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sábado, 19 de septiembre de 2015

La carrera global a la baja


Lucia Pradella, Viento Sur

El desempleo ha alcanzado cotas sin precedentes en Europa Occidental, los salarios menguan y los ataques al movimiento obrero organizado se intensifican. En 2013, alrededor de un cuarto de la población europea occidental, unos 92 millones de personas, se hallaba en riesgo de pobreza o exclusión social. Eran unos 8,5 millones de personas más que antes de la crisis. La pobreza, la privación material y la sobreexplotación, tradicionalmente asociadas al Sur, reaparecen en las partes ricas de Europa. La crisis está socavando el “modelo social europeo” y su presunción de que el empleo protege a los individuos de la pobreza. El número de ocupados pobres -trabajadores con empleo que viven en hogares con una renta anual inferior al umbral de pobreza- está creciendo y la austeridad va a empeorar las cosas mucho más en el futuro.

Quienes critican la austeridad alegan que es absurda y contraproducente, pero los líderes europeos discrepan. Durante la última ronda de negociaciones con Grecia, la canciller alemana Angela Merkel declaró que “no es cuestión de varios miles de millones de euros, sino que se trata fundamentalmente de cómo puede la UE mantenerse competitiva en el mundo”. Hay un grano de verdad en esto, pero lo que Merkel no dice es que los trabajadores en Europa, y particularmente en Europa meridional, compiten cada vez más con los trabajadores del Sur. El creciente empobrecimiento y la austeridad en la UE son dos caras de la misma moneda, y ambas reflejan las tendencias estructurales que conducen a la depauperación y a profundos cambios de la economía mundial.

En la sociedad capitalista, los beneficios provienen del trabajo vivo de los trabajadores, de modo que el aumento de la productividad no está destinado a mejorar el nivel de vida, sino más bien a rebajar el salario relativo, es decir, la diferencia entre el valor producido y el valor retenido por los trabajadores. Así, la acumulación de capital tiende a incrementar la polarización entre la riqueza y la pobreza relativas, que pueden coexistir con mejoras del nivel de vida de algunas fracciones de la clase trabajadora. Esta dinámica, así como la relación social subyacente entre trabajadores y capitalistas, no se detiene ante las fronteras nacionales. Para Marx, la depauperación no es simplemente una cuestión de salarios reales de las clases trabajadoras del Norte, sino que implica aspectos cuantitativos y cualitativos del trabajo de los obreros y de las condiciones de vida a escala global y no tanto nacional.

El expansionismo económico y militar es parte integrante de la acumulación de capital, pues permite incrementar el ejército de reserva global de mano de obra explotable mediante la inversión extranjera o la migración. Una mayor oferta de mano de obra permite al capital reducir los salarios y prolongar la jornada laboral, reducir la demanda de nuevos trabajadores e incrementar así la oferta de mano de obra, en un círculo vicioso de sobretrabajo y subempleo o desempleo que opera a escala global.

Integración y globalización

Esta dinámica ayuda a explicar cómo es posible que en pleno apogeo de una de las mayores revoluciones de las tecnologías de la información y la comunicación desde mediados de la década de 1970 el mundo haya experimentado un rápido aumento de la pobreza en el mundo. Incluso el Banco Mundial admite que, sin contar a China, entre 1981 y 2004 la pobreza extrema (personas que viven con menos de 1,25 dólares al día) ha aumentado en todas las “regiones en desarrollo”. Un estudio reciente del Pew Research Center revela que pese a los elogiosos informes publicados sobre una nueva clase media emergente a escala global, si nos basamos en el umbral de pobreza aplicado en EE UU, el 84 % de la población mundial era pobre en 2011 (vivía con menos de 20 dólares al día). Es más, la parte del PIB correspondiente a los salarios ha descendido en la mayoría de países a lo largo de los últimos 30 años –reflejando una pérdida de posiciones del trabajo frente al capital– incluso en regiones en que la pobreza extrema ha disminuido últimamente, como en China, América Latina y Europa Oriental.

