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jueves, 17 de marzo de 2016

Stiglitz y la ausencia de justicia intergeneracional

Joseph Stiglitz, Project Syndicate

Algo interesante ha surgido en los patrones de votación en ambos lados del Atlántico: los jóvenes están votando en formas marcadamente distintas a las de sus mayores. Parece que se abrió una gran brecha que divide a los votantes más según la generación a la que pertenecen, y menos por su nivel de ingresos, nivel educativo o género.

Existen buenas razones para esta división. Las vidas de ambos grupos, tanto la de los jóvenes como la de las personas mayores, en la forma que se viven en la actualidad, son diferentes. Sus pasados son diferentes, y también lo son sus perspectivas de futuro.

La Guerra Fría, por ejemplo, había terminado incluso antes de que algunos de los jóvenes nacieran o mientras otros eran todavía niños. Para ellos, palabras como socialismo no transmiten el significado que en alguna ocasión transmitieron. Si el socialismo significa la creación de una sociedad donde a las preocupaciones compartidas se les presta la importancia que merecen – donde las personas se preocupan por otras personas y por el entorno en el que viven – estos jóvenes dicen amén a ello. Sí, es posible que experimentos bajo la rúbrica de socialismo hubiesen fallado un cuarto o mitad de siglo atrás; pero, los experimentos de hoy en día no se parecen a los del pasado. Por lo tanto, el fracaso de dichos experimentos del pasado no dice nada sobre los nuevos experimentos.

Los estadounidenses y europeos mayores de clase media alta han tenido una buena vida. Cuando ingresaron a la fuerza laboral, había puestos de trabajo bien remunerados esperándolos. La pregunta que se formularon en aquel entonces fue qué querían hacer, y no durante cuánto tiempo tendrían que vivir con sus padres antes de conseguir un trabajo que les permitiera mudarse para vivir independientemente.

Esa generación esperaba tener seguridad laboral, casarse durante su juventud, comprar una casa – quizás también una casa de verano – y finalmente jubilarse de manera razonablemente segura. En general, estos jóvenes esperaban encontrarse en una mejor situación que la de sus padres.

Si bien la actual generación de personas con mayor cantidad de años se encontró con baches en el camino; en su mayoría, sus expectativas se cumplieron. Ellos posiblemente obtuvieron más ganancias de capital provenientes de la valorización de sus viviendas en comparación con las ganancias provenientes de sus salarios. Casi con seguridad ellos pensaron que dichas ganancias eran extrañas, pero aceptaron de buen agrado el regalo de nuestros mercados especulativos, y con frecuencia se felicitaron a sí mismos por comprar en el lugar correcto, en el momento adecuado.

Hoy en día, las expectativas de los jóvenes, dondequiera que se encuentren en la distribución del ingreso, son diametralmente opuestas. Ellos se enfrentan a la inseguridad laboral a lo largo de su vida entera. En promedio, muchos graduados universitarios buscarán durante meses antes de que encuentren un puesto de trabajo – a menudo sólo después de haber trabajado como internos en una o dos prácticas no remuneradas. Y, los antes mencionados se pueden contar entre aquellos con buena suerte, porque saben que sus compañeros más pobres, a algunos de los cuales les fue mejor en la universidad, no pueden permitirse el lujo de pasar un año o dos sin ingresos, y que estos últimos, para empezar, no tienen las conexiones para conseguir un puesto no remunerado como internos.

Los jóvenes graduados universitarios de hoy en día están cargados con deuda – y los que son más pobres son los que tienen más deudas. Por lo tanto, no se preguntan cuál es el trabajo que les gustaría; sino, simplemente se preguntan cuál sería el trabajo que les permitirá pagar sus préstamos universitarios, mismos que a menudo serán una carga financiera para dichos jóvenes durante 20 o más años. Del mismo modo, la compra de una casa es un sueño lejano.

