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viernes, 29 de diciembre de 2017

La oligarquía contra la sociedad

Barry Grey, wsws

Hace casi 150 años, Karl Marx observó, citando al economista francés de principios del siglo XIX, Jean Charles Léonard de Sismondi, que “el proletariado romano vivía a expensas de la sociedad, mientras que la sociedad moderna vive a expensas del proletariado”.

Esto nunca ha sido tan verdadero como en la actualidad. Día tras día, semana tras semana, se publican nuevos reportes demostrando la enorme acumulación de riqueza social en manos de la oligarquía financiera y a expensas de la clase trabajadora.

El más reciente es el índice Bloomberg Billionaires publicado el viernes, reportando que la fortuna de los 500 multimillonarios más ricos del mundo creció 23 por ciento este último año, volviéndolos $1 billón más ricos ahora que a fines del 2016. La riqueza combinada de este grupo trepó a $5,3 billones gracias a que este último aumento fue cuatro veces mayor al del año anterior.

Bloomberg halló que, en el 2017, este conjunto de 500 multimillonarios vio su balance aumentar en promedio $2700 millones cada día. Esto equivale a $5 400 000 por día para cada uno de ellos, o $225 000 por hora, el equivalente al ingreso anual combinado de cinco hogares de clase obrera por un año entero.

La rápida elevación de la riqueza de la élite financiera ha ido acompañada de un empeoramiento en los índices de miseria social al otro extremo de la sociedad, ejemplificados por el reporte del mes pasado de los Centros de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de que la esperanza de vida en EEUU ha caído por segundo año consecutivo.

Tal concentración de la riqueza entraña consecuencias sociales inmensas. Es imposible abordar seriamente cualquier problemática social importante sin enfrentar la desigualdad económica. El colosal cauce de recursos hacia su acumulación privada en los cofres de la oligarquía financiera priva a la sociedad de lo que necesita para atender los problemas más básicos.

Las Naciones Unidas estima que costaría $30 000 millones al año erradicar el hambre mundial. Una pequeña fracción de la riqueza monopolizada por los multimillonarios del mundo. El fundador de Amazon, Jeff Bezos, por sí solo vio su fortuna aumentar $34 200 millones en el 2017.

Los 159 individuos con riquezas mayores a mil millones de dólares en Estados Unidos se enriquecieron en $315 000 millones el año pasado, dándoles un valor neto colectivo de $2 billones. Esto es el doble de lo que gastó el Gobierno estadounidense en el 2015 en salud ($980 000 millones), educación ($70 000 millones) y vivienda ($63 000 millones).

El depósito de estas enormes sumas de dinero en las cuentas bancarias de los superricos, junto con el billón de dólares dedicado a la industria de guerra que protege los intereses financieros globales de la misma oligarquía, no deja prácticamente nada para atender el decaimiento de la infraestructura social y física (caminos, puentes, ferrocarriles, tránsito público) del país.

Más allá, el proyecto de ley fiscal promulgado por el Gobierno de Trump ahondará esta desigualdad social en EUA y alrededor del mundo a niveles no vistos desde la “Era chapada en oro” (Gilded Age) a inicios del siglo XX.

La vida económica del planeta está determinada por la marcha de la élite gobernante a su mayor enriquecimiento. Las políticas de todos los Gobiernos y partidos capitalistas, sean derechistas o nominalmente “izquierdistas”, se adhieren a este requisito. El aumento sin precedentes del mercado bursátil fue diseñado por los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal de EUA, para permitirle a la clase capitalista recuperarse y apropiarse de una tajada aún más grande de la riqueza y los ingresos después de la crisis financiera del 2008. La “Fed”, primero bajo Bush y luego bajo Obama, marcó la pauta en la organización de rescates bancarios y la inyección de billones de dólares en los mercados financieros pro medio de tasas de intereses ultrabajas y operaciones de impresión de dinero denominadas “expansión cuantitativa”.

Para poner este desarrollo en contexto, los $5,3 billones en activos controlados por las 500 personas más ricas del planeta es mayor a la suma del producto interno bruto (PIB) de Reino Unido y el de Francia. Los $2 billones en manos de los individuos con más de mil millones de dólares en EUA equivalen al doble del PIB de México, un país con 128 millones de personas, o más que el doble que los PIBs de Argentina, Chile y Perú, juntos.

El ingreso de Bezos para el 2017 es tan solo un poco menor a la suma de los PIBs de Jamaica ($14 000 millones), Níger ($7500 millones) y Zimbabue ($16 000 millones), con una población combinada de 40 millones de personas.

La élite financiera tiene intereses sociales particulares, los cuales persigue a través de la compra de partidos políticos enteros y otras figuras políticas, haciendo de la democracia bajo el capitalismo nada más que un cascarón vacío.

¿Cuál sería la respuesta a cualquier esfuerzo serio para reformar esta situación y procurar distribuir los recursos sociales de una forma más modesta dentro del marco del sistema capitalista para asegurar que todas las personas recibieran una nutrición, una atención médica y una educación básicas?

Inevitablemente, tal esfuerzo encararía una oposición abrumadora por parte de la oligarquía financiera, la cual controla todas las palancas del poder estatal y tiene a su disposición tanto las cortes y los políticos como, incluso más decisivamente, las fuerzas policiales y el ejército.

Cuando la reforma social es imposible, la revolución social es inevitable. No hay forma de esquivar la conclusión de que es necesario expropiar la riqueza de la oligarquía financiera.

Estos recursos provienen de la fuerza de trabajo social de la clase obrera, la cual produce toda la riqueza de la sociedad. El proletariado es la única fuerza social que puede y debe emprender esta tarea histórica. La única respuesta al aumento de la pobreza y la miseria de las masas ante niveles cada vez más obscenos de riqueza en manos de una diminuta minoría es el socialismo, con base en la propiedad común y el control democrático de las fuerzas productivas y la coordinación racional, planificada e internacional de la vida económica del planeta.

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