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martes, 11 de julio de 2017

Los oligarcas se reúnen en Hamburgo

Alex Lantier, wsws

Los eventos de la cumbre del G-20 la semana pasada en Hamburgo, Alemania, pusieron al descubierto los dos conflictos fundamentales que están desgarrando a la sociedad capitalista contemporánea: la cada vez más enconada disputa entre camarillas nacionales de banqueros y multimillonarios y el combate de la clase obrera internacional contra todas ellas.

Mientras que los mandatarios de las veinte mayores economías se reunieron en Hamburgo para disputar la repartición del botín extraído de la clase obrera, todos demostraron estar unidos en apoyar la violencia para reprimir la oposición popular a sus ataques contra los niveles de vida y los derechos democráticos.

El jueves, cuando unas 100 000 personas empezaron a reunirse para las protestas denominadas “Acabemos con el capitalismo”, la policía atacó la marcha principal de 12 000 personas con múltiples detenciones, gases lacrimógenos, aerosol de pimienta, balas de goma y cañones de agua.

Al menos once manifestantes fueron hospitalizados con heridas graves, mientras que decenas de miles de policías convertían al centro de Hamburgo en una zona de guerra patrullada por equipos SWAT cargando armas automáticas. A los manifestantes que llegaban de Suiza, Países Bajos y Francia, las autoridades fronterizas los marcaron de “extremistas de izquierda” y los devolvieron.

La brutal represión escaló el viernes.

Los oficiales de la policía justificaron las operaciones propias de un Estado policial señalando a las acciones de los manifestantes. Sin embargo, tomando en cuenta la bien documentada infiltración de agentes de la policía alemana en organizaciones políticas, se puede asumir con certeza que los disturbios ocurridos contaron con la participación de provocadores policiales asignados a crear un pretexto para una masiva demostración de fuerza policial. La gran mayoría se manifestó pacíficamente.

Las autoridades alemanas y de toda la Unión Europea (UE) están aterradas ante el crecimiento de la ira social y del estado de ánimo revolucionario entre los jóvenes. Según una encuesta comisionada por la UE este año, más de la mitad de los jóvenes europeos respondió que se uniría a un “levantamiento a gran escala” contra el sistema político. Las autoridades alemanas no sólo pretenden intimidar a los manifestantes en Hamburgo, sino a las crecientes filas de personas en todo el mundo que se oponen al sistema capitalista.

La operación policial en Hamburgo expone el contenido de clase y político de la oposición de la UE, Berlín y París al gobierno de Trump. A pesar de sus pretensiones de ser defensores iluminados y anti-nacionalistas de la democracia y el ambiente, los líderes europeos pusieron en marcha un ataque vicioso contra manifestantes que protestaban contra la desigualdad social. Toda supresión de la oposición desde abajo es esencial para su agenda de desafiar la supremacía imperialista de Estados Unidos.

El hecho de que esta represión se haya llevado a cabo en Hamburgo, una ciudad gobernada por los socialdemócratas y los verdes subraya plenamente que no es sólo la política de una facción de la élite gobernante, sino de toda la clase capitalista y sus agentes políticos.

Los mandatarios del G-20 personifican a la oligarquía capitalista que está llevando al mundo al desastre. Todos ellos —incluyendo al exbanquero de Rothschild y ahora presidente francés, Emmanuel Macron, a los representantes de los oligarcas que aparecieron tras la restauración capitalista en Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, a los jeques petroleros de Arabia Saudita y al presidente multimillonario de EEUU— son súbditos de Wall Street, la City de Londres y las bolsas de valores de Fráncfort y París.

La élite financiera se ha enriquecido enormemente desde la crisis de Wall Street del 2008, cuando sus prácticas criminales de especulación en el mercado inmobiliario estadounidense hundieron a la economía global en su peor crisis económica desde la Gran Depresión de los años treinta. Con un desprecio absoluto hacia el malestar social e ira que devinieron, canalizaron miles de millones de dólares y euros de las arcas públicas a los bancos, las bolsas de valores y sus propios bolsillos.

