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lunes, 23 de mayo de 2016
Los tipos negativos son un impuesto escondido
Matthew Lynn, El Economista
Los bancos centrales han recortado los tipos de interés a casi nada. Han impreso dinero a gran escala. Donde no ha funcionado del todo (para ser sinceros, en casi ningún sitio lo ha hecho), disponen de una nueva herramienta: los tipos de interés negativos. En una tercera parte de la economía global, el dinero que ingresamos en el banco no solo no genera ningún beneficio, sino que encima nos cobran por tenerlo ahí.
Eso está causando una economía extraña de Alicia en el país de las maravillas, donde nada es exactamente lo que parece. Los gobiernos quieren que retrasemos el pago de impuestos todo lo posible, la compañía hipotecaria quiere que sigamos viviendo en la misma casa y el efectivo está tan solicitado que hasta se habla de abolirlo.
El verdadero problema de los tipos negativos podría ser muy distinto. Como argumenta un nuevo y fascinante informe del Fed de Saint Louis, en realidad son una clase de impuesto. Imponen un gravamen sobre el sistema bancario que alguien tiene que pagar?, y ese alguien probablemente seamos nosotros. Eso quizás explique por qué gustan tanto a los bancos centrales y a los gobiernos. Unos gobiernos endeudados hasta las cejas siempre estarán dispuestos a instaurar un nuevo tipo de impuesto, sobre todo si sus votantes no se van a dar cuenta. Y eso también explica por qué no funcionan: gran parte de la economía con problemas, en especial en Europa, ya está asfixiada bajo una carga tributaria imposiblemente alta.
Los tipos de interés negativos se propagan cual virus de mutación rápida por el mundo. Los suizos los probaron primero allá por los años setenta. En junio de 1972 fijaron una tasa de penalización del 2% de una cuarta parte a los extranjeros que aparcaran dinero en francos suizos, en pleno desorden de principios de década, en un experimento que apenas duró unos años.
En la era moderna, el Banco Central Europeo arrancó la tendencia, en junio de 2014, con un tipo negativo a depósitos selectos. Desde entonces, se han extendido a Suecia, Dinamarca, Suiza (otra vez) y más recientemente a Japón, mientras el BCE se adentraba todavía más en territorio negativo. Ya abarcan una tercera parte de la economía global, y no hay motivo por el que no puedan alcanzar más. La Fed puede que suba los tipos este año, pero es el único gran banco central en hacerlo, y si (o cuando) haya otra gran recesión tal vez no tenga más remedio que fijar tipos negativos también.
Para los bancos centrales es una forma de luchar contra la deflación, aunque no está demostrado que unos precios ligeramente en descenso hagan mucho daño (a algunos hasta nos gusta que se abaraten las cosas), pero podría haber una agenda oculta.
De hecho, los tipos negativos son una forma de impuesto escondido. La Fed de Saint Louis ha publicado este mes un informe en el que argumenta que los tipos negativos son una clase de impuesto.
Y es que imponen un gravamen a las reservas bancarias, ya que en vez de aparcar las reservas en el banco central a coste cero o por un tipo de interés modesto, ahora deben pagar por ese privilegio (conviene recordar también que los bancos no tienen muchas opciones, porque las leyes les obligan a mantener un nivel alto de reservas).
Y como cualquier impuesto gravado a las empresas, tiene que trasladarse de alguna manera (en tarifas más altas para los clientes, sueldos más bajos o menos dividendos). Sea donde sea, la factura la tiene que pagar alguien. "Al final, los tipos de interés negativos son impuestos con piel de cordero", concluye el informe.
Muy cierto. La factura puede tomar varias formas. Si los bancos la repercuten en los beneficios, los precios de las acciones caerán y los inversores tendrán menos dinero. Si la trasladan a los gastos de los depositantes (algunos bancos suizos han empezado a cobrar a sus clientes por depositar dinero con ellos) tendrán menos dinero para gastar por ahí.
Alternativamente, si la transfieren a los prestatarios en forma de tasas más altas de préstamos, se deprimirá el crédito y afectará también a la economía. El banco central, propiedad del gobierno, acabará teniendo más dinero y la población menos. Y cuanto más se adentre en territorio negativo, mayores serán los efectos.
Ya se observan las repercusiones en Europa. A medida que los tipos se han vuelto negativos, los precios de las acciones bancarias se agrietan. Pongamos un gigante como Deutsche Bank, antiguamente la entidad financiera más poderosa del continente. Sus acciones han descendido de 40 euros en 2013 a menos de 15 euros ahora; las acciones se han convertido en un refugio tan débil que el banco ha tenido que emitir comunicados de que no está a punto de quebrar. El índice financiero Eurostoxx perdió un tercio de su valor el año pasado. Todos están sufriendo de gravedad, como es lógico cuando se grava un impuesto.
El problema es que un impuesto más es lo último que necesita la economía de la eurozona. Casi todos los países ya están sufriendo bajo un Estado descontrolado (en Francia y Bélgica, por ejemplo, el Gobierno ya ingresa más de la mitad del PIB al año). Más que subir los impuestos, lo que puede estimular el crecimiento es bajarlos.
Desde luego, se puede debatir que la flexibilización cuantitativa, la primera de las medidas extraordinarias usadas para luchar contra la crisis de 2008, ha sido otra clase de impuesto. Ha supuesto una carga enorme para los ahorradores y casi imposibilitado el funcionamiento de los fondos de pensiones, con un gasto oculto tremendo, mientras reducía drásticamente el coste de cumplir con amplios niveles de deuda estatal.
Aun así, los tipos negativos van un paso más allá. Las medidas de emergencia tomadas por los bancos centrales desde la crisis de 2008 podrían haber sido un intento de rescatar la economía global, al borde del colapso, pero cada vez más parecen también una forma de subir los impuestos, lo que podría explicar también por qué no han funcionado bien.
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