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martes, 22 de septiembre de 2015

Tsipras está destinado a fracasar: los verdaderos vencedores en Grecia son los prestamistas


Yanis Varoufakis, Sin Permiso

Alexis Tsipras ha arrancado una victoria resonante de las fauces de la humillante rendición de julio ante la Troika de los prestamistas de Grecia. Desafiando a los partidos de la oposición, a las encuestas de opinión y a los críticos presentes en sus propias filas (entre ellos, quien esto escribe), se ciñó a un gobierno con una mayoría reducida, aunque manejable. La pregunta es si puede combinar seguir al frente del gobierno con estar en el poder.

Los mayores perdedores fueron los partidos menores que ocupan los extremos del debate que siguió al referéndum. La Unidad Popular fracasó de modo increíble a la hora de explotar la aflicción que sintió una mayoría de los votantes del “No” después del giro radical que dio Tsipras en favor de un acuerdo que recortaba aún más la soberanía nacional y que incrementaba los niveles ya despiadados de austeridad. Potami, partido que se ubica a modo de niña bonita reformista de la Troika, tampoco logró reunir el voto, más reducido, del “Sí”. Con un victorioso Tsipras ahora firmemente al timón con el programa de la Troika, los partidos pro-Troika de última moda no tenían nada que ofrecer.

La gran ganadora es la Troika misma. A lo largo de los últimos cinco años, las proyectos de ley firmados por la Troika se aprobaron en el Parlamento con mayorías absolutamente exiguas, lo que dejó noches sin dormir a sus responsables. Hoy, los proyectos necesarios para apuntalar el tercer rescate pasarán con cómodas mayorías, pues Syriza está comprometida con ellos. Casi todos los diputados de la oposición (con excepción de los comunistas del KKE y los Nazis de Amanecer Dorado) se encuentran también de acuerdo.

Por supuesto, para llegar a este punto, la democracia griega ha tenido que verse profundamente herida (1,6 millones de griegos que votaron en el referéndum de julio no se molestaron en acercarse a las urnas el domingo pasado), lo que no supone una gran pérdida para los burócratas de Bruselas, de Frankfurt y Washington D.C., para los que la democracia parece ser, en todo caso, un inconveniente.

Tsipras debe ahora poner en práctica una consolidación fiscal y un programa de reformas que estaba destinado a fracasar. Las pequeñas empresas sin liquidez, sin acceso a los mercados de capital, tienen ahora que pagar anticipadamente los impuestos del año que viene sobre la base de una proyección de sus beneficios para 2016. Los hogares tendrán que apoquinar escandalosos impuestos sobre la propiedad de los apartamentos sin ocupar y de las tiendas, que ni siquiera pueden vender. El aumento de la tasa del IVA hará que se dispare la evasión del IVA. Semana sí, semana no, la Troika irá exigiendo medidas políticas más recesivas muy antisociales: recortes de pensiones, prestaciones infantiles más reducidas, más ejecuciones de hipotecas.

El plan del primer ministro para capear este temporal se fundamenta en tres compromisos. En primer lugar, el acuerdo con la Troika es un asunto por cerrar, lo que deja lugar para nuevas negociaciones de importantes detalles; en segundo lugar, el alivio de la deuda llegará pronto; y tercero, se afrontará la cuestión de los oligarcas griegos. Los votantes apoyaron a Tsipras porque parecía el candidato que con más probabilidad podía realizar estas promesas. El problema es que su capacidad de llevarlas a cabo se ve gravemente circunscrita por el acuerdo que ya tiene firmado.

Su capacidad de negociación es desdeñable, dada la condición clara del acuerdo de que el gobierno griego debe “acordar con la Troika todas las acciones pertinentes para el logro de los objetivos del memorándum de entendimiento” (nótese la ausencia de todo compromiso de acuerdo por parte de la Troika con el gobierno griego).

Llegará el alivio de la deuda, pero no será terapéutico. El alivio de la deuda resulta importante, en el sentido de que permita menos austeridad (es decir, menos objetivos de superávit primario) para impulsar la demanda y agitar los instintos animales de los inversores. Pero ya hay acuerdo un sobre la severa austeridad (absurdos superávits primarios del 3,5% del PIB de 2018 en adelantes) que disuade a inversores sensatos.

La tercera promesa resulta clave para el éxito de Tsipras. Habiendo aceptado un nuevo préstamo de los de ampliar y fingir que limita la capacidad del gobierno de reducir la austeridad y cuidar de los más débiles, la razón de ser que sobrevive en una administración de izquierdas consiste en enfrentarse a los nocivos intereses creados. Sin embargo, la Troika es la mejor amiga de los oligarcas, y viceversa. Durante los primeros seis meses de 2015, cuando poníamos en tela de juicio el monopolio de la Troika sobre la facultad de dictar medidas políticas en Grecia, sus mayores partidarios dentro del país eran los medios informativos en manos de los oligarcas y sus agentes políticos. La misma gente y los mismos intereses que se han adherido hoy a Tsipras. ¿Puede volverse él contra ellos? Yo creo que sí lo quiere, pero la Troika ya ha inutilizado sus principales armas (obligándole, por ejemplo, a disolver la unidad de delitos económicos, la SDOE).

En 2014, el primer ministro conservador Antonis Samaras se encontró en un callejón sin salida similar, teniendo que aplicar un programa fallido de la Troika. Recurrió a similar lealtad a la Troika mientras hacía una labor de zapa y presentaba peticiones de laxitud, para que no ganara Syriza.

¿Tendrá más éxito Tsipras a la hora de fingir un compromiso con otro fracasado programa de la Troika? Las perspectivas no son luminosas, pero no deberíamos descartarlo. Su suerte depende de que su nuevo gobierno siga vinculado a las víctimas de su acuerdo con la Troika, aplique reformas de verdad para dar cierta confianza a las empresas de buena voluntad para que inviertan y utilice el recrudecimiento de la crisis para exigir concesiones reales a Bruselas. Sería una hazaña. Pero, al cabo la victoria, por dulce que sea, no es la cuestión. La cuestión estriba en marcar la diferencia.

Hablando de diferencias, los conservadores hicieron todo lo posible por proyectar una imagen más suave durante la campaña. Pero, ay, por desgracia para ellos la crisis de los refugiados obligó a su misantropía a salir a la luz. El contraste entre el recibimiento que se le brindó a millares de personas en semanas recientes y los campos que construyó el gobierno de Samarás explica por qué los progresistas decepcionados se inclinaron por volver a Syriza en los colegios electorales.

En raros momentos de inexplicable optimismo, me gusta imaginar que la gentileza hacia los desconocidos en apuros puede ser presagio de una renovada campaña del gobierno griego contra la distópica visión de Europa a ojos de la troika.

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