Estos procesos de empobrecimiento deben contemplarse en el contexto del ascenso del neoliberalismo desde mediados de la década de 1970 y de los programas de ajuste estructural impuestos por las instituciones financieras controladas por los países del Norte, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Junto con guerras imperialistas y catástrofes ecológicas en algunos países, la neoliberalización ha dado lugar a procesos acelerados de expropiación rural, privatización y reestructuración de la producción, con el consiguiente aumento del número de trabajadores “vulnerables” y desempleados. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, este ejército de reserva industrial mundial abarca actualmente unos 2 400 millones de personas. En 2010 se calculaba que había unos 942 millones de ocupados pobres (alrededor de un tercio de los trabajadores) en el mundo que vivían por debajo del umbral de pobreza de 2 dólares al día. Era tan solo una cuestión de tiempo para que esta creciente depauperación se hiciera palpable en Europa Occidental.

En este proceso intervienen una serie de factores. En respuesta a la disminución de la rentabilidad del capital, el relanzamiento del proceso de integración europea que comenzó a mediados de la década de 1980 y la ampliación de la UE hacia el este en la década de 2000 contribuyeron a la internacionalización del capital europeo occidental. Otro impulso importante lo dio la apertura de China al mercado mundial y su adhesión a la Organización Mundial del Comercio en 2000. La introducción del euro no solo privó a los Estados miembros del sur de la posibilidad de utilizar las devaluaciones competitivas para favorecer sus exportaciones, sino que también redujo los costes de transacción y eliminó las incertidumbres de los tipos de cambio, acelerando los flujos de capitales a los nuevos Estados miembros de Europa Central y Oriental y de modo creciente a Asia. Al mismo tiempo creció la inmigración neta a la Europa de los 15 (EU-15) y con ella la oferta de mano de obra.

El aumento resultante del desempleo en Europa Occidental solo se vio compensado inicialmente y en parte por la tan cacareada expansión del empleo atípico y del sector servicios. La desregulación, la privatización y las reformas del Estado de bienestar y de las pensiones han contribuido en conjunto a incrementar la oferta de mano de obra, mientras que las reformas legales que han cercenado el ámbito de actuación de los sindicatos han erosionado las tasas de afiliación sindical y la cobertura de la negociación colectiva, dando pie al aumento de la desigualdad salarial y de los bajos salarios. Las políticas de inmigración restrictivas y de tintes racistas no pretendían nunca detener la inmigración a la “fortaleza Europa”, sino condenar a los inmigrantes a la ilegalidad y crear un sistema diferenciado de derechos con vistas a estratificar y dividir a la clase obrera.

El gobierno británico de Margaret Thatcher mostró el camino al resto de Europa Occidental. Tras un profundo proceso de conversión en una economía basada en los servicios, en el Reino Unido las tasas de pobreza y de empleo mal pagado (trabajadores que ganan dos tercios de la mediana nacional de renta bruta por hora) casi se han duplicado. A diferencia del resto de Europa, la pobreza laboral comenzó a crecer en Gran Bretaña en la década de 1980, y las jornadas laborales se polarizaron hasta el extremo, no en vano el Reino Unido tiene todavía la semana laboral más larga de los empleados a jornada completa de Europa Occidental (en 2008: 42,4 horas semanales frente a 37,3 horas semanales según convenio).

Alemania emprendió una vía similar tras la reunificación. Aunque conserva una proporción mayor de empleo industrial que la mayoría de los demás países de Europa Occidental, desde finales de la década de 1990 la internacionalización del capital ha contribuido de modo importante al crecimiento de las exportaciones alemanas, al igual que la inmigración. En 2003-2005, además, las “reformas” Hartz I-IV introdujeron cambios en el régimen laboral, obligando a los desempleados a aceptar cualquier puesto de trabajo en cualesquiera condiciones. A resultas de todos estos factores, el sector de bajos salarios en Alemania ha aumentado del 13 % a mediados de la década de 1990 al 20 % en 2005, del mismo modo que la pobreza laboral. La tendencia anterior a la reducción de la jornada laboral también se ha invertido: entre 2003 y 2008, la jornada laboral real de los trabajadores a jornada completa aumentó en promedio 0,8 horas.

