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lunes, 12 de enero de 2015

Joseph Stiglitz: Europa y su lapsus de sin razón

Por fin, los Estados Unidos está mostrando señales de recuperación de la crisis que estalló a finales de la administración del presidente George W. Bush, cuando la casi implosión del sistema financiero conmocionó a todo el mundo. Pero, no es una recuperación fuerte; a lo sumo, la brecha entre donde la economía habría estado y donde está hoy no se está ensanchando. Si se está cerrando, lo está haciendo muy lentamente; los daños causados por la crisis parecen ser a largo plazo.

Sin embargo, podría ser peor. Al otro lado del Atlántico, hay pocas señales de, incluso, una recuperación modesta al estilo estadounidense: la brecha entre donde Europa está y donde habría estado en ausencia de la crisis sigue creciendo. En la mayoría de países de la Unión Europea, el PIB per cápita es menor al de antes de la crisis. Una media década perdida se está convirtiendo rápidamente en una década entera perdida. Detrás de las frías estadísticas, las vidas se arruinan, los sueños se desvanecen, y las familias se desintegran (o no se forman) a la par de que el estancamiento – que llega a ser depresión en algunos lugares – se arrastra año tras año.

La UE tiene una población con gran talento y alto nivel de educación. Sus países miembros