A lo largo de los años, uno de los ataques más persistentes contra Karl Marx por los sumos sacerdotes de la economía burguesa –los guardianes ideológicos del sistema de lucro— ha sido contra su argumento de que, en última instancia, el capitalismo depende del empobrecimiento de la clase trabajadora.
La historia, sostienen, ha demostrado lo contrario y ha refutado a Marx. Si bien ha habido períodos de crisis y caídas rápidas e incluso prolongadas en los niveles de vida de las masas, a la larga el sistema de lucro ha servido para elevarlos y continuará haciéndolo en el futuro indefinido, independientemente de las fluctuaciones que pueda sufrir.
Además, no existe una alternativa posible porque el sistema de mercado no es un modo de producción desarrollado históricamente, que surgió en un punto y por lo tanto está destinado a desaparecer como los modos de producción anteriores, la esclavitud y el feudalismo. Más bien, está enraizado en las leyes de la naturaleza misma y es necesario y por lo tanto eterno. En otras palabras, a pesar de algunas imperfecciones, que pueden dar lugar a problemas en ciertos puntos, todo es realmente el mejor de los mundos posibles.
En la época feudal, los sumos sacerdotes de la Iglesia, que desempeñaron un papel clave en sostener y santificar a las clases dominantes de la época, sostuvieron que cuando surgían las crisis no eran producto del sistema social sino un “acto de Dios”, un castigo para el hombre derivado de su caída en el pecado.
Si bien ha habido enormes avances en el pensamiento social y político desde entonces –un producto de la Ilustración y los grandes avances en el conocimiento científico—, el modus operandi de los actuales “sumos sacerdotes” de la economía capitalista, los economistas y expertos burgueses, no es del todo diferente al de sus predecesores.
Cuando se enfrentan a las crisis económicas y a su persistencia, sostienen que éstas no son producto del funcionamiento inexorable del sistema capitalista en sí, sino que surgen de “imperfecciones del mercado” o de algún evento externo, imprevisto o accidental. Es decir, como lo expresó Marx, que las crisis, mientras el capitalismo actúe de acuerdo con los libros de texto, las escrituras modernas utilizadas para justificar el presente orden socioeconómico, las crisis no son endémicas al sistema.
Los eventos de las últimas dos semanas, con la caída más grandes en los mercados desde la crisis del 2008 invocando al espectro de un desastre aún mayor que el de hace una década, han proporcionado una exposición condenatoria de todo este marco ideológico.
Antes de entrar en un análisis más profundo de las fuerzas motrices subyacentes y las contradicciones inherentes e irresolubles de las cuales estos eventos son una expresión, comencemos con un hecho económico innegable.
En la década transcurrida desde el estallido de la crisis financiera mundial del 2008, ninguna de las contradicciones subyacentes que estalló en la superficie se ha resuelto. Al mismo tiempo, las consecuencias inmediatas y constantes del colapso han sido la reducción de los niveles de vida de miles de millones de personas, mientras se crea una riqueza sin precedentes para una oligarquía capitalista que ocupa la cúspide de la sociedad. O, como dijo Marx, la acumulación de la riqueza en un polo, y de la pobreza, la miseria y la degradación en el otro.
Cualquiera que sea el resultado inmediato, la agitación financiera de los últimos días ha establecido como una realidad innegable la continua amenaza de un colapso de la economía capitalista. Cuelga como la espada de Damocles sobre las masas trabajadoras del mundo, destinada a caer; si no lo hace en esta crisis, lo hará en alguna de las próximas.
Más allá, una de las características más llamativas de la última crisis es que no fue provocada por la amenaza inmediata de una recesión, sino por las noticias de que el crecimiento económico estaba disfrutando de un repunte: el mejor período de crecimiento mundial sincronizado desde el 2009, según el Fondo Monetario International (FMI). Lo que es más significativo, fue provocada por los datos que muestran que los salarios en Estados Unidos experimentaron su mayor aumento anual desde el 2009.
La mayor parte de lo que se hizo pasar por análisis en los medios burgueses fue poco mejor que el tuit producido por la muy limitada inteligencia del presidente estadounidense, Donald Trump. Señaló: “En los 'viejos tiempos', cuando se informaban buenas noticias, la Bolsa subiría. Hoy, cuando se informa una buena noticia, la Bolsa cae. ¡Gran error y tenemos muchas buenas (grandiosas) noticias sobre la economía!”.
