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viernes, 24 de abril de 2015

Günter Grass: la muerte de un ciudadano público

Maciek Wisniewsk, La Jornada

Según las agencias, Günter Grass (1927-2015), el gran escritor alemán, poeta, escultor y dibujante, premio Nobel de Literatura (1999), falleció el pasado 13 de abril tras sufrir una infección seria (Ap, 13/4/15). Pero según Bernard-Henri Lévy, Grass murió ya hace tres años, cuando se atrevió a criticar el programa nuclear israelí y calificar a Israel de amenaza a la paz mundial (La primera muerte de Günter Grass, El País, 15/4/12). El filósofo francés tuvo la galantería de escribir primera, pero supongo que con la muerte pasa lo mismo que con otras cosas que realmente importan: la primera es la que cuenta. O al menos eso le hubiera gustado a Lévy y a otros detractores que Grass se ganó abriendo su boca grande a lo largo de las décadas, incomodando, rompiendo silencios y tabúes. Neal Ascherson: Decía cosas que otros no querían escuchar y a veces exageraba un poco (The Guardian, 18/4/15). Fue su manera de llamar la atención, que tenía tanto que ver con su particular y desbordado estilo literario.

Confrontaba a los alemanes con su pasado y herencia nazi; abogaba por cerrar las heridas de posguerra y restablecer las relaciones con Polonia (viniendo de la ciudad libre de Dánzig –hoy Gdansk– y de madre cachuba/polaca); acompañó al canciller Willy Brandt (1969-1974) en su histórico viaje a Varsovia en que éste reconoció las fronteras post 1945 y se arrodilló en el Monumento de los Héroes del Gueto (un gesto simbólico hacia las víctimas del Holocausto que a muchos alemanes les pareció... excesivo); criticaba al mundo por no hacer nada por el desarme nuclear; censuraba al imperialismo estadunidense y soviético, al capitalismo –desde el reformismo socialdemócrata, pero con una mirada bastante aguda– y al comunismo; se solidarizaba con los movimientos de liberación nacional; apoyaba a los disidentes del bloque soviético y defendía a Cuba y Nicaragua; se oponía a la unificación de Alemania –un nuevo Anschluss– diciendo que el horror incomparable de Auschwitz excluye la posibilidad de un solo Estado; luego denunciaba que la limpieza anticomunista resultó ser más dura que el proceso de la desnazificación; abandonó la SPD cuando el partido tomó un giro conservador/neoliberal; se oponía a la guerra en Irak (2003); salía en defensa de las minorías (romaníes y kurdos), naciones enteras (criticando el trato a los griegos, supuestos causantes de la eurocrisis) y medio ambiente (contrastando el pillaje humano con la sabiduría del mundo animal); criticaba a la canciller Merkel por su visión de la democracia al estilo del mercado y su cobardía ante el espionaje de Washington; lamentaba la pérdida de toda una generación de jóvenes europeos (y recordaba 6 millones de parados que llevaron a Hitler al poder); fustigaba los lobbies financieros; abogaba por el asilo a Snowden y advertía que en los múltiples conflictos AD 2015 hay síntomas de la tercera guerra mundial.

Todas estas intervenciones –no libres de contradicciones y/o exageraciones– harían de él un clásico intelectual público, si no fuera por su deliberado antintelectualismo, fruto de su desilusión con la generación anterior de intelectuales pro nazis (Goebbels era un intelectual) y el desencuentro con el movimiento del 68, que tildó de deshonesto (observando cómo algunos de sus hijos –¡Lévy!– se volvieron intelectuales del poder, se entiende...). Grass era más bien un ciudadano público que enturbiaba las conciencias y ponchaba las burbujas del triunfalismo. En una de sus últimas entrevistas subrayaba: Hay que decir las cosas como son. Y dudo que podamos dejarlas libradas exclusivamente a lo intelectual ( El País, 14/4/15). Su lema era: El ciudadano debe mantener la boca abierta. Pero en un caso la mantuvo cerrada casi hasta el final. Nunca ocultó su nazi-entusiasmo juvenil –una autocrítica en que edificó su posición moral–, pero no dijo que también estuvo en la Waffen-SS, revelación tardía ( Pelando la cebolla, 2006; How I spent the war, en: The New Yorker, 4/5/07) que cayó como una bomba. Hasta la izquierda quedó dividida: Christopher enfant terrible Hitchens –otro hijo del 68– lo tildó de bocón e hipócrita; José Saramago o John Berger –tomando en cuenta su trayectoria y su propia explicación– lo defendieron. Timothy Garton Ash, sin ahorrarle críticas concluía que perdió una oportunidad de confesarse en los años 60 y luego sólo quería decirlo antes de morirse ( The New York Review of Books, 16/8/07). Así que cuando publicó un poema-denuncia, Lo que hay que decir ( El País, 3/4/12), criticando a Israel por querer bombardear Irán, a Alemania por venderle submarinos capaces de transportar armas nucleares y a Occidente por su hipocresía, sus detractores la tenían fácil (¡Grass es un cripto-nazi y un cripto-antisemita!). No les importaba que su crítica se centraba en Netanyahu, que diabolizaba a Irán con fines electorales (un cínico show que repitió este año), y que allí dónde exageró –por ejemplo era poco plausible el uso de armas atómicas en ataque preventivo a las instalaciones nucleares– bastaba corregirlo con calma, tal como hizo Uri Avnery, uno de los pocos ciudadanos públicos en Israel (Günter, the terrible, en: Counterpunch, 13-15/4/12).

Una excepción al anti-intelectualismo de Grass fue su excelente diálogo con Pierre Bourdieu (1930-2002), el gran sociólogo francés: un intercambio entre un ciudadano y un intelectual público, dos especies en vías de extinción. Ambos defendían la literatura y la sociología desde abajo (escritas desde el punto de vista de las víctimas) y fustigaban el avance del neoliberalismo; aseguraban que iban a seguir con sus bocas abiertas, a pesar de su tiempo limitado ( The Nation, 15/6/00). Grass –mirando atrás y haciendo la memoria histórica– insistía en eso hasta el final: Vi cómo se desmoronaba la República de Weimar y cómo surgió Hitler porque hubo pocos ciudadanos que la defendieran; por eso siento que necesito comprometerme políticamente como ciudadano, siendo autor y artista. Por eso abro muchas veces la boca aunque haya mucha gente que quiere cerrármela. Hasta ahora no lo ha conseguido ( El País, 14/4/15). Sólo la muerte lo consiguió.
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Ver: Günter Grass: "La Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado"

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