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miércoles, 21 de junio de 2017

El futuro del trabajo

Joaquin Nieto*, Público

¿Qué va a ser del trabajo a lo largo del siglo XXI? ¿Qué empleos van a desparecer? ¿Cuáles se van a crear? ¿Cómo serán? ¿Alcanzarán para todos? ¿Trabajaremos más o trabajaremos menos? ¿Las generaciones jóvenes emergentes y venideras vivirán mejor o peor que las precedentes? Estas y otras preguntas se las hace cada vez más gente y el interés por responderlas es creciente, pues el trabajo es un componente esencial en las vidas de las personas y es fundamental en la organización de la sociedad, y se percibe que el mundo está cambiando.

La globalización ha abierto una nueva era para la economía, el trabajo y la sociedad; una época de turbulencias y de rápidas transformaciones que generan desafíos sin precedentes. El mundo enfrenta dificultades económicas, ambientales y sociales muy severas, la pobreza y la desigualdad parecen difíciles de eliminar, y hay un recrudecimiento de las tensiones geopolíticas y una exacerbación de los conflictos. La sensación de inseguridad es palpable. Todo ello en un contexto de crisis del empleo y de una situación climática y medioambiental que de no resolverse puede llevar al planeta un colapso socio-ambiental de proporciones inimaginables.

La solución requiere un enfoque multidimensional y una agenda global, los problemas del trabajo no se resolverán sin cambios en las políticas económicas, sociales y medioambientales. Requiere también una perspectiva de medio y largo plazo para definir el futuro del trabajo que queremos.

Todos los países del mundo se han comprometido a dar una respuesta a los desafíos de nuestro tiempo en el marco de Naciones Unidas con una Agenda común para 2030: los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que buscan la paz y la prosperidad para las personas en un planeta sostenible. Son 17 objetivos y 169 metas que incluyen compromisos para afrontar la pobreza y las desigualdades de todo tipo, promoviendo la igualdad de género, el trabajo decente, la protección de los ecosistemas terrestres y marítimos… conformando el programa más transformador que jamás haya adoptado en común la humanidad a lo largo de su historia. Pero es una agenda que – ¡ay! – sólo se cumplirá si la sociedad civil es lo suficientemente exigente como para conseguir que los gobiernos cumplan con esos compromisos.

El trabajo está en una encrucijada. Persisten los efectos de crisis recientes que han dejado un rastro de desempleo con 200 millones de desempleados y empleo vulnerable con un 60% de trabajo informal; mientras perviven situaciones intolerables, como los 168 millones de niñas y niños atrapados en el trabajo infantil o las 21 millones de personas sometidas a la esclavitud moderna del trabajo forzoso. Algunas de estas situaciones, como el trabajo infantil, vienen remitiendo; otras, como el desempleo, parecen haber llegado para quedarse y se están dando cambios en el empleo que generan incertidumbre.

En este mundo con 200 millones de desempleados en el que 74 millones de jóvenes buscan un empleo y no lo encuentran, cada año se incorporan al mercado de trabajo 40 millones de jóvenes. Se necesitarán crear unos 400 millones de empleos en los próximos diez años para atender esa demanda. No es fácil pero es posible.

El impacto de la veloz extensión de las nuevas tecnologías, que incorporan nuevos materiales y procesos, la digitalización, el big data y el internet de las cosas, la inteligencia artificial y la robotización en un contexto de globalización; el crecimiento de la población joven en unos países y del envejecimiento en otros; los crecientes flujos migratorios por razones económicas, ambientales o de seguridad, en un contexto de desigualdad; los efectos de la transición energética para frenar el cambio climático; la fragmentación de los procesos productivos, globalmente interconectados en cadenas mundiales de suministro, que empelan ya a 600 millones de trabajadores; la proliferación de nuevas formas atípicas de empleo relacionadas con plataformas digitales, que responden a nuevas demandas de mercado a la vez que expanden la gig economy el crowdworking y otras formas de informalidad laboral; y los cambios en las relaciones de trabajo que todo eso conlleva… son factores a considerar.

Algunos de estos procesos –como la robotización y la transición energética– destruirán empleos; otros –como la misma robotización y la transición energética, pero también la atención a las nuevas necesidades formativas o los cuidados derivados del envejecimiento de la población– crearán nuevas demandas y nuevos empleos; la mayoría de los procesos, en fin, transformarán los empleos existentes.

Es muy probable que, al igual que ha sucedido en las revoluciones industriales anteriores, el balance cuantitativo sea positivo y los empleos creados sean más numerosos que los empleos que se destruyan. Hoy hay en el mundo 3.300 millones de trabajadores, muchos más que nunca antes en la historia, aunque también haya más habitantes que nunca en el planeta.

La cuestión es que los cambios no provoquen una polarización social, en la que algunos sectores salgan beneficiados, pero otros muchos queden perjudicados y aumenten las bolsas de exclusión social. Porque aunque se creen más empleos que los que se destruyen, los que se crean no lo hacen en el mismo momento ni en el mismo lugar ni con las mismas condiciones que los que se destruyen, y los que se transforman no lo hacen con la misma intensidad en unos sectores y países que en otros. Por ello la clave está en cómo se gestiona la transición para que se maximicen las oportunidades y se limiten los riesgos, para que nadie quede sin protección social y para que todos los empleos y sociedades que los sustentan tengan la oportunidad de formación y adaptación necesaria, de forma que la transición sea justa e inclusiva.

Las trasformaciones tecnológicas, incluida la robotización, abren también las posibilidades para fomentar otro modelo de desarrollo. Un modelo no basado en un imposible crecimiento continuo del uso de los recursos ambientales y energéticos, sino en el ahorro y la eficiencia, las energías renovables, los empleos verdes, la economía del conocimiento, la formación y la atención a las personas,… actividades que necesitan mucho más empleo. Todo dependerá de si se redistribuyen o no los beneficios derivados del aumento de productividad de los avances tecnológicos, y de si se organiza o no una transición justa a través del diálogo social.

La OIT ha lanzado un debate mundial sobre el futuro del trabajo, en el que están involucrados más de 160 países, que no pretende quedarse en un diagnóstico de la situación y sus tendencias, sino comprender la dinámica de los cambios para configurar el futuro del trabajo que queremos.

España no es ajena a las incertidumbres sobre el futuro del trabajo. Tras años de crisis, la economía española lleva catorce trimestres consecutivos de recuperación económica, está reduciendo el desempleo trimestre tras trimestre y en breve alcanzará las cifras de PIB anteriores a la crisis. Pero se observa todavía una recuperación económica sin recuperación social: falta mucho para llegar a los niveles de empleo y de ingresos previos a la crisis, la calidad de los empleos disminuye y la pobreza se cronifica, trabajadores pobres incluidos. Mucha gente se pregunta dónde van los beneficios de la recuperación. El debate sobre el trabajo y su futuro es parte de las conversaciones diarias y preocupaciones de muchas personas; según el CIS la más importante.

En este contexto, el debate abierto también en España con la Conferencia nacional tripartita sobre el Futuro del Trabajo celebrada el pasado 28 de marzo –debate que ahora se extenderá por territorios y sectores y en ámbitos académicos– podría ser una oportunidad para redefinir en un marco de diálogo social el futuro del modelo productivo, de las relaciones laborales y de la protección social, en España y en el mundo, de los que depende el futuro del trabajo.
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*Director de la Oficina de la OIT para España

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