El “análisis” de Trump omitió una característica central del crecimiento del mercado en los últimos nueve años. No ha surgido de “buenas noticias”, sino en un período de menor crecimiento que cualquier otra “recuperación” desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Solo se ha mantenido gracias al influjo continuo de dinero ultrabarato de la Reserva Federal de los Estados Unidos y los otros bancos centrales importantes.
Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro en la Administración de Clinton y ahora profesor de economía de Harvard, fue un poco más perspicaz. “Esto todavía no es un gran terremoto”, escribió. “Queda por ver si se trata de un temblor anticipado o una fluctuación aleatoria. Estoy nervioso y me mantendré nervioso. [No está claro] que un buen crecimiento y finanzas estables sean compatibles”.
Summers es al menos vagamente consciente de que en la situación actual hay algo profundamente perturbador para la clase capitalista por la que habla. Las mismas medidas emprendidas en respuesta a la última crisis, supuestamente destinadas a restaurar la salud económica y el crecimiento; de hecho, pudieron haber creado las condiciones para otro desastre financiero a medida que el crecimiento comienza a repuntar.
La tendencia decreciente de la tasa de ganancia
Para analizar la situación actual, es necesario abandonar la esfera de la economía burguesa, la cual se basa en la premisa de que no existen contradicciones inherentes y objetivas en el sistema de lucro, y analizar su desarrollo histórico con base en las leyes del movimiento de la economía capitalista descubiertas por Marx.
La agitación en curso en los mercados financieros, comenzando con la caída de Wall Street en octubre de 1987, debe analizarse sobre la base de una de las contradicciones más importantes de la economía capitalista explicada por Marx. Esa es la tendencia decreciente a largo plazo de la tasa de ganancia.
Esta tendencia fue notada por los principales representantes de la economía política clásica inglesa –Adam Smith y David Ricardo—, quienes precedieron a Marx en el período en que la burguesía era una clase ascendente y progresista.
Mientras que Smith y Ricardo encontraron que la tendencia de la tasa de ganancia era profundamente perturbadora, especialmente debido a sus implicaciones para el futuro a largo plazo de la economía capitalista, no pudieron dar ninguna explicación científica de este fenómeno. Eso fue proporcionado por Marx, comenzando con su descubrimiento del secreto de la plusvalía.
Mientras Smith y Ricardo captaron la noción de que el origen de la plusvalía era el trabajo de la naciente clase trabajadora, su origen real siempre fue un misterio para los predecesores de Marx. ¿Cómo era posible, se preguntaban perplejos, con base en las leyes del intercambio de mercancías en el mercado, donde los equivalentes se intercambian por equivalentes, que hubiera un superávit y que el capital se apropiara de ese excedente?
La solución de Marx consistió en su exploración del intercambio de mercancías más importante en la economía capitalista, aquel entre el capital y el trabajo. Mostró que la mercancía que el trabajador vendía al capitalista no era, como se había sostenido previamente, su trabajo en sí, sino su fuerza de trabajo, su capacidad para trabajar.
Como todos los demás productos básicos del mercado, el valor de la fuerza de trabajo estaba determinado por el valor de los productos básicos necesarios para reproducirlo; en este caso, el valor de los productos necesarios para mantener al trabajador individual y a su familia para garantizar el suministro continuo de trabajadores asalariados.
La plusvalía surgía de la diferencia entre el valor creado por el trabajador en el transcurso de la jornada laboral a través del proceso de producción, y el valor de la mercancía, la fuerza de trabajo, que el obrero le vendía al capital por medio del contrato salarial.
Las materias primas y la maquinaria utilizadas en el proceso de producción no añadían nuevo valor, sino que transmitían al producto final el valor que ya incorporaban.
Sin embargo, el análisis aún no estaba completo. Había que explicar la tasa de ganancia. Esta tasa no se determinaba a nivel de la empresa capitalista individual, sino a nivel de la economía capitalista en su conjunto. Era dada por la relación entre la plusvalía total extraída de la clase trabajadora y el capital total desembolsado: el gasto en la fuerza de trabajo más el gasto en los medios de producción, las materias primas y la maquinaria.
