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miércoles, 18 de mayo de 2016

El TTIP es incluso peor de lo que aparenta


Vicenç Navarro, Público

El pensamiento neoliberal hoy es el dominante a ambos lados del Atlántico Norte. Tanto las ramas ejecutivas como las legislativas del Estado federal de EEUU, así como la rama ejecutiva (el Consejo Europeo), administrativa (la Comisión Europea) y legislativa (el Parlamento Europeo) del establishment europeo y también del Estado federal alemán (que domina en general el gobierno de la Eurozona) están controladas por partidos políticos, llámense conservadores, liberales, o incluso socialdemócratas (en realidad, socioliberales), que están todos ellos imbuidos de la ideología liberal. Y un elemento clave de tal ideología es que para salir de la crisis en la que todavía estamos (tanto en EEUU como en Europa) los países tienen que ser más competitivos, siguiendo la huella del modelo alemán, basado en las exportaciones, siendo estas el eje del estímulo de la economía alemana. Esta visión ha alcanzado los niveles de dogma, y como tal se reproduce a base de fe en lugar de evidencia científica.

Esta fe ha llevado a que se hayan firmado gran número de contratos bilaterales entre la UE y otros países, así como entre EEUU y otros tantos países. En este mensaje, el estímulo del comercio es la solución a la crisis económica que tenemos. Y ahora el reto mayor –según el pensamiento neoliberal- es aprobar la joya de la corona, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (el TTIP en sus siglas en inglés). Tal tratado se promueve como elemento clave de la recuperación económica, pues facilitaría la recuperación de las tasas de crecimiento económico que Europa solía tener, con la consiguiente creación de empleo. Según la Comisión de Comercio del Parlamento Europeo, “el TTIP podría impulsar la contribución de la industria al PIB europeo, pasando de un 15% a un 20% del PIB en el año 2020, al facilitar la entrada en el mercado estadounidense de pequeñas y medianas empresas, pudiendo tener acceso a un mercado potencial (entre la UE y EEUU) de 850 millones de consumidores”. Es así como se presenta tal tratado por parte del pensamiento hegemónico neoliberal que domina los establishments político-mediáticos a ambos lados del Atlántico Norte.

El elemento central del TTIP (como lo ha sido en tratados anteriores, como NAFTA –entre Canadá, EEUU y México-) es no solo la reducción de aranceles (ya de por sí muy bajos) entre los dos continentes, sino también la homogeneización a ambos lados del Atlántico Norte de las regulaciones en las áreas de actividad económica, que incluyen agricultura, seguridad alimentaria, productos manufacturados y técnicos, servicios (incluyendo servicios financieros), protección de la propiedad intelectual e intervenciones públicas (entre otras), que afectan a la actividad económica privada de cada país.

El secreto como característica del proceso de elaboración de tal tratado

Una característica de la preparación de este tratado es el secretismo que envuelve el proceso, secretismo que, paradójicamente, es defendido por el equipo que prepara tal tratado por la necesidad de proteger a ese equipo de la influencia de los lobbies de las empresas afectadas por dicho tratado. Utilizo la expresión “paradójicamente” porque la evidencia muestra claramente que es precisamente al revés. El secreto favorece a los lobbies, que sí que saben lo que se está tramando, habiendo redactado gran parte de los tratados. Los que no saben su contenido son los ciudadanos y sus representantes de cada uno de los países.

Ello ha quedado claro a partir del último 1º de mayo, cuando Greenpeace de Holanda publicó 248 páginas de los documentos secretos que muestran que la realidad sobre tal tratado es incluso peor que lo que los grupos escépticos habían señalado. Greenpeace Netherlands hizo un gran servicio a las poblaciones a los dos lados del Atlántico Norte al recibir y publicar tales papeles, que contienen los elementos más importantes de los borradores de tal tratado. Lo que esas páginas muestran es el ataque frontal a las medidas de protección del ciudadano que los gobiernos y los movimientos sociales (desde las asociaciones ecologistas a los sindicatos) habían ido consiguiendo a lo largo de estos años en los países de la UE. En breves palabras, lo que estos papeles muestran es que:

