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sábado, 16 de abril de 2016

El regalo de Draghi a las multinacionales


Thomas Fazi , Sin Permiso

El BCE se apresta a comprar títulos de las grandes empresas del continente. La enésima redistribución de riqueza de abajo arriba.

La verdadera novedad de la “super-QE” [“quantitative easing”, flexibilización cuantitativa] anunciada por Draghi el 10 marzo pasado – que luego tiene bien poco de “super”–, más allá del incremento de las compras mensuales de títulos del Estado de 60 a 80.000 millones y del lanzamiento de nuevas TLTRO (Target Long Term Refinancing Operations), en las que los bancos podrán conseguir préstamos del banco central también con tipos negativos (en substancia, aprovechándose de nosotros), consiste sin duda en la decisión de incluir en la “quantitative easing”, además de los títulos del Estado, también las obligaciones societarias (los llamados “corporate bond”) de las grandes empresas industriales, un mercado de cerca de 900.000 millones. Un verdadero maná para las grandes empresas del continente – ¿y no sólo? –, que podrán emitir nuevos títulos y venderlos directamente al BCE (obteniendo directamente de hecho un crédito de la banca central) y/o volver a adquirir los propios “bond” con el tipo de rendimiento actual (en lo que se llama operación de buyback) y colocarlos de nuevo en el mercado a un tipo de interés mucho más bajo (y por tanto a un precio más alto, ya que el precio de los títulos es inversamente proporcional al rendimiento).

Se trata de una medida sin precedentes, que hará que por primera vez que el banco central inyecte dinero directamente en las empresas no financieras (substituyendo de hecho a la banca comercial). No todas, obviamente. Quedan excluidas de las operaciones, de hecho, todas aquellas medianas y pequeñas empresas que – sobre todo en Italia, pero también en otros lugares – representan la inmensa mayoría de las empresas y de los puestos de trabajo y que en su mayor parte se han resentido – y se resienten– de la crisis inducida por las políticas de austeridad.

Una vez más, por tanto, aparece la naturaleza exquisitamente politica – y de clase, podríamos decir – de las opciones aparentemente “neutrales” de política monetaria de los bancos centrales, además de las relaciones de fuerza – entre países así como entre clases – que determinan las opciones de política económica en Europa: como ha revelado Merrill Lynch, en efecto, beneficiarse del “regalo” de Draghi se beneficiarán sobre todo las grandes empresas multinacionales del continente – que no sólo no se han resentido con la crisis sino que recogen los frutos de la deflación salarial perseguida por las clases dirigentes europeas (la misma que deprime los beneficios de las pequeñas y medianas empresas, que dependen de la demanda interna) – y en particular las grandes empresas francesas y alemanas. No hay de qué sorprenderse. Tal como informa un reciente artículo de La Repubblica, Draghi lo llevaba repitiendo desde hace meses:
“Llevaré la compra de bonos de 60 a 70.000 millones, esto es seguro… Pero si quisiera elevarlo a 80.000 forzosamente debería avenirme a las peticiones alemanas y francesas de ampliar el QE a los “corporate bond”.
Y así ha sido. En cualquier caso, no debería irle demasiado mal ni siquiera a las multinacionales italianas. Si la suma de los bonos empresariales “elegibles” franceses es de 209.000 miles de millones y la de los alemanes, de 122.000, nuestras obligaciones cualificadas llegan a los 69.000 millones. Como era previsible, la decisión del BCE de ampliar la QE también a los “corporate bond” ha provocado un aumento de nuevas emisiones, mientras los rendimientos de los títulos caían en picado. Pero no son únicamente los emisores europeos los que se han puesto en movimiento. Se han revisado también los norteamericanos, que desde principios de año han efectuado emisiones de cerca de 30.000 millones de euros, superando los volúmenes del mismo periodo de 2015 de 27.600 millones de euros. De momento, no está claro si la operación del BCE se limitará a los títulos europeos o menos, pero excluir a las sociedades no europeas podría revelarse difícil también desde un punto de vista técnico (considerando que muchas multinacionales estadounidenses poseen sucursales europeas).

Una sola cosa es cierta: una vez más, de los 80.000 millones “impresos” todos los meses por el BCE la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos no verá un euro. Y pensar que hace sólo pocos días Peter Praet, economista jefe de la BCE, ha declarado que el banco central podría «sencillamente distribuir dinero entre la población» si quisiera. Del dicho al hecho, empero, hay un trecho de cuarenta años de redistribución de la riqueza de arriba abajo.

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