La tendencia de la tasa de ganancia a caer no surgió de algún factor externo, Marx mostró, sino de una contradicción en el corazón de este proceso.
El desarrollo de la producción capitalista condujo a la expansión de las fuerzas productivas y al uso de cantidades cada vez mayores de materias primas y maquinaria en el proceso de producción. Como resultado, los gastos en materiales y maquinaria tendieron a comprender una proporción cada vez mayor del capital total establecido. Pero este gasto en lo que Marx llamó capital constante, a diferencia del gasto en la fuerza de trabajo, o capital variable, no generaba ningún valor adicional o excedente.
Debido a que la tasa de ganancia estaba determinada por la relación entre la plusvalía total y la masa total del capital constante y el trabajo variable, había una tendencia inherente a que disminuyera.
Ahora, como Marx claramente identificó, había factores compensatorios. Estos incluyen: la mayor explotación de la clase trabajadora para ampliar la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor creado por el trabajador en el transcurso de la jornada laboral; la reducción de los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, aplicada a través de la creación del desempleo y una población laboral excedente; el abaratamiento de los costos de las materias primas y la maquinaria, reduciendo así el valor total del capital sobre el cual se calculaba la tasa de ganancia; y la expansión del comercio exterior.
Si bien estos factores compensatorios disminuían la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y en ocasiones podrían operar de manera muy poderosa— incluso elevando la tasa de ganancia— la tendencia básica se reafirmó continuamente.
Marx caracterizó la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como la ley más importante de la economía política, sobre todo desde un punto de vista histórico. Esto se debía a que, por un lado, impulsó al capital a desarrollar las fuerzas productivas en un intento de superar sus efectos, mientras que, por otro lado, fue la fuente de las crisis recurrentes que acosan al modo de producción capitalista.
Los críticos de Marx y el final del boom de la posguerra
Con el desarrollo del boom o auge capitalista de la posguerra, que se extendió desde finales de la década de 1940 hasta principios de la década de 1970, se alegó que la ley de Marx había sido refutada por los acontecimientos históricos. Como sucedió en el caso del revisionista alemán Eduard Bernstein a fines del siglo XIX, el ataque al análisis de Marx provino de aquellos que decían ser sus seguidores, pero insistían en que era necesario enmendarlo y actualizarlo.
El ataque a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx llegó al centro de uno de los libros más influyentes de finales de la década de 1960, El capital monopolista, escrito por el economista marxista “independiente” Paul Sweezy en coautoría con Paul Baran en medio del boom de la posguerra.
Sweezy, el fundador de la revista Monthly Review, ya había expuesto sus considerables dudas sobre la validez de la ley de Marx en su primer libro, Teoría del desarrollo capitalista, publicado en 1941. Sostenía que Marx había desarrollado la ley bajo condiciones de competencia de libre mercado en el siglo XIX y que en el capitalismo monopolista del siglo XX ya no era aplicable, si es que alguna vez lo fue.
Sweezy indicó que la cuestión clave que enfrentaba el capital no era la extracción insuficiente de la plusvalía en relación con la creciente masa de capital –como lo señalaba la ley de Marx—, sino todo lo contrario. El capital monopólico creó una masa creciente de plusvalía que tenía que ser continuamente “absorbida”.
Un aspecto clave de la teoría de Sweezy, que se deriva directamente de su análisis económico, era que en los países capitalistas avanzados, dominados por monopolios, la clase trabajadora ya no era una fuerza revolucionaria. El vehículo de la revolución socialista, afirmó, consistía ahora en las masas de los llamados países del Tercer Mundo que luchaban por la liberación nacional.
El capital monopolista ya no es muy leído, pero continúa ejerciendo influencia. David Harvey, por ejemplo, se adhiere a gran parte del análisis económico de Sweezy, así como su insistencia en el papel no revolucionario de la clase trabajadora.
