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jueves, 14 de julio de 2016

Theresa May enfrenta a la maldición europea


Marcelo Justo, Página 12

Theresa May se convirtió en la segunda primera ministra mujer de la historia británica y en la cuarta conservadora de los últimos 36 años que enfrenta ese gran fantasma que se ha cargado a todos sus predecesores: Europa. En 1990 la primera Dama de Hierro, Margaret Thatcher, tuvo que renunciar a raíz de las desavenencias internas sobre la Unión Europea. En 1997, su sustituto, John Major, perdió las elecciones al frente de un partido escindido a muerte entre euroescépticos y eurófilos. El 24 de junio pasado, David Cameron dimitió luego de que los británicos votaran a favor de dejar la Unión Europea. La pregunta obvia es: ¿podrá May superar esta “maldición europea” o será su próxima víctima?

En su debut discursivo como primera ministra May eludió con astucia la bala europea concentrándose en un sorprendente mensaje de justicia social. “Creemos en la unión de todos nuestros ciudadanos. Esto significa que tenemos que luchar contra la terrible injusticia de que los pobres tengan nueve años de vida menos que el resto, que los negros sean más duramente tratados por la Justicia que los blancos, que un muchacho blanco de clase trabajadora tenga menos oportunidades de acceder a la universidad, que una mujer gane menos que un hombre”, dijo May.

La lista de injusticias –que podrían haber sido pronunciadas por un laborista o un marxista– incluía a “los que sufren problemas mentales y no reciben ayuda, a los que son jóvenes y no saben si alguna vez van a acceder a su propio hogar, a los que no tienen seguridad laboral, a los que tienen miedo de no llegar a pagar su hipoteca”. May prometió que la prioridad del gobierno al tomar decisiones serían “todos los que están luchando denodadamente” y no han sido escuchados y comprendidos por “Westminster” (es decir, la clase política).

En un país que vive obsesionado con Europa y que transformó esa obsesión en una crisis existencial desde el referendo del 23 de junio, la Unión Europea apareció en dos oraciones al final de lo que fue un discurso de refundación nacional. “Estamos viviendo un momento de gran cambio y sé que vamos a estar a la altura del desafío porque somos Gran Bretaña. Con nuestra partida de la Unión Europea, debemos forjarnos un nuevo rol en el mundo y construir un país que sirva para todos y no solo para los más privilegiados”, señaló.

En el gabinete que se anunció a pocas horas de asumir May incluyó algunos golpes de efecto tan sorprendentes como su discurso. En Cancillería nombró al líder de los Brexiters y hasta hace poco gran candidato a su puesto, el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, uno de los políticos más excéntricos del firmamento británico. Otro de los ganadores del referendo, David Davis, fue nombrado en una secretaría inventada para el momento, la Secretaría del Brexit. En Finanzas designó a un pro-europeo, Philip Hammond, canciller con David Cameron, quien esta semana indicó que el proceso de separación de la Unión Europea puede tomar hasta seis años porque requiere la ratificación parlamentaria de los 27 miembros. “Es el plazo mínimo que ha tomado cualquier ratificación de un nuevo tratado por todos los miembros”, señaló el martes en la Cámara de los Comunes.

Las escaramuzas por Europa comenzaron antes de que May completara su mudanza a 10 Downing Street (que incluyó la decisión de mantener a Larry, el gato de la residencia, a pesar de la alergia felina de May). Norman Tebbit, ex número dos de Margaret Thatcher, y baluarte del euroescepticismo a ultranza, escribió en el Daily Telegraph que un gobierno liderado por alguien como May que votó a favor de permanencer en la Unión Europea será considerado por muchos conservadores como “una traición para evitar que el Reino Unido se separe completamente de la UE”.

La derecha pro-Brexit examinará con lupa cada paso que dé May en su negociación con la UE. En principio la iniciativa está del lado británico, que es el que debe invocar el artículo 50 del Tratado Europeo para poner el proceso en marcha. May ha dejado en claro que “en el mejor de los casos” las conversaciones comenzarían a fin de año, pero la derecha se opone al mismo concepto de una negociación con la UE porque opinan que es innecesaria ya que el mismo parlamento británico puede, en su soberanía, anular la ley que sancionó la incorporación al bloque europeo hace más de cuatro décadas. El problema de esta visión de las cosas es que la UE ha dicho que el artículo 50 es la única vía para la separación: el potencial para el desatre político-diplomático está a la vista.

May tiene tiempo hasta octubre porque el artículo 50 sólo puede ser invocado en una reunión del Consejo Europeo que recién ocurrirá ese mes. Pero en dos semanas, el 30 de julio, los que votaron por permanecer en la UE planean una demostración de fuerza convocando a un millón de personas en todo el país a favor de permanecer en el bloque. El referendo ha convertido a Gran Bretaña en un cabildo abierto permanente sobre el tema europeo.

Los desafíos de May no se agotan en la propia derecha conservadora, la negociación con la UE y la mitad del país que votó en contra de la salida del bloque europeo. La nueva primera ministra tiene que enderezar el “Britanic” que viene enfilando hacia los témpanos de la recesión desde que Cameron puso fecha al referendo, en febrero. El primer discurso fue un comienzo, pero la economía no se alimenta de palabras: el impacto del Brexit se siente en el empleo y el valor de la libra, en los mercados y el consumo.

En medio de tanta malaria, la flamante primera ministra británica tiene una a favor. La oposición laborista está inmersa en un proceso de descomposición que puede terminar en una escisión entre los Corbynistas, muy a la izquierda del partido, y el resto de los diputados, una mezcla de Blairistas, centristas y, en el mejor de los casos, una “soft left”. En las próximas semanas los afiliados tienen que decidir si respaldan al actual líder, Jeremy Corbyn, o buscan una alternativa en Angela Eagle, la primera diputada en declararse abiertamente gay, o en Owen Smith, un miembro de la “soft left” que quiere presentarse como el candidato de la unidad capaz de evitar un cisma partidario.

Así las cosas, los conservadores, que provocaron toda la crisis con el referendo, están gobernando como si fueran el único partido del Reino Unido.

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