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martes, 2 de febrero de 2016

El lado oscuro de la desigualdad y de la crisis

José Blanco, La Jornada

Vincenç Navarro es un erudito catalán: médico, sociólogo y economista, experto en políticas públicas; ha sido catedrático de economía aplicada en la Universidad de Barcelona; actualmente es catedrático de ciencias políticas y sociales en la Universidad Pompeu Fabra y profesor en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. Pasó por universidades de Suecia (Uppsala y Estocolmo), donde estudió economía política, Reino Unido (en la London School of Economics, Oxford y Edimburgo), donde estudió políticas públicas y sociales, y en Estados Unidos donde se doctoró en políticas públicas y sociales en la Universidad Johns Hopkins en 1967.

Ha sido asesor de la Organización de las Naciones Unidas, de la Organización Mundial de la Salud y de diversas administraciones, entre ellas el gobierno de Chile de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende, y del gobierno cubano (sobre la reforma sanitaria), así como del gobierno socialdemócrata sueco. En materia sanitaria también presidió el grupo de trabajo formado en el gobierno de Clinton.

Dice del libro de Piketty (El capital en el siglo XXI) que diversos factores hicieron de esta obra un estudio notable. Uno de ellos es que la gente está harta de los superricos. Y lo que es peor para los superricos es que la gente no cree que la jerarquía social esté basada en la meritocracia. Es decir, la gente no se cree que los superricos merezcan ser superricos, pues no están donde están debido al mérito (es decir, que se lo ganaron), sino a toda una serie de circunstancias que no tienen nada que ver con su mérito, entre ellas haber nacido ya superrico. También una de las tesis centrales de Piketty.

Así, no sorprende que, junto al encomio casi uná­nime de autores y creadores de opinión progresista haya habido ataques furibundos de los portavoces de los superricos, como los del Wall Street Journal –el instrumento del capital financiero en Estados Unidos (EEUU)–, que lo han definido como un panfleto ­comunista.

Pero el que sea una obra de enorme interés no excluye la necesidad de criticarla, no tanto por lo que dice, sino por lo que no dice. “Y voy al grano directamente. El problema del libro es que parece no percibir que no se puede entender el mundo del capital sin entender el mundo del trabajo, ni tampoco cómo los dos se relacionan entre ellos. Ahí está el punto flaco del libro.

El elevado crecimiento del capital especulativo se genera, en parte, como consecuencia de la escasa rentabilidad del capital productivo, resultado de la escasa demanda causada por la disminución de los salarios. De ahí que el gran crecimiento del capital financiero se deba a la necesidad de endeudarse de las familias, resultado del estancamiento o descenso de los salarios. Por otra parte, la baja rentabilidad del capital productivo es lo que genera el crecimiento de la inversión financiera especulativa.

El elevado crecimiento del capital está directamente relacionado con el estancamiento y descenso de los salarios. En los últimos 30 años, como porcentaje del ingreso nacional, las utilidades del capital han ido creciendo, mientras los ingresos del trabajo han ido descendiendo. Las primeras han subido a costa de que las segundas han ido descendiendo. “Es lo que Karl Marx llamó, con razón, explotación de clase, explotación que existe, aunque usted, lector, no la descubrirá leyendo los mayores medios de información y de persuasión. En realidad, esta explotación ha alcanzado niveles récord, que se han ido acentuando durante la crisis. Durante el periodo 1993-2000 (la época Clinton), 45 por ciento de la riqueza creada en EEUU fue a parar al uno por ciento de la población, un porcentaje que subió durante el periodo 2001-2008 (era Bush) a 65 por ciento, alcanzando 95 por ciento desde entonces (era Obama) (ver ‘The Origins of Inequity’, por Jack Rasmus, en CounterPunch 13/5/14)”.

El crecimiento de los beneficios del capital no se ha basado en el crecimiento de las ventas ni en el aumento de los precios, sino en la enorme reducción de los costes de producción, y muy en especial del precio del trabajo, es decir, de los salarios. Hay abundante evidencia que apoya esta lectura del crecimiento de la rentabilidad en el sector productivo, situación que ha alcanzado ahora sus mayores niveles. Es ahí donde el término explotación define mejor que cualquier otro lo que está ocurriendo, término que Thomas Piketty ni siquiera toca.

La base de la crisis actual está en el conflicto capital-trabajo, y debe enfatizarse que el capital ha estado ganando la lucha de clases diariamente, creando la crisis financiera, económica y social que se conoce como Gran Recesión. Pues bien, la solución pasa por revertir esta lucha de manera que los que ahora ganan pierdan y los que ahora pierden ganen. Pero es el tema político sobre el cual Thomas Piketty no dice nada, lo cual es sorprendente, pues en su introducción al libro hace una crítica excelente del conocimiento económico enseñado en la academia de EEUU (y yo diría que también en Europa), vacío y desnudo del contexto político y social que lo determina. Los llamados problemas económicos son, en realidad, problemas políticos, y por mucho que se intente silenciar, la lucha de clases continúa siendo, como bien dijo Karl Marx, el motor de la historia.

No hay novedades de fondo.
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Ver La explotación social como principal causa del crecimiento de las desigualdades

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