Italia ha experimentado tendencias similares en los ámbitos de la reestructuración de la producción y de la inmigración, con la expansión del empleo atípico y la polarización de las jornadas laborales desde finales de la década de 1980; en 2008, los trabajadores a jornada completa trabajan en promedio 39,2 horas a la semana, 0,7 horas semanales más que en 1995. Hasta hace poco, Italia no había conocido una desregulación del mercado de trabajo tan profunda como el Reino Unido y Alemania. El empleo mal pagado en el sector formal italiano (9,5 %) siguió siendo más reducido que en Alemania, que en 2008 mostraba la segunda proporción más elevada de empleos mal pagados de la EU-15 (20,2 %), por detrás del Reino Unido (20,6 %). Sin embargo, Italia tenía una de las poblaciones más extensas y estables de trabajadores ocupados pobres de Europa Occidental, de alrededor del 10 % y en gran parte concentrada en el sur del país. La estabilidad y envergadura de este sector de ocupados pobres en Italia se derivan de la imposición de políticas neoliberales de precarización del empleo y privatización sin la correspondiente compensación mediante prestaciones sociales, y reflejan asimismo la especialización internacional del sistema productivo italiano.

¿Consecuencias desiguales?

El traslado al este de la industria europea, en particular de la alemana, originó un cambio de rumbo del comercio de la periferia meridional hacia la oriental. Los Estados miembros del sur siguieron importando de los países europeos del norte y el centro-este sin encontrar salidas alternativas para sus propias exportaciones. A resultas de ello, la producción y los servicios intensivos en capital pasaron a concentrarse progresivamente en el norte de Europa, mientras que los Estados miembros del sur experimentaron un proceso de merma de la producción. De este modo, la Unión Monetaria Europea amplió en vez de paliar la divergencia de los modelos de especialización de los países del norte y del sur, provocando crecientes desequilibrios entre países con superávit de la balanza comercial y países con déficit.

Muchos académicos, incluso de izquierdas, interpretan estos desequilibrios como un signo de falta de competitividad de las economías del sur de Europa frente a las del norte. Este argumento, sin embargo, limita su análisis al interior de Europa y olvida que lo que produce y exporta un país tiene importancia. La cuestión es que debido a sus estructuras productivas, los Estados miembros del sur, como Grecia, Portugal, España y en parte Italia compiten cada vez más con países en desarrollo, no con el norte de Europa.

Ante la creciente presión tanto en la producción de alta tecnología como de baja tecnología, desde comienzos de la década de 2000 la UE ha perdido cuota de mercado a favor de los BRICS, y de China en particular, que se ha convertido en el mayor exportador de bienes y está ascendiendo en la cadena de valor. Así, pese a que la deslocalización a países de bajos salarios es fundamental para la competitividad de las empresas de Europa Occidental, el ascenso de China y otros países asiáticos está asfixiando a las economías más débiles de la UE. Esto ayuda a explicar las consecuencias agudas pero desiguales de la reciente crisis financiera y económica en los distintos sectores y países de la EU-15. La industria transformadora de la UE es una de las más afectadas, con la pérdida de 4,5 millones de puestos de trabajo entre 2008 y 2012 (lo que equivale al 12 % del empleo en la industria transformadora).

