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miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Cómo sería el mundo si derrotáramos al Estado Islámico?

Paul Mason, Sin Permiso

La finalidad de la guerra consiste en otorgarte una posición fuerte en una conferencia de paz. En los días en los que la guerra se hacía estado contra estado, eso es lo que los generales solían recordar a los políticos: podemos poner al enemigo de rodillas, pero son ustedes los que tienen que concebir la paz. En algún momento de entre 1991 y 2003, los EE.UU. se olvidaron de este principio y el resultado es la situación que hoy tenemos.

Irak ha quedado efectivamente desmembrado en territorios chiita, kurdo y del Estado Islámico (EI). Hay partes de Afganistán que están siendo reconquistadas por los talibán. La desintegración de Siria ha lanzado a millones de refugiados a Europa, Turquía y Líbano. Y el régimen islamo-fascista del EI ha puesto en escena el primer “ataque depredador” en suelo europeo, matando a gente que había asumido, como el resto de nosotros, que la desintegración de Oriente Medio era problema de otros.

Ahora es problema de la OTAN. En círculos de seguridad británicos, hay una aceptación tácita de que, si quisiera, Francia podría invocar el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que exige que Gran Bretaña preste ayuda militar a un aliado que es objeto de ataque. El Artículo 5 es el disuasor político introyectado en la OTAN en su concepción. Otorga a todos los signatarios el derecho a librar la guerra de modo legal, como acto de defensa propia, de acuerdo con principios reconocidos por la Carta de las Naciones Unidas. Se ha invocado solo una vez: después del 11 de septiembre por parte de los EE.UU.

Evidentemente, hay dificultades legales: el EI no está reconocido como estado, aunque pretenda serlo y controle un área geográfica definida. Sin embargo, los atentados de París quebrantaron claramente “la seguridad del área del Atlántico Norte”, la frase utilizada en el Artículo 5 para definir el objetivo de cualquier represalia. Si los franceses lo solicitaran y los estados principales se negasen, señalarían el fin de la credibilidad de la Alianza. Sea lo que sea, los planificadores militares británicos andarán examinando ahora mismo las opciones sobre qué hacer si Francia pide ayuda militar.

El modus operandi de la OTAN se define en su documento sobre “concepto estratégico”, la última versión del cual se elaboró en 2010. La invasión y conquista de Crimea y el Donetsk por parte de Rusia ya lo había vuelto obsoleto. El despliegue ruso de tropas y aviación en Siria, lo mismo. Pero los atentados del EI en París exigen su urgente revisión.

En lenguaje de la OTAN, fuerzas “móviles y desplegables” quiere decir soldados que mandas a un país extranjero a atacar al enemigo. A partir de ahora, todas las democracias occidentales tendrán que mantener y ampliar esas fuerzas para que puedan desplegarse en el propio país. Francia ha tenido suerte al disponer de un cuerpo de policía paramilitar de toda la vida, junto a unidades militares antiterroristas que, desde el ataque a Charlie Hebdo, habían estado entrenándose para actos como los de Bombay [en 2008]. Otros países europeos habrían estado peor equipados que París para enfrentarse a lo que sucedió.

Pero la escala del replanteamiento militar no es nada comparada con la reconsideración que se necesita tras los atentados de París. Si se han consultado las redes sociales desde el viernes por la noche, se habrá visto una oleada de argumentos tras otra a favor de evitar el combate contra el EI. Fue una “operación con bandera falsa”, aducen algunos; el EI existe porque Occidente armó a los yijadistas suníes, dicen otros.

Luego vienen los agoreros: los que argumentan que el EI está tan profundamente enraizados en aquellas comunidades musulmanas de Europa Occidental que simpatizan con los yijadistas que no se le puede combatir – militarmente o por medio de las labores de inteligencia y policía – sin provocar una guerra civil.

Viene luego – con mayor justificación – el argumento acerca de la causa y el efecto. El EI domina Irak porque lo invadió Occidente, desbarató el poder civil e impuso uno nuevo que fracasó luego. Domina la mitad de Siria porque Occidente aplaudió el levantamiento contra Assad pero no llegó a respaldarlo, mientras Turquía y Arabia Saudí alimentaban al grupo islamo-fascista. Tiene un punto de apoyo en Libia gracias a nuestra muy poco brillante intervención en el país. Y por toda la región atrae a nuevos reclutas, debido a la desestructuración y la pobreza.

Se podría reconocer que todas estas cosas son verdad – de las salvajes teorías de la conspiración a la sociología – y errar el tiro. El EI atacó a civiles independientemente de su postura sobre el Islam o la guerra imperialista; atacó, concretamente, símbolos de un modo de vida laico y liberal. Hizo estas cosas porque es lo que combate: Occidente, su gente, sus valores y su modo de vida.

A la hora de formular la respuesta del Reino Unido – con o sin la OTAN – los problemas son grandes- El electorado desconfía de la acciones militares ofensivas. Teme – y con razón, basándose en la evidencia de Irak y Afganistán – que la guerra expedicionaria cree sobre todo caos y deje espacio al conflicto sectario, al yijadismo y la muerte violenta de civiles. Los electorados occidentales no tienen paladar para la clase de aliados que necesitaríamos a fin de reimponer el viejo “orden” en los territorios en los que opera el EI. Bashar El Assad y Recep Tayyip Erdogan no sólo son violadores en serie de los derechos humanos; cada uno de ellos se ha mostrado dispuesto a atacar a quienes combaten al EI: los kurdos y la Resistencia laica.

Pero el mayor desafío aparece si imaginamos a qué se parecería la victoria. El territorio que mantiene el EI en su poder vuelve a ser ocupado por ejércitos que esta vez pueden resistir a los suicidas portadores de bombas, los camiones bomba y los secuestros que desataría un EI derrotado. Mezquitas y madrasas de toda la región quedan despojadas de sus predicadores yijadistas. Se aplica un programa ingente de desarrollo económico centrado en el capital humano – educación, asistencia sanitaria y construcción de instituciones –, así como en la reconstrucción física. Se crean estados no sectarios, democráticos, en Irak y Siria y un estado del Kurdistán independiente que abarque partes de ambos países. Para lograr esto haría falta desencadenar acciones de vigilancia, de policía y militares a una escala que solo podría ser aceptable para los electorados occidentales si se llevase a cabo con unas contención y una rendición de cuentas que no se demostraron en Afganistán e Irak.

La alternativa consiste en desentenderse, contener al EI, lidiar con los refugiados y tratar de ignorar los videos de decapitaciones.

En realidad esta cuestión solo se le plantea verdaderamente a los tres países que tienen poder diplomático y militar para llevar a cabo acciones de importancia: Gran Bretaña, Francia y los EE UU.

Pero esa no es la pregunta principal que el EI planteó el pasado sábado. La cuestión principal es la que John Maynard Keynes lanzó al liderazgo político británico en 1939: ¿a qué se parecerá el mundo cuando ganemos?

Al responder a ello, la población británica y la norteamericana quedaron persuadidas de soportar la guerra total en la lucha contra el nazismo. De modo que la pregunta hoy no es cuántas bombas queremos lanzar sobre el cuartel general de Abu Bakr Al Bagdadi. Es: ¿qué es lo que queremos para la conferencia de paz y a qué se parecerá nuestra sociedad cuando concluya la lucha?

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