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miércoles, 4 de marzo de 2015

Comercio, dinero y violencia

Alejandro Nadal, La Jornada

La leyenda más importante en teoría económica es que a través del comercio se alcanza la armonía social. El relato es sencillo: los seres humanos tienen una propensión natural a realizar intercambios. Dice Adam Smith que es una facultad privativa de los seres humanos: los sabuesos pueden cazar en equipo, pero nunca nadie vio un sabueso intercambiar un hueso con otro. El mensaje central es que primero vino el trueque y eso generó la división del trabajo, de donde emerge la armonía social como fenómeno natural.

Pero Adam Smith estaba equivocado. La antropología y la historia lo han desmentido.

El trueque no se da inicialmente entre los habitantes de un pueblo o entre vecinos y entre amigos. Para ellos existen relaciones sociales basadas en nexos familiares, de amistad, vecindad y jerarquías institucionales. La paz duradera no se construye con el comercio, sino a través de vínculos de solidaridad, tolerancia y buena voluntad. El trueque sí es muy antiguo, pero se presentó originalmente entre extraños e incluso entre enemigos.

En su libro Deuda: los primeros cinco mil años, David Graeber explica cómo los orígenes del dinero y el comercio están más ligados a la guerra, la violencia y la esclavitud que a los plácidos sueños que dieron origen a la teoría económica. La historia es un largo camino en el que sólo la violencia es capaz de transformar las obligaciones de solidaridad y reciprocidad que existen entre amigos y vecinos en relaciones cuantificables que se explican por el binomio acreedor/deudor. Aquellas obligaciones son impagables, mientras que las deudas son cuantificables. Esto las hace impersonales y transferibles.

Si usted le debe un gran favor o la vida a alguien, usted estará obligado de por vida con esa persona. Esa deuda es impagable. Usted podrá expresar su gratitud constantemente, pero su obligación no se extinguirá nunca. Pero si usted debe mil pesos, esa deuda es transferible y quien sea el nuevo acreedor puede proceder contra usted, independientemente de los vínculos sociales existentes existir entre usted y el acreedor original.

Nunca ha existido una sociedad en la que la armonía social dependiera de un sistema de trueque generalizado. La razón es sencilla: el trueque es por definición el acto en el que ambos polos buscan activamente llevarse la mejor parte. En cambio, los vínculos sociales que se establecen por nexos familiares, amistad y vecindad no son el espacio ideal para tratar de sacar ventaja del otro. El análisis de Caroline Humphrey, de la Universidad de Cambridge, es claro: históricamente el trueque se da entre extraños, entre personas que probablemente nunca se vuelvan a encontrar.

A pesar de estas enseñanzas, una de las justificaciones del proyecto de integración en Europa (y de múltiples tratados de libre comercio) es la idea de que el comercio promueve la paz entre los pueblos. Eso se pensó al lanzarse el proyecto de construcción de la unión europea: el comercio permitiría alcanzar el objetivo escurridizo de una paz duradera.

Pero la historia de Europa revela con claridad que el comercio no conduce a la construcción de vínculos de armonía social. En la segunda mitad del siglo XIX el comercio intra-europeo se desarrolló intensivamente. Europa fue el escenario de una reducción significativa de aranceles comerciales. En 1860 se firmó el acuerdo Cobden-Chevalier, que redujo los aranceles existentes en Inglaterra y Francia. El ejemplo fue seguido en otras partes de Europa y en 1865 la Zollverein (Prusia y los territorios Hohenzollern) firmó otro acuerdo importante con Francia.

Pero en el último cuarto del siglo XIX la expansión económica se frenó y las tendencias proteccionistas regresaron con mayor intensidad. Era el preludio de la primera guerra mundial. El comercio no construyó los lazos para asegurar una paz duradera.

En 2012 el premio Nobel de la paz fue entregado a la Unión Europea por su contribución de seis décadas de paz y reconciliación entre los pueblos de Europa. Qué ironía, pues ese año marca la intensificación de las divisiones entre los pueblos de Europa. Si bien las guerras comerciales vía aranceles y manipulaciones monetarias quedaron al interior de la unión y la eurozona, ese año la guerra de la deuda explotó en grande. Nadie quiere recordar el Nobel de 2012.

Hoy los pueblos de Europa se encuentran más divididos que hace veinte años, tanto entre naciones como al interior de cada estado. No se trata de divisiones superficiales, sino de particiones que revelan discordias profundas, ahora atizadas por una nueva escuela de propaganda económica sobre la necesidad de pagar deudas.

La evolución de la crisis en Europa ha pasado por varias etapas. Lo que primero fue una crisis cocinada íntegramente en y por el sector privado, se convirtió en una crisis de deuda soberana al trasladarse el costo a los pueblos de Europa. ¿Cuál será la siguiente etapa? El espectro de la guerra ronda las fronteras de Europa para recordarnos que los lobos sí realizan intercambios cuando se trata de esferas de influencia o de dividirse continentes enteros.

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