemplos sencillos, permite aclarar conceptos que son a la vez complejos y relevantes. Y los ejemplos le sobran para demostrar que esos eventos extremos son mucho más frecuentes de lo que la teoría tradicional nos quiere hacer creer. En efecto, las crisis financieras, los huracanes cada vez más poderosos y las ondas de calor más intensas tienen la peculiaridad de presentar su fea cara de manera recurrente, a diferencia de lo que el dogma de la distribución normal implica. Y para profundizar en el análisis, Ackerman propone un enfoque alternativo basado en la llamada ley potencial, según la cual la probabilidad de que ocurra cierto evento es inversamente proporcional a algún exponente o potencia de la magnitud del evento. Más allá de los detalles técnicos, la conclusión es que los eventos peligrosos son más frecuentes de lo que se piensa.

¿Por qué son más frecuentes los eventos extremos? Ackerman ofrece varias explicaciones. En materia de eventos climáticos, la respuesta está asociada al hecho de que la inestabilidad aumenta al acercarnos a ciertos umbrales críticos. Por ejemplo, la mayoría de los científicos considera que el umbral de un incremento de 1.5 grados centígrados en la temperatura global promedio ya fue rebasado y que a partir de ese punto los eventos extremos, como huracanes fuerza cinco en la escala Saffir-Simpson, serán cada vez más frecuentes.

En el ámbito de los mercados financieros, la inestabilidad se incrementa porque muchos títulos y activos (de papel) que son intercambiados carecen de un referente claro en la economía real. Su precio depende cada vez más de las expectativas de los agentes y es más vulnerable frente a eventos como el comportamiento de rebaño y las corridas irracionales. Además, Ackerman nos recuerda que la desregulación que se introdujo en los recientes decenios es una fuente adicional de inestabilidad y volatilidad. La crisis de 2008 es, desde luego, un ejemplo sobresaliente de la dificultad que experimenta la teoría convencional para dar cuenta de la presencia de eventos extremos. Y hoy los episodios de colapsos relámpago (flash crash) propiciados por las transacciones de alta velocidad y el empleo de algoritmos para (supuestamente) reducir riesgos están agravando la volatilidad. El resultado es que los eventos extremos se están haciendo cada vez más frecuentes.

¿Qué hacer frente a este escenario? Frank Ackerman aconseja abandonar el uso de herramientas tradicionales como el análisis costo-beneficio, que supone asignar un precio a todo lo que tiene valor, además de asumir que podemos lidiar con la incertidumbre suponiendo simplemente que el futuro será como el pasado. Al final del día, lo que se necesita es asumir una postura más cercana (aunque no idéntica) al principio de precaución. En realidad no existen los datos rigurosos para medir la probabilidad de que surja un evento extremo. Pero como sus efectos son tan devastadores, nadie debe ignorarlos. La conclusión es que estos eventos y sus consecuencias están regidos por mecanismos que no tienen nada que ver con una supuesta eficiencia de los mercados y su mítica capacidad de ajuste automático. Para reflexionar sobre todo esto, la lectura del libro de Ackerman es indispensable.

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