Los grados de desindustrialización varían mucho entre países y en el interior de cada uno de ellos, y los flujos de inversión extranjera directa (IED) procedentes de la EU-15 enfilan cada vez más hacia los mercados emergentes de Asia. Mientras que la inversión empresarial en las economías avanzadas es baja, los mercados emergentes han pasado a ser el principal destino de los flujos mundiales de IED y en 2013 absorbieron el 54 % de dichos flujos. Para mantener la competitividad y la rentabilidad en este contexto, la UE ha incrementado desde 2011 su vigilancia sobre las políticas presupuestarias de sus Estados miembros y ha comenzado a intervenir directamente en nuevas áreas políticas, como la fijación de salarios. Este intervencionismo está asociado directamente a la imposición de la austeridad y de reformas estructurales en Europa occidental, reduciendo el sector público, recortando el gasto público, desmantelando los sistemas de negociación colectiva e incrementando la polarización de jornadas laborales, todo con miras a reforzar el capital de la UE frente a la creciente competencia del Sur.

Estos factores estructurales y políticos subyacen a las diferencias sin precedentes que se dan en las tendencias del empleo y de los salarios en la EU-15 desde que estalló la crisis. En el primer trimestre de 2015, la tasa de desempleo oscilaba entre el 4,7 % en Alemania y el 5,4 % en el Reino Unido por un lado y el 12,4 % en Italia y el 25,6 % en Grecia, por otro. Alemania era el único país de la EU-15 en que el salario real medio había descendido entre 2000 y 2009. En cambio, a partir de 2010 la situación casi se invirtió: el salario real medio aumento un 4,4 % en Alemania mientras se redujo un 2,3 % en Italia, un 4,1 % en el Reino Unido y un 23,6 % en Grecia.

El ejemplo de Italia es particularmente chocante. Siendo China su segunda competidora principal después de Alemania, en Italia la rentabilidad del capital comenzó a caer mucho antes de la Gran Recesión. La producción industrial italiana ha disminuido desde 2008 por lo menos un 25 % y su capacidad industrial un 13 %. El sistema de empleo italiano está atravesando el correspondiente proceso de desregulación, con un mayor aumento del empleo atípico o mal pagado y el declive de los puestos de trabajo mejor pagados. Las intervenciones de la UE en 2011 siguieron erosionando la negociación colectiva y favorecieron la implementación de políticas de ajuste laboral. Reforzando los ataques de Berlusconi al movimiento obrero, los gobiernos de Monti y Renzi han abolido el derecho de los trabajadores a ser readmitidos en caso de despido improcedente y han generalizado el trabajo precario.

En el Reino Unido, la producción industrial sigue estando por debajo de los niveles anteriores a la crisis, y esta última y la austeridad han puesto fin a la capacidad del sector público para compensar a largo plazo la pérdida de empleo en el sector privado. Los aumentos del empleo en el sector privado se han concentrado en puestos de trabajo a tiempo parcial involuntario y temporales y en empleos por cuenta propia, mientras que la austeridad ha presionado a la baja sobre los salarios, las condiciones de trabajo y el gasto social.

En Alemania, la evolución relativamente más favorable del empleo y de los salarios reales es fruto principalmente de la especialización de su industria transformadora en productos de alto valor añadido, que cuenta con mercados en expansión en los BRICS. Sin embargo, incluso en Alemania los salarios aumentan a un ritmo muy inferior al incremento de la productividad y crecen los empleos temporales y mal pagados. Esta comtracción de los salarios explica por qué la pobreza laboral casi se ha duplicado en Alemania entre 2005 y 2013, pasando del 4,8 % al 8,6 %.

En el Reino Unido, los niveles de pobreza laboral son más elevados, aunque relativamente más estables. Esta situación tiene que ver con el hecho de que las tasas de pobreza en la UE se calculan en función de la renta disponible mediana, que disminuye en muchos países, empujando a la baja el umbral de pobreza. La tendencia en el Reino Unido es peor si tenemos en cuenta la grave privación material. Entre 2007 y 2013, la proporción de personas ocupadas que se hallaban en condiciones de grave privación material aumentó un 250 %, del 1,9 % al 4,8 %. En Italia las tasas de privación material grave se duplicaron entre 2007 y 2013, pasando del 4,3 % al 8,6 %, mientras que el nivel de pobreza laboral se acerca al 11 %, más que el promedio de la EU-15, y aumenta a pesar del descenso del umbral de pobreza.