1. Las reglas aprobadas para proteger el medioambiente han desaparecido en tal tratado. Reglas tan sencillas (y a la vez tan importantes) como el derecho de los países a proteger la vida humana, la vida animal y la vida vegetal, han desaparecido. El bien conocido Principio de Precaución vigente en la legislación europea permite a los Estados prohibir o limitar la distribución de productos o la introducción de sustancias que pudieran causar daño a la salud humana o a la vida animal y vegetal, incluso en el caso de que la comunidad científica no haya dictaminado de una manera definitiva su efecto nocivo. Este principio es distinto (en realidad, opuesto) al vigente en EEUU, donde el Estado no puede intervenir hasta que no se haya probado definitivamente la nocividad de la sustancia o de los productos. El TTIP adopta el principio vigente en EEUU, desprotegiendo al ciudadano consumidor, trabajador o residente en un territorio. Dejaría de ser práctica común en la UE, entre otras cosas, que se escribiera el etiquetado en los productos alimenticios, por ejemplo, notificando al consumidor que se trata de productos transgénicos. Y así, un largo etcétera.

2. Las reglas aprobadas para proteger a la población frente al cambio climático (como la necesidad de mantener un incremento de la temperatura por debajo de 1,5 grados, tal como se aprobó en la Conferencia de París sobre el clima) no aparecen por ninguna parte en el TTIP. Y sí, en cambio, aparecen normas para eliminar las reglas que obstaculizan y/o frenan la importación de fuentes de energía altamente productoras de CO2.

El debilitamiento del poder público en su potestad de proteger al ciudadano

3. El tratado debilita el papel de los Estados para regular nuevas sustancias que puedan tener consecuencias desconocidas pero preocupantes, como, por ejemplo, la introducción de productos químicos que puedan afectar la producción hormonal en seres vivos.

4. Da gran protagonismo al mundo empresarial privado para que participe en la elaboración de cualquier nueva norma o regla que se establezca, señalando (en los papeles que no estaban destinados a conocerse) el rol que muchas empresas ya han tenido en la elaboración de tales normas. La persona que dirige el área de comercio de la Comisión Europea ha respondido, cínica y antidemocráticamente, a las protestas de asociaciones cívicas diciendo que “la Comisión no recibe su mandato de la población europea” (ver el artículo de Thomas Fazi “TTIP: We Were Right All Along”, Social Europe Journal, 06.05.16).

5. Abre la puerta a un proceso constantemente litigioso, en el que cualquier empresa que considere que las regulaciones existentes en un país afectan negativamente sus intereses, puede llevar al Estado en el que existen tales regulaciones a los tribunales, controlados por agentes próximos al mundo empresarial, que paga a tales agentes. Frente a la enorme crítica sobre la composición y financiación de estos tribunales, estas han variado algo, pero no lo suficiente, porque el tribunal estará todavía sesgado a favor de que las empresas inicien el litigio, pues a mayores litigios, mayores los ingresos de tales tribunales. De ahí que el nuevo cambio en la composición de dichos tribunales, que estarán formados por jueces en lugar de árbitros legales, no resuelva el problema del sesgo de tales tribunales a favor de las empresas, estimulando que favorezcan la actitud litigiosa, en la cual el Estado puede perder muchos millones de euros.

La necesaria defensa de la democracia

En resumidas cuentas, este tratado es un intento descarado de las grandes transnacionales de controlar las economías y las sociedades. Ello explica la enorme oposición que está generando tal tratado. El porcentaje que se opone a él ha pasado de ser en Alemania del 25% en 2014 al 45% en 2015. Un tanto igual en otros países. En Francia, el 54% de la población vive en localidades que se han declarado “TTIP free”, es decir, que no quieren que el TTIP se aplique en su territorio. Y el gobierno francés ha señalado su oposición a tal tratado. Lo que es lamentable es que en el Parlamento Europeo, donde los conservadores y liberales tienen mayoría, la oposición al TTIP sea muy débil. Y lo que es todavía peor es que los socialdemócratas, como síntoma de su neoliberalización, apoyan también tal tratado.

En EEUU la oposición de las clases populares explica el gran éxito del candidato republicano Trump y del demócrata Sanders, y el cambio de actitud de la candidata demócrata Clinton que, de apoyarlo, ha pasado a oponerse al TTIP. En España, el PP, el PSOE, C’s y Convergència lo apoyan, mostrando una vez más que las fuerzas políticas que hacen gala de su nacionalismo y amor a la soberanía nacional son las primeras en apoyar tratados que eliminarían tal soberanía. Es necesario que se recuperen las soberanías populares que frenen una globalización que beneficia única y exclusivamente a las empresas transnacionales cuyos beneficios están basados en la pérdida de derechos laborales y sociales que la población había adquirido.

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