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jueves, 13 de julio de 2017

Guerra privatizada: las mutaciones del capitalismo

Alejandro Nadal, La Jornada

El asesor especial del presidente Trump, el señor Stephen Bannon, tiene un nuevo plan para ganar la guerra en Afganistán: remplazar el ejército estadounidense con contratistas privados. De este modo, la guerra se convertiría en un negocio redondo: la industria de armamentos seguiría suministrando armas y pertrechos, pero ahora hasta las acciones sobre el terreno serían responsabilidad de ejércitos privados. Se llaman mercenarios, pero el eufemismo de contratistas privados es útil para disfrazar el verdadero sentido de las guerras imperiales de nuestro tiempo.

La privatización de la guerra no es un negocio nuevo. La experiencia bélica estadounidense en Afganistán a partir de 2001 es sólo el ejemplo más reciente de operaciones de un ejército privado a gran escala. Por ejemplo, inicialmente la invasión por tropas estadounidenses se presentó como respuesta a los ataques del 9/11. Se dijo que el objetivo era desmantelar las bases de al-Qaeda, pero muy rápidamente la lógica de la guerra se transformó hasta convertirse en una ocupación militar de largo aliento. Una bien orquestada campaña de propaganda sobre la reconstrucción de una nación acompañó esta metamorfosis.

Los 15 años de duración de la guerra en Afganistán la convierten en la experiencia bélica más larga en la historia de Estados Unidos. Han fallecido más de 2 mil 400 soldados estadounidenses desde 2001, pero hoy las fuerzas del Talibán controlan más territorio en ese país que al principio de la guerra. Por eso Washington busca rediseñar una nueva estrategia para ganar esta guerra cuyos objetivos son cada vez más esquivos.

En la actualidad hay unos 9 mil soldados estadounidenses en ese país de Asia central, pero hay más de 28 mil 600 contratistas privados cuyas tareas son difíciles de describir con precisión. Ni siquiera el mismo Pentágono sabe exactamente qué está haciendo este personal. Lo cierto es que durante años recientes el número de efectivos del ejército formal ha disminuido con la supuesta finalidad de entregar la conducción de la guerra al gobierno de Kabul, pero la cantidad de contratistas privados ha ido aumentando y la guerra se ha ido privatizando.

No todos estos contratistas están involucrados directamente en operaciones militares. El servicio de investigación del congreso (CRS, por sus siglas en inglés) revela que 5 mil 500 están ocupados como traductores, en la construcción o como personal de apoyo. ¿Qué hacen los otros 23 mil contratistas privados?

El tema aquí no es solamente el del número de contratistas o mercenarios enredados en la lucha armada de manera directa. Por cada soldado en operaciones sobre el terreno se requieren centenares (si no es que miles) de personas en tareas de apoyo: comunicaciones, servicios de salud, transporte, preparación de alimentos, etcétera. En síntesis, más de 70 por ciento del personal estadounidense en las tareas de ocupación en Afganistán se compone de contratistas privados.

Washington ha gastado unos 110 mil millones de dólares en la reconstrucción de ese país. Ese monto es muy superior al total asignado al Plan Marshall para la reconstrucción de Europa después de la segunda guerra mundial. Nadie sabe cuánto dinero se ha ido en obras inútiles o insostenibles. Lo cierto es que en el paisaje afgano abundan los cascarones vacíos de escuelas y clínicas abandonadas o a medio construir. En muchos casos la energía eléctrica necesaria para el buen funcionamiento de estas obras no se pudo garantizar. En otros el abandono se debe a las acciones de sabotaje intermitente que han hecho incosteable la operación. Frecuentemente los recursos invertidos en la reconstrucción de la nación han sido un regalo para las empresas privadas encargadas de los proyectos. Pero también sirvieron para disfrazar una ocupación militar que está más interesada en objetivos estratégicos que en reparar los daños de una guerra que ha dejado más de 400 mil muertes de civiles.

El capitalismo contemporáneo sigue sus mutaciones para adaptar el mundo a sus necesidades. El salario ya no es la clave para reproducir la fuerza de trabajo y ha sido substituido por el crédito. La tasa de ganancias asociada a la actividad productiva ha sido remplazada por la rentabilidad derivada de la especulación como referencia en el proceso de acumulación. Y ahora hasta las fuerzas armadas se van transformando cada vez más en un negocio privado. En este último renglón quizás se trata más de una regresión a épocas precapitalistas pues los ejércitos privados de los señores de la guerra fueron un recurso desde hace miles de años. Pero ahora hay algo nuevo: la privatización de operaciones militares está insertada en una tendencia económica más general. Al igual que la privatización del manejo del sistema carcelario o del sistema de detención de migrantes, éste es otro indicio de la profunda reconversión del estado en la etapa actual del capitalismo. De ser una organización política, el estado hoy se ha convertido en una matriz de intereses corporativos y su finalidad no tiene nada que ver con el bienestar social.

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