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lunes, 17 de agosto de 2015

Devaluaciones


León Bendesky, La Jornada

El gobierno chino devaluó el renminbi frente al dólar. Con ello se inició lo que puede ser una guerra de devaluaciones competitivas, como se les llama usualmente a las medidas que toman distintos países para acomodarse a las condiciones del mercado internacional y evitar o reducir las pérdidas en las exportaciones. Esta situación se ha presentado en varias ocasiones en la historia económica reciente, por ejemplo, en Europa entre 1921 y 1936.

El argumento básico de esta política es el de abaratar las exportaciones para hacerlas más competitivas, en este caso se trataría de acomodarse a la apreciación del dólar, principal comprador de productos chinos. Tal apreciación tiene que ver con la muy anunciada normalización de la política monetaria, o sea, el alza de las tasas de interés.

La economía china registra una desaceleración en su crecimiento. El renminbi más barato refuerza su capacidad exportadora (hace más baratos los productos fuera del país) y las exportaciones son el motor de la expansión. Esta aparece como una decisión política pues, en efecto, altera la asignación interna de los recursos hacia el mercado externo en detrimento del interno. Así, se reasignan también los ingresos a favor de un sector y contra otro.

Los chinos tienen enfrente: el dólar más fuerte, la caída de los precios de las materias primas (los commodities), las fluctuaciones de los flujos de capital a escala global y la mayor volatilidad de las monedas. Actuaron, y vale insistir, con una medida política ante lo que era ya un tipo de cambio relativamente fuerte que castigaba la exportación y según este criterio requería un ajuste para depreciarlo.

Así, el gobierno chino presenta su decisión como un medio para la gradual liberalización del renminbi y consistente con las expectativas del mercado. Además, está el asunto de la intención de convertir a esa moneda en parte de las reservas que administra el FMI mediante la canasta de monedas que conforman los derechos especiales de giro. Políticamente está armada la decisión. Lo que debe tratarse es de la voluntad del gobierno de liberar el valor renminbi (que significa la moneda del pueblo).

La intención de la depreciación es mucho más directa, se trata de ajustar a la baja el precio de las exportaciones y prepararse para la posible guerra de devaluaciones, principalmente en Asia (Japón y Corea). Además de los acomodos que ya se están dando, por ejemplo, en América Latina. Es poco creíble que el gobierno chino renuncie ahora, o en un plazo cercano, a reducir siquiera el estrecho control que tiene sobre el dinero y la paridad frente a otras monedas.

Por el lado de Estados Unidos y como se ha comentado ampliamente durante los días recientes, la depreciación del renminbi pone menos presión sobre la Fed para alzar las tasas, o bien, para hacerlo en la magnitud pensada originalmente. El dólar tiene ahora una apreciación adicional frente a la moneda del principal país del que importa mercancías. Cualquier apreciación adicional por la vía de las tasas acrecentará el déficit comercial. Habrá que ver cual será la respuesta del dólar. Estados Unidos ha plateado desde hace mucho que el renminbi está siendo mantenido artificialmente barato, ahora más aún.

Con una devaluación se importa la inflación del exterior. Este proceso se integra a las cadenas de producción nacional y equivale en cierta forma a un aumento de la cantidad de dinero en circulación; hace las veces de una política monetaria menos restrictiva. Claro está que altera la relación de los precios relativos de los productos y servicios, del crédito y de los salarios, y su efecto es desigual en la economía y la sociedad.

También se abaratan las exportaciones. Se privilegia el sector externo con las consiguientes repercusiones sobre los sectores no exportadores y la población que vive de ellos, la inmensa mayoría. Por ello es una decisión técnica con una alta carga política. Los chinos la están haciendo expresamente. Estados Unidos también.

En Mexico la devaluación del peso, mucho mayor que la del renminbi, se presenta como una especie de fatalidad. Cuando menos así aparece en la forma en que la trata públicamente y la administra el banco central y, también, Hacienda. Se destinan reservas para apoyar al valor del peso, sin consecuencias efectivas. Se sabe que la depreciación será aún mayor y que habrá más inflación y altas tasas de interés.

En este caso la devaluación y su efecto inflacionario tienen que ver con el alto contenido importado de la producción, incluyendo las mercancías que se exportan. Cualquier referencia a la ventaja competitiva para la economía que esto puede representar está centrada implícitamente, sobre todo, en el abaratamiento relativo de la fuerza de trabajo. La exportación industrial depende de la recuperación del sector automotriz en Estados Unidos. A ella está anclada la red de proveedores nacionales. Por el lado del turismo, aquellos que más gastan compran sus viajes en dólares o en euros y toda esa actividad está constreñida a los lugares relativamente con mayor seguridad pública.

La política económica en su conjunto está marcada por la fuerte caída de los ingresos petroleros, la devaluación genera más pesos para el fisco pero el peso anda a la deriva. Esto contrasta con las decisiones que expresamente se toman en otros países para gestionar un ajuste derivado de los desequilibrios globales y las presiones eminentemente financieras que se desprenden de las condiciones productivas y fiscales.

Es muy distinto a dejar que los ajustes los definan las fuerzas del mercado, que lo único que no tienen es ser impersonales. La devaluación puede ser un mecanismo defensivo pero sólo en el marco de una política pública bien definida en sus objetivos y en sus instrumentos. Sólo así se puede sacar alguna ventaja, de otra manera los costos serán muy grandes y también la posibilidad de provocar una mayor inestabilidad financiera y más distorsiones en la estructura de la producción y de la distribución del ingreso.

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