Sin embargo, como sucede a menudo, la “refutación” de Marx por Sweezy llegó justo en el momento en que los desarrollos en la economía capitalista confirmaban las ideas científicas de Marx. Anteriormente, Bernstein había argumentado que el análisis marxista que apuntaba al inevitable colapso del capitalismo se había convertido en una ficción por el boom que comenzó a fines de la década de 1890. El colapso del pronóstico de Bernstein se produjo apenas 14 años después de su elaboración, con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
En el caso de Sweezy, su refutación fue casi instantánea. La publicación de Monopoly Capital en 1966 llegó en un momento en que la tasa de ganancia en las economías capitalistas avanzadas estaba empezando a disminuir. Esto condujo a un recrudecimiento de los problemas económicos y de las tensiones de clases que pronto generarían luchas potencialmente revolucionarias por parte de la clase trabajadora de 1968 a 1975.
Comenzando con la huelga general de mayo-junio de 1968 en Francia, la más larga y extensa de la historia, e incluyendo el otoño caliente italiano de 1969, la huelga de los mineros de 1974 que derrocó al Gobierno conservador británico, la situación revolucionaria en Chile (1970 -73) y la gran agitación en Estados Unidos, por nombrar solo algunos de los eventos, el capitalismo mundial se sacudió hasta sus cimientos.
Con la colaboración directa de los aparatos estalinistas, socialdemócratas y sindicales, que traicionaron estas luchas, las clases capitalistas pudieron controlar la situación y mantener su dominio.
Sin embargo, los problemas económicos subyacentes de EEUU y las otras economías capitalistas importantes, arraigados en la disminución de la tasa de ganancia, persistieron. Habiéndose mantenido en el timón, las clases dominantes emprendieron una ofensiva masiva contra la clase trabajadora, junto a una reestructuración de la economía mundial.
La contraofensiva global se inició en EEUU, bajo el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, quien estableció un régimen de tasas de interés altas. Su propósito era doble: eliminar sectores de la industria no rentables y forzar una reestructuración industrial importante, y eliminar los grandes complejos industriales que fueron los centros de las luchas militantes de la clase trabajadora en un período anterior. La purga de Volcker tuvo vastas ramificaciones globales, lo que llevó en 1982-83 a la recesión mundial más grave desde la Gran Depresión.
La década de 1980 se caracterizó por grandes batallas de clases, de las cuales el despido masivo de controladores de tráfico aéreo en 1981 por Reagan y la violencia estatal desatada por el Gobierno conservador de Thatcher contra la huelga de los mineros británicos en 1984-85 fueron dos de las más prominentes. La década también vio una transformación fundamental en el papel de los sindicatos. Pasando de ser organizaciones que habían luchado por beneficios limitados para la clase trabajadora, traicionaron todas sus luchas a medida que se convirtieron en los principales ejecutores del programa de reestructuración capitalista promercado.
El ataque a la posición social de la clase trabajadora, dirigido a aumentar la extracción de plusvalía para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia, estuvo acompañado por una reorganización de la producción, a través de la reducción y la globalización para aprovechar fuentes de trabajo más baratas.
El crecimiento de la especulación financiera
Crucial para esta reestructuración fue la liberación del capital financiero de las restricciones y regulaciones que se establecieron después de las experiencias desastrosas de la década de 1930. Las crecientes operaciones de las finanzas, a través de la emisión de los denominados bonos basura y otras medidas, fueron fundamentales para adquisiciones hostiles, reducciones de tamaño y fusiones y adquisiciones que transformaron la organización de la producción capitalista.
Al mismo tiempo, la presión sobre la tasa de ganancia, como predijo Marx, dio como resultado un cambio de dirección del capital a las operaciones en los mercados financieros y a las empresas especulativas como un medio de acumulación de ganancias.
Este proceso condujo a crisis financieras a fines de la década de 1980, con la debacle de las empresas financieras de ahorros y préstamos y el colapso del mercado bursátil de octubre de 1987, en el que el Dow Jones cayó más de un 22 por ciento en un solo día.
La respuesta del entrante presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, representó un importante punto de inflexión. Comprometió al banco central a proveerles liquidez a los mercados financieros en lo que se conoció como el “toque de Greenspan”, el cual les daba la opción a las empresas financieras a ser rescatadas por la Reserva Federal en caso de una posible quiebra. En efecto, la “Fed” se convirtió en el garante de los mercados financieros, revirtiendo la política anterior.