Estas grandes dificultades se traducen en que los jóvenes no piensan mucho sobre su jubilación. Si lo hicieran, sólo se asustarían por la cantidad de dinero que necesitarán acumular para vivir una vida decente (es decir, una mejor vida a la que se vive cuando sólo se recibe las prestaciones de la seguridad social), si toman en cuenta en su análisis la posible persistencia de tasas de interés bajísimas.

En resumen, los jóvenes de hoy ven el mundo a través de la lente de equidad intergeneracional. Al fin de cuentas, puede que a los hijos de padres de clase media alta les vaya bien porque ellos heredarán la riqueza de sus padres. Si bien es posible que no les guste este tipo de dependencia, les gustaría aún menos la alternativa: un “nuevo comienzo” en el que las cartas se apilan en contra de lograr algo que se asemeje a lo que una vez se consideró como un estilo de vida de clase media básica.

Estas desigualdades no pueden ser fácilmente explicadas y desechadas. Lo que ocurrió no es que los jóvenes no trabajaron esforzadamente: estas dificultades afectan a los que pasaron largas horas estudiando, sobresalieron en la universidad e hicieron las cosas “bien”. La percepción sobre que existe una injusticia social – es decir, sobre que el desarrollo de los eventos económicos es amañado – se aumenta cuando estos jóvenes ven que los banqueros, que son quienes causaron la crisis financiera, ahora son la causa del continuo malestar de la economía, y que dichos banqueros dejan sus puestos de trabajo cobrando mega-bonos, sin que a casi nadie se responsabilice por sus malas acciones. Se cometió fraude masivo, pero de alguna manera, en los hechos, nadie lo perpetró de manera particular. Las élites políticas prometieron que las “reformas” traerían consigo prosperidad sin precedentes. Y, sí lo hicieron, pero sólo para quienes se encuentran en la parte superior de la distribución de la riqueza, es decir para quienes forman parte del 1% más rico de la sociedad. Todos los demás, incluidos los jóvenes, recibieron inseguridad sin precedentes.

Estas tres realidades – injusticia social en una escala sin precedentes, desigualdades masivas, y una pérdida de confianza en las élites – definen nuestro momento político, y lo definen así de manera correcta.

Más de lo mismo no es una respuesta. Esta es la razón por la que los partidos políticos de centro-derecha y de centro-izquierda en Europa están perdiendo. Estados Unidos está en una posición extraña: mientras los candidatos republicanos compiten en demagogia, con propuestas mal pensadas que empeorarían las cosas, ambos de los candidatos demócratas proponen cambios que – si ellos logran que se aprueben en el Congreso – cambiarían realmente la situación.

En caso de se adopten las reformas propuesta por Hillary Clinton o Bernie Sanders, se podría contener la capacidad que tiene el sistema financiero para aprovecharse de aquellos que ya se encuentran sobrellevando una vida muy precaria. Y, ambos de estos candidatos tienen propuestas para llevar a cabo reformas profundas que cambiarían la forma cómo Estados Unidos financia la educación superior.

Sin embargo, aún queda mucho por hacer para que el sueño de la casa propia sea posible, no sólo para quienes tienen padres que les pueden ayudar con el pago de la cuota inicial, y para hacer que sea posible tener seguridad de jubilación, tomándose en cuenta los vaivenes del mercado de valores y el mundo con tasas de interés cerca de cero al que hemos entrado. Lo más importante es que los jóvenes no encontrarán un camino llano en el mercado laboral, si la economía no se desempeña de mejor manera. La tasa de desempleo “oficial” en Estados Unidos, que se encuentra en un nivel del 4,9%, enmascara niveles mucho más altos de desempleo encubierto, niveles que, por lo menos, entre otras consecuencias, hacen que los salarios se mantengan bajos.

Sin embargo, no vamos a ser capaces de solucionar el problema si no lo reconocemos. Nuestros jóvenes sí lo reconocen. Ellos perciben una ausencia de justicia intergeneracional, y tienen razón de estar muy enojados por ello.

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