Las principales potencias del mundo convocaron por primera vez la cumbre del G-20 en el 2009 precisamente para mostrar su supuesta unidad y celebrar el supuesto éxito de los rescates bancarios en manejar la crisis. En el comunicado de la cumbre del 2009 en Pittsburgh, el G-20 aplaudió la transferencia de enormes sumas de dinero para los súper ricos, declarando: “Funcionó... Nuestra respuesta contundente ayudó a detener la peligrosa y dramática disminución en la actividad global y a estabilizar los mercados financieros”.

Frente al desenmascaramiento de la criminalidad corporativa que empobreció a miles de millones de personas en todo el mundo, los políticos burgueses reivindicaron los rescates a los bancos y la creación del G-20 como prueba de la viabilidad histórica del capitalismo. “La crisis del capitalismo financiero no es la crisis del capitalismo... La crisis del capitalismo exige su moralización, no su destrucción”, dijo el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, mientras que el ex primer ministro del Partido Socialista, Michel Rocard, aclamó al capitalismo como el sistema social más “compatible con la democracia”.

Las guerras y las erupciones financieras de la última década han demostrado como mentiras todas estas apologías del capitalismo. Los rescates no detuvieron el colapso industrial ni previeron nuevas crisis financieras, sino robustecieron a una aristocracia internacional cuyos privilegios se basan en los garrafales niveles de desigualdad social. En el 2017, la riqueza de los ocho multimillonarios más ricos del mundo supera la de la mitad de la población mundial (3 800 millones de personas).

En el mismo período, la lucha entre las clases gobernantes por la distribución de la riqueza del mundo ha llegado al borde de un conflicto global total. Debido a conflictos políticos y geoestratégicos entre las principales potencias —ya sean enemigas o “aliadas”—, la cumbre de Hamburgo estuvo a punto de concluir sin llegar a un acuerdo sobre un comunicado final. La debacle actual puede significar que esta sea la última reunión de este tipo. En el período previo a la cumbre, Washington reiteró su rechazo al acuerdo climático de París ante las protestas de los funcionarios europeos y asiáticos, mientras que Trump y el presidente chino, Xi Jinping, realizaron un duelo de giras por Europa. Trump dio un discurso en Varsovia respaldando al régimen ultraderechista y anti-UE de Polonia, mientras que Xi sostuvo conversaciones en Berlín para consolidar las relaciones económicas entre la UE y China.

El viernes, Trump y el presidente ruso, Vladimir Putin, tuvieron una reunión inconclusa en la que acordaron otro frágil alto al fuego en el sur de Siria, donde las fuerzas de la OTAN y Rusia han estado cerca de enfrentarse varias veces. Sin embargo, no se alcanzó ningún acuerdo sobre el enfrentamiento de EEUU contra una Corea del Norte con armas nucleares y vecina de Rusia y China. Inmediatamente tras su reunión, la prensa estadounidense se llenó de comentarios sobre las acusaciones incendiarias de ciberataques rusos contra las elecciones norteamericanas.

Las potencias del G-20 tienen focos de conflicto en prácticamente todos los rincones del globo, incluyendo el actual enfrentamiento entre tropas indias y chinas en el Himalaya por un territorio reclamado por China y el Reino de Bután. Sin embargo, tal vez los más desestabilizantes conflictos son las crecientes amenazas de guerra comercial entre Estados imperialistas que componen el corazón del sistema financiero mundial.

Después de que Trump amenazara a la UE con aranceles a sus exportaciones de acero a EEUU, los funcionarios europeos respondieron que están preparando una lista de aranceles a productos estadounidenses como represalia. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, comentó: “Estamos dispuestos a tomar las armas si es necesario”.

Experiencias amargas como las protestas de Hamburgo están conduciendo a la clase obrera europea e internacional a la revolución socialista mundial. La oligarquía financiera está más allá de poder ser reformada. La única manera de avanzar es una política auténticamente revolucionaria, movilizando a la clase obrera en lucha hacia un ataque directo contra la clase capitalista, con el fin de confiscar sus obscenas fortunas, tomar el control de los principales bancos y corporaciones y colocarlas bajo el control democrático de los trabajadores.

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