Si bien el colapso de octubre de 1987 fue la caída más severa de un día en la historia, vigente todavía, no desencadenó una crisis más amplia de la economía en su conjunto.
Esto se debió a que el ataque contra la clase trabajadora en EEUU y la primera ola de globalización, marcada por la transferencia de grandes áreas de producción industrial a los países con mano de obra más barata del este de Asia, los “Tigres asiáticos”, comenzaban a elevar la tasa de ganancia.
Dicho proceso se vio reforzado después de 1991 con la liquidación de la Unión Soviética y el consiguiente abandono por parte de países como India de sus programas de desarrollo a nivel nacional encabezado por el Estado y el giro cada vez más marcado hacia el mercado libre.
Lo más significativo fue la restauración del capitalismo en China y su apertura a las corporaciones globales. China, que se convirtió en una fuente de producción de mano de obra barata en la década de 1980 mediante el establecimiento de zonas económicas especiales, se abrió aún más. La masacre de la Plaza de Tiananmen de junio de 1989 fue la señal del régimen del Partido Comunista de China de que estaba preparado, por todos los medios necesarios, para garantizar la explotación de la clase obrera china por parte del capital global.
En el primer período de la Presidencia de Clinton, comenzando en 1993, la economía estadounidense disfrutó de un aumento en la tasa de ganancia como resultado del impulso proporcionado por la explotación de mano de obra barata, que pagaba tan poco como una trigésima parte de los salarios estadounidenses.
Sin embargo, la tendencia básica identificada por Marx comenzó a reafirmarse desde alrededor de 1997, cuando la tasa de ganancia promedio de EUA comenzó a disminuir. Como resultado, la acumulación de ganancias por medios financieros, que había crecido a pasos agigantados en la década de 1990, se volvió cada vez más vulnerable.
En 1996, Greenspan señaló lo que llamó “exuberancia irracional”, expresada en la tendencia de los precios de las acciones a estar cada vez más divorciados de la economía real. Esta advertencia, sin embargo, no llegó a nada. Greenspan, respondiendo a los dictados y exigencias del capital financiero, recurrió más abiertamente a la provisión de dinero barato para la especulación.
La crisis financiera asiática de 1997-98 fue un punto de inflexión significativo. Produjo una depresión en el sudeste de Asia equivalente en alcance a la de la década de 1930 en los países capitalistas avanzados, pero Clinton lo descartó como un mero “fallo” en el camino hacia la globalización.
Eso fue seguido por el colapso de 1998 del fondo de inversión estadounidense Long Term Capital Management, que tuvo que liquidarse en una operación llevada a cabo por la Reserva Federal de Nueva York, para que su disolución no derribara a todo el sistema financiero.
La burbuja de las puntocom se estaba produciendo cuando la Fed proporcionó dinero cada vez más barato. Y a instancias de los mercados financieros, los últimos remanentes de los mecanismos regulatorios que controlan sus operaciones predatorias, implementados como resultado de la depresión de los años 30, fueron desechados con la derogación de la Ley Glass-Steagall por la administración Clinton en 1999.
El colapso de Enron en el 2001 reveló las prácticas dudosas y la absoluta criminalidad que marcaban cada vez más la burbuja financiera especulativa. Enron fue pionera en nuevas prácticas contables en las que las ganancias se decidían por anticipado para cumplir con las expectativas del mercado y luego las cuentas se manipulaban para mostrar el resultado deseado.
Tras el colapso de la burbuja tecnológica y de las empresas puntocom, el capital financiero recurrió al desarrollo de nuevos métodos para la acumulación de beneficios especulativos, nuevamente facilitados con dinero barato de la Reserva Federal. Desarrolló derivados financieros muy complejos y enigmáticos, centrados en el mercado de hipotecas de alto riesgo, pero que se extendían mucho más allá. Goldman Sachs, entre otros, fue un protagonista clave. Emitió nuevos productos que sabía que eventualmente fallarían, pero ganó dinero mientras financiaba ambos lados de los tratos.
La crisis financiera global del 2008
En abril del 2007, el entonces presidente de la “Fed”, Ben Bernanke, descartó la posibilidad de que el cada vez mayor número de señales de problemas con las hipotecas de alto riesgo pudieran afectar al mercado en general porque estos productos solo ascendían a una operación de $50 mil millones.