Este proceso común, aunque desigual, de empobrecimiento viene acompañado de una clara tendencia al aumento de la jornada laboral para los ocupados a jornada completa. En Alemania ha vuelto al nivel anterior a la crisis de poco menos de 41 horas semanales, mientras que el Reino Unido asiste al retorno de la “cultura de las horas largas”, pues mientras casi uno de cinco ocupados percibe un salario bajo, un quinto de los ocupados a jornada completa trabajan regularmente más de 45 horas a la semana. En Italia, el porcentaje de ocupados a jornada completa que trabajan más de 45 horas a la semana (un 16,3 % en 2011) casi se ha duplicado desde 2002.

De Europa al mundo

El aumento de la pobreza y de la explotación es fundamental para el capital de la EU-15 con vistas a incrementar la rentabilidad y mantener su posición en la economía mundial. Por eso precisa seguir imponiendo sin contestación y sin interrupción la austeridad y por eso la troika ha sido tan dura con sus exigencias al gobierno de Syriza. La UE quiere dar una lección a los trabajadores griegos que han osado rebelarse y decir “no” a la austeridad, particularmente en un contexto de creciente oposición en España y hasta cierto punto también en Alemania y el Reino Unido. Lo que más teme la clase dominante europea es la radicalización y la confluencia de las luchas obreras en toda Europa y más allá. Al mismo tiempo, la ausencia de un programa radical de ruptura con la eurozona ha llevado a la moderación y las reculadas por parte del gobierno de Syriza, que no ha aprovechado el potencial combativo de los trabajadores.

Los movimientos surgidos en países como Grecia y España han demostrado la posibilidad de superar las divisiones en el seno de la clase trabajadora y de desarrollar formas de poder alternativas a la política institucional. Sin embargo, estos movimientos han permanecido aislados y apenas han recibido apoyo de los trabajadores del resto de Europa. Más recientemente, la solidaridad con Grecia ha sido limitada y no ha dado lugar a movilizaciones sindicales efectivas. Los escasos intentos de impulsar acciones sindicales a escala europea (como la huelga general de noviembre de 2012) no han tenido eco más que en el sur de Europa y las pocas iniciativas de coordinar la negociación colectiva a escala de la UE no han dado resultado.

No obstante, la solidaridad internacional no es un aspecto secundario que pueda posponerse a una fase posterior de la lucha. Estamos ante una crisis estructural internacional y así debe ser nuestra respuesta. Los trabajadores y trabajadoras de Europa se enfrentan a un proceso común, aunque muy desigual, de empobrecimiento que se da incluso en países eficientes como Alemania y el Reino Unido. La lucha por la reducción de la jornada laboral sin merma del salario es esencial para atacar las raíces de la depauperación y para impulsar la solidaridad entre los ocupados y los parados, los precarios y los menos precarios, los hombres y las mujeres, los trabajadores inmigrantes y los nativos.

No se trata de una reivindicación puramente económica. Para hacerla realidad es preciso que el movimiento obrero rechace la lógica de la competitividad nacional y supere sus propias estratificaciones y divisiones. Esto exige comprender que la condición de los trabajadores en Europa Occidental está vinculada directamente a la de los trabajadores y las clases populares de Europa Oriental y del Sur. Oponerse al imperialismo europeo es fundamental para reforzar la resistencia de la clase obrera en la propia Europa Occidental, del mismo modo que la lucha contra el racismo y la islamofobia y por la derogación de las leyes racistas que facilitan la sobreexplotación de los trabajadores inmigrantes. Todas estas demandas pueden materializar el potencial de unas clases trabajadoras cada vez más “multinacionales”, unificando el movimiento obrero dentro de los espacios nacionales y a escala internacional.

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