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viernes, 20 de noviembre de 2015

Terrorismo en París y fanatismo neoconservador

Michel Warchawski, Viento Sur

Los ataques de los comandos de Daech en París y en Saint Denis provocan en toda persona sensata indignación y cólera: centenares de civiles inocentes han sido masacrados por los asesinos armados con kalachnikovs y una ideología mortífera. Pero no hay que limitarse a la indignación, e incluso ante las imágenes de horror que las cadenas de televisión nos sirven continuamente, tenemos que hacer el esfuerzo de comprender, aunque solo sea para ponernos en guardia contra lo que puede provocar nuevos atentados de este tipo.

El lenguaje utilizado por los asesinos de Daech es el del choque de las civilizaciones. Pero, ¿de dónde viene esta ideología? Ciertamente, no de los barrios populares de Bruselas o de París, como tampoco de las barriadas de Damasco o de las universidades de Túnez. La ideología del choque de civilizaciones nació a mediados de los años ochenta en los think-tank neoconservadores americano-israelíes. Fue Samuel Huntington quien, bajo forma de anticipación, la teorizó. Los políticos neoconservadores, en particular Georges W. Bush y Benjamin Netanyahu, hicieron de ella una estrategia, simplista pero sangrienta.

Según el pensamiento neoconservador, el mundo está dividido en dos (“el eje del bien” y “el eje del mal” tan queridos por el antiguo residente de la Casa Blanca y sus consejeros): de un lado el mundo civilizado, democrático y sediento de libertad y del otro los bárbaros que amenazan esta civilización. Si al comienzo denominaban el eje del mal al “terrorismo internacional”, rápidamente fue reidentificado como el “terrorismo islamista” para convertirse finalmente, en la lógica del choque de las civilizaciones, en el propio islam como amenaza civilizacional. Para los neoconservadores el choque está claramente entre lo que llaman “la civilización judeo-cristiana” y el mundo musulmán.

El corolario de esta división civilizacional del mundo es la guerra global, permanente y preventiva, a la que se lanzan los Estados Unidos y sus aliados, en Afganistán, en Iraq, en Líbano y en Palestina. Millones de muertos, inmensas destrucciones, sumas colosales de dinero derrochadas en la guerra y el armamento para finalmente desembocar en un fracaso estrepitoso: la resistencia de los pueblos ha aguantado al terrorismo de estado global y ha logrado hacer retroceder al Imperio, Bush ha debido dejar su sitio a Barak Obama y la estrategia de la guerra global a una política más sutil hecha entre otras cosas de subcontratación con regímenes locales, grupos paramilitares y otros Estados.

Francia se ha encargado de lo que considera como su coto reservado, el África subsahariana francófona donde fomenta golpes de Estado, arma milicias, y no duda tampoco en bombardear (Libia) e incluso en mandar tropas sobre el terreno, como ocurre en Malí. Igual que el apetito viene comiendo, parece que el ímpetu para bombardear viene bombardeando: frente a la pretendida blandura de Barak Obama, Napoleón-Hollande decide intervenir en Siria, y sembrar allí la muerte y la destrucción. Igual que los Estados Unidos hicieron durante la experiencia en aventuras militares precedentes, los llamados ataques quirúrgicos están cargados de enormes excesos y las “víctimas colaterales” se multiplican.

Pero no existen las guerras unilaterales. Toda agresión provoca tarde o temprano una reacción, ya sea bajo forma de resistencia sobre el terreno o de actos de represalia en la metrópoli imperialista. La matanza de los comandos de Daech en París y Saint Denis es en primer lugar una acción de represalia a las aventuras sangrientas militares de Francia en Siria. François Hollande habría debido aprender del caso israelí que toda agresión provoca una reacción. Cualquiera que sea la correlación de fuerzas: 45 años después del comienzo de la ocupación colonial israelí de Cisjordania y de Gaza, una nueva generación se levanta, con cuchillos de cocina y destornilladores y reduce a la nada la ilusión de una normalidad y la propaganda sobre la seguridad de los israelíes.

Y sin embargo, el gobierno israelí, así como una parte de los medios locales y de la opinión pública de Israel tienen la cara de burlarse estos últimos días de Francia, de su indolencia y de su fracaso en la lucha contra el terrorismo; Netanyahu se ha ofrecido incluso como voluntario para enseñar a las autoridades francesas como se hace frente al terrorismo. Si no estuviera ebrio por la prepotencia y sus propios discursos, el Primer Ministro israelí diría al Presidente francés que nuevas leyes liberticidas, enmendar la Constitución y criminalizar a cualquiera que no tiene una piel blanca, no produce ni el aplastamiento del terrorismo ni más seguridad a los ciudadanos, muy al contrario. Netanyahu es el último en poder burlarse de la “impotencia francesa”: ¡ni siquiera puede parar los ataques con cuchillos de cocina de jóvenes adolescentes palestinos!. Pero algo tiene que decir, cuando los terroristas de París y Saint Denis no le han servido esta vez su plato preferido: el ataque a una sinagoga o un atentado en un hiper de comida kosher al grito de “¡muerte a los judíos!”.

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