Sin embargo, cuando estalló la crisis, envolvió a todo el sistema financiero, amenazando con derribar al gigante de seguros AIG tras el colapso de Lehman Brothers. Esto se debió a que los métodos empleados en el mercado de alto riesgo no eran actividades “deshonestas”, sino típicas de los mercados financieros en su conjunto.
La respuesta de la Reserva Federal y los otros bancos centrales a la crisis del 2008 marcó otro punto de inflexión decisivo. Ya no se trataba de intervenir para rescatar a una firma individual fallida. Se requirió una intervención masiva para apuntalar a Estados Unidos y al sistema financiero global en su conjunto.
La disminución de las tasas de interés a mínimos históricos –en algunos casos a niveles negativos— y la inyección de billones de dólares en el sistema financiero no superaron las contradicciones manifestadas en la especulación: la expresión de las leyes del modo de producción capitalista descubiertas por Marx, sino que más bien las exacerbó.
El aumento y desborde de la acumulación de riquezas financieras en la década posterior a la crisis del 2008 no es el resultado del crecimiento de la economía real. De hecho, la “recuperación” desde el 2009 ha sido la más débil en el período de la posguerra, y estuvo marcada por la caída de la inversión en la economía real a mínimos históricos y una disminución de la productividad.
Después de la crisis de Lehman, el capital financiero respondió al estallido de sus mecanismos previos de acumulación de beneficios a través de la especulación en la creación de otros nuevos. Uno de estos métodos, las notas bursátiles basadas en “vender en corto” apostando sobre el índice de volatilidad, o VIX, es decir, apostando por la continua calma del mercado, ahora ha resultado en la turbulencia más significativa desde el colapso del 2008.
Sin embargo, estas nuevas formas de especulación son solo un disparador. El significado más amplio de la volatilidad reciente y de lo que transcurra (nadie está seguro de que la tormenta haya pasado) es que fue provocada por la perspectiva de un crecimiento más rápido y un empuje de la clase trabajadora por salarios más altos después de décadas de la supresión de la lucha de clases.
Los acontecimientos económicos han confirmado una vez más la conclusión esencial del análisis de Marx de las leyes del movimiento de la economía capitalista. Cualesquiera que sean sus altibajos e incluso períodos largos de recuperación, la acumulación de ganancias –la fuerza impulsora esencial del capitalismo— está, en última instancia, arraigada en la supresión continua de la clase trabajadora y su empobrecimiento.
La mentira, que constituye la base de toda la economía burguesa, que de alguna manera el crecimiento de la economía capitalista puede, al menos a la larga, proporcionar el camino hacia el progreso para la masa de la humanidad, la clase trabajadora, los productores de toda riqueza, ha sido expuesta. Ha quedado al descubierto por el hecho de que las señales de crecimiento económico y un creciente movimiento de trabajadores contra la disminución de los niveles de vida han elevado la perspectiva de un nuevo desastre financiero, incluso más grave que el de hace una década.
El análisis de Marx de las leyes del movimiento del capital, las cuales se expresan, como él mismo lo dijo, de la misma manera que la ley de la gravedad se afirma cuando una casa se derrumba a nuestro alrededor, lejos de ser refutado o haberse desactualizado, ha sido confirmado por los eventos vivientes.
Este análisis, y la conclusión central de Marx de que la clase trabajadora tiene que tomar el control consciente de la misma riqueza que ha producido, debe convertirse en su perspectiva guía en las luchas que se están desarrollando.
Esta tarea histórica no surge de una construcción teórica abstracta. En oposición a todas las panaceas de la economía burguesa, que son justificaciones egoístas del sistema capitalista, el análisis de Marx es una elaboración científica de las tendencias objetivas y la lógica inherente del desarrollo capitalista.
Esta lógica, que asume formas cada vez más explosivas, ahora plantea directamente ante la clase obrera internacional la necesidad, si la humanidad ha de evitar una catástrofe y avanzar, de luchar en cada frente por una perspectiva basada en el derrocamiento del reaccionario e históricamente anticuado sistema de ganancias. Ese es el significado esencial de la más reciente turbulencia en los mercados financieros.
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