Joseph Stiglitz, Project Syndicate
Hace quince años escribí un pequeño libro titulado El malestar de la globalización, este libro describía la creciente oposición en el mundo en desarrollo a las reformas globalizadoras. Era algo muy misterioso: a las personas en los países en desarrollo se les había dicho que la globalización aumentaría el bienestar general. Si ese era el caso, ¿por qué tantas personas se tornaron hostiles a la globalización?
En la actualidad, a dichos opositores a la globalización en los mercados emergentes y los países en desarrollo se les han unido decenas de millones de personas en los países avanzados. Las encuestas de opinión, incluyendo un cuidadoso estudio realizado por Stanley Greenberg y sus asociados para el Instituto Roosevelt, muestran que el comercio es una de las principales fuentes de malestar para un gran porcentaje de estadounidenses. Puntos de vista similares se hacen también patentes en Europa.
¿Cómo puede ser tan vilipendiado algo que nuestros líderes políticos – y muchos economistas – dijeron haría que todos estemos mejor?
Una de las respuestas que ocasionalmente se escucha emitir a los economistas neoliberales que abogaron por dichas políticas es que las personas están mejor. Simplemente, ellas no lo saben. Su malestar es un tema a ser tratado por psiquiatras, no por economistas.
Sin embargo, los datos de ingresos sugieren que son los economistas neoliberales quienes podrían beneficiarse de la terapia psiquiátrica. Grandes segmentos de la población en los países avanzados no están bien: en EEUU, el 90% inferior en la distribución de ingresos ha sufrido de estancamiento de ingresos durante un tercio de siglo. El promedio de los ingresos entre trabajadores a tiempo completo es en realidad más bajo en términos reales (ajustados a la inflación) del que se tuvo hace 42 años. Y, en la parte más baja de dicha distribución de ingresos, los salarios reales se asemejan a los niveles salariales que se tenían hace 60 años.
Los efectos del dolor y la dislocación económica que muchos estadounidenses están experimentando incluso se muestra en las estadísticas de salud. Por ejemplo, los economistas Anne Case y Angus Deaton, ganadores del premio Nobel, han demostrado que la esperanza de vida entre los segmentos de estadounidenses de raza blanca está disminuyendo.
Las cosas están un poco mejor en Europa – pero sólo un poco mejor.
El nuevo libro de Branko Milanovic Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization proporciona algunas perspectivas vitales al mirar a los grandes ganadores y perdedores en términos de ingresos durante dos décadas, desde el año 1988 al 2008. Entre los grandes ganadores estuvieron el 1% global, los plutócratas del mundo, pero también estuvo la clase media de las economías emergentes. Entre los grandes perdedores – los que ganaron poco o nada – estuvieron aquellos que forman parte de las clases baja, media y trabajadora en los países avanzados. La globalización no es la única razón, pero es una de las razones.
Bajo el supuesto de mercados perfectos (que subyace a la mayoría de los análisis económicos neoliberales), el libre comercio iguala los salarios de los trabajadores no cualificados en todo el mundo. El comercio de mercancías es un sustituto para el desplazamiento de personas. La importación de mercancías procedentes de China – mercancías que para producirse requieren de una gran cantidad de trabajadores no cualificados – reduce la demanda de trabajadores no cualificados en Europa y EEUU.
Esta fuerza es tan poderosa que si no existieran los costos de transporte, y si EEUU y Europa no tuvieran otra fuente de ventaja competitiva, como lo es, por ejemplo, la tecnología, con el transcurso del tiempo la situación se haría semejante a una en la que los trabajadores chinos habrían emigrado a EEUU y Europa, hasta eliminar por completo las diferencias salariales. No es sorprendente que los neoliberales nunca publicitaron esta consecuencia de la liberalización del comercio, tal como afirmaron – se podría decir mintieron – sobre que todos iban a beneficiarse.
El fracaso de la globalización en cuanto a cumplir con las promesas emitidas por los políticos convencionales, sin duda, ha socavado la confianza en la “élite”. Y, las ofertas hechas por los gobiernos con relación a rescates generosos para los bancos causantes de la crisis financiera del año 2008 – dejando simultáneamente a los ciudadanos comunes para que ellos, en gran medida, se valgan por sí solos – reforzaron la opinión de que el mencionado fracaso de la globalización no era simplemente un asunto de juicios erróneos económicos.
En EEUU, los republicanos del Congreso incluso se opusieron a prestar ayuda a aquellos que se vieron directamente lastimados por la globalización. De manera más general, los neoliberales, al parecer preocupados por los efectos de los incentivos adversos, se han opuesto a las medidas de bienestar que habrían protegido a los perdedores.
Pero, no se puede tener ambas cosas: si la globalización va a beneficiar a la mayoría de los miembros de la sociedad, se deben establecer fuertes medidas de protección social. Los escandinavos se dieron cuenta de esto mucho tiempo atrás; esto fue parte del contrato social que mantuvo a una sociedad abierta – abierta a la globalización y a los cambios en la tecnología. Los neoliberales en el resto del mundo no se dieron cuenta de ello – y ahora, en procesos eleccionarios en EEUU y Europa, están recibiendo su merecido castigo.
La globalización es, por supuesto, sólo una parte de lo que está pasando; la innovación tecnológica es otra parte. Pero, se suponía que toda esa apertura y disturbios iban a hacernos a todos más ricos y que los países avanzados iban a poder introducir políticas para garantizar que las ganancias sean ampliamente compartidas.
Pero ocurrió todo lo contrario, se impulsaron políticas que reestructuraron los mercados en una forma que se incrementó la desigualdad y se socavó el rendimiento económico en general; en los hechos, el crecimiento se desaceleró en la medida que se reescribieron las reglas del juego con el propósito de hacer avanzar los intereses de los bancos y las empresas – es decir de los ricos y poderosos – a expensas de todos los demás. El poder de negociación de los trabajadores se debilitó; en EEUU, al menos, las leyes de la competencia no se mantuvieron al día con los tiempos; y, las leyes existentes se aplican de forma inadecuada. La financiarización continuó a buen ritmo y el gobierno corporativo empeoró.
Ahora, como señalo en mi reciente libro Rewriting the Rules of the American Economy, se deben cambiar nuevamente las reglas del juego – y estas deben incluir medidas para sosegar la globalización. Los dos nuevos grandes acuerdos que el presidente Barack Obama ha estado impulsando – la Asociación Trans-Pacífico entre los EEUU y 11 países de la costa del Pacífico, y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión entre la UE y EEUU – son pasos en la dirección equivocada.
El principal mensaje del Malestar en la globalización fue que el problema no era de la globalización, sino cómo se gestionaba el proceso de la misma. Lamentablemente, la forma de gestión no cambió. Quince años más tarde, los nuevos malestares han hecho que ese mensaje llegue a las economías avanzadas.
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