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miércoles, 8 de junio de 2016

Revelan secretos del poder en EEUU y similitudes de Trump con Reagan


Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada

En la entrevista de Lionel Barber (LB) a James Addison Baker III, en el Financial Times (http://goo.gl/rxOE9U), se desprende que fue uno de los hombres más poderosos en Washington durante las presidencias de Reagan y Daddy Bush: la paciencia, al unísono de un sentido agudo del poder, son las cualidades que hicieron de Baker entre 1980 y 1993 uno de los hombres más poderosos en Washington.

Periodo delicado desde 1980 hasta 1993, cuando se escenifican la trampa de Afganistán, que Brzezinski tendió a la URSS; la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la balcanización soviética, en 1991.

El texano Baker es el único estadunidense en haber servido como jefe de gabinete de la Casa Blanca, secretario del Tesoro y secretario de Estado.

Exitoso abogado de carrera, con uno de los mejores bufetes del mundo que incluye a 725 litigantes: Baker Botts, vinculado a la empresa de armas Raytheon (ligada a BlackRock), que ganó en la Suprema Corte la espuria presidencia de Baby Bush, quien fue su empleado en su cuarto de correo.

El periodo Baker marca el punto de inflexión del orden mundial bipolar al entonces naciente nuevo orden unipolar: en ambos, su contribución fue decisiva, sobre todo al haber engañado al cándido Gorbachov, a quien le procuró todas las orales promesas freudianas sin ningún documento de soporte. ¿Qué curso hubiera tomado la Historia si el abogado texano Baker en lugar de Gorbachov hubiera tenido que negociar con el zar Vlady Putin, el nuevo Bismark del siglo XXI?

Hoy, 23 años más tarde a la fenomenal apoteosis diplomática de Baker, de 86 años, el mundo que lega Obama es de pleno caos global, cuando EEUU colisiona con China y no pudo impedir que el zar Vlady Putin resucite a Rusia del cementerio geoestratégico.

Baker legó un mundo unipolar en el corto plazo, pero inviable en el largo plazo, y, casi un cuarto de siglo más tarde, el planeta opera en una nueva normalidad tripolar de un mundo compartido entre EEUU/Rusia/China. ¿Cómo hubiera actuado Baker en esta fase? Creo que se hubiera conducido como realista, en contrapunto a los fantasiosos neoconservadores straussianos sionistas encabezados por las alucinaciones de Wolfowitz, cuando hoy hasta el súper bélico infanticida primer ministro israelí Netanyahu coquetea sin rubor con el zar Vlady Putin. Hoy, el “mundo según Baker y el resto del establishment republicano está hecho un desorden. Donald Trump ha demolido a todos sus rivales a la nominación presidencial, incluyendo a Jeb Bush, vástago de la dinastía a la que Baker permaneció leal los 46 años de su vía política”, según LB, quien comenta que varios republicanos en Washington ven a Trump como un demagogo narcisista, una amenaza mortal para el partido.

Baker reconoce que el medio ambiente es más feo que cuando yo me encontraba, el compromiso se ha vuelto una palabra sucia, lo que la gente no entiende es que Ronald Reagan era un pragmático, nosotros juzgamos a nuestros presidentes por lo que han logrado, solía decir Reagan.

¿Es Trump un reaganita críptico? Baker, quien ha dirigido cinco campañas presidenciales, es un maestro del control: autocontrol y control de otros, y se ha reunido ya en secreto (sic) dos veces con el desarrollador multimillonario de bienes raíces Trump.

Compara el sorprendente tamaño del triunfo de Trump al campanazo de Reagan en 1976, cuando el establishment republicano se burlaba de él como un actor de tercera que nos llevaría a una guerra nuclear y quien era extraordinariamente peligroso. Hoy se ve algo del mismo fenómeno. Reagan no sabía nada de política, ni doméstica ni foránea, y el verdadero presidente tras bambalinas durante su exitoso periodo geoestratégico fue Baker.

No es un asunto menor manejar las agendas sensibles en su momento como jefe de gabinete tanto de Reagan como Daddy Bush: seguridad social, reforma de los impuestos, el Acuerdo Plaza, tratado comercial con Canadá y la reunificación alemana.

Baker es un cerebro estratégico de clase mundial y un brillante negociador, aptitudes que por cultura y formación lamentablemente carecen los financieristas que han despedazado al México neoliberal itamita.

Baker no es un suicida de la política, prefiere obtener el 80 por ciento de lo que desea, mediante la negociación, que lanzarse al precipicio con su bandera ondeando. Se lamenta que no exista compromiso bipartidista en EEUU cuando está dividido entre estados demócratas y republicanos: la cortesía y el centro (sic) se han evaporado. Hoy la comedia vende más.

Arremete contra los multimedia (clamor global, en especial en el México neoliberal itamita) que no reportan los hechos en forma objetiva. Se duele de la derrota de Jeb Bush, pero reconoce que las invectivas de Trump sobre la inmigración y los trabajadores de cuello azul, derrotados en la era de la globalización, han impactado en los votantes, por encima del “establishment sin rostro”.

El aristócrata texano Baker, como su familiar, el tercer presidente de EEUU, Thomas Jefferson, cree en la democracia estadounidense, donde las alianzas, las intervenciones foráneas y la política deben obtener apoyo popular. ¡Van a acusar a Baker de populista claudicante!

Una frase bella de la otrora democracia decimonónica de EEUU: el árbitro final de la democracia es la voluntad de los ciudadanos, y si no se jala a los ciudadanos pierde la política. Es lo que pasó en Vietnam y en Irak en 2003.

Aprovecha para criticar tanto al secretario de la Defensa Donald Rumsfeld como al vicepresidente Dick Cheney, quienes operaron el desastre en Irak.

Desprecia el foro del G-20, al Abenomics nipón y lamenta la falta de coordinación internacional de la política económica. Comenta que el primer desafío de la política exterior de EEUU es China. Pone límites y pontifica consejos: aislacionismo y proteccionismo no funcionan. No hay que hablar de que no existen tratados comerciales; hay que hacer mejores tratados. No hay que hablar de hacer a Japón y Sudcorea poderes nucleares. No hay que hablar de desechar la deuda estadounidense.

Las preguntas de LB son muy aldeanas y a modo para el lucimiento del texano –no ahonda sobre su postura en el atentado a Reagan, presuntamente manipulado por su posterior jefe Daddy Bush, ni sobre las tratativas con Gorbachov y el georgiano soviético Shevardnadze, ni su amenaza de lanzar una bomba nuclear a Irak en 1991 ni sus nexos con la mafiosa gasera Enron y el Grupo Carlyle, ni con la familia de Osama Bin Laden, etcétera–, pero consigue hacerlo hablar sobre los hilos del poder en EEUU, en el que el presidente en turno, sea demócrata o republicano, no puede controlar como gobernante unilateral debido a su estructura y jerarquización, que operan con “pesos y contra-pesos (checks and balances)”.

La parte fascinante de la histórica entrevista: aunque llegue Trump al poder, lo cual no es nada lejano, pronto será sometido a la realidad de la mayoría del Congreso, del juego legislativo, del poder disperso de los gobernadores, de la burocracia, los cabilderos y del todavía relevante poder judicial.

Mi percepción: el establishment corroído del Partido Republicano negociará con Trump por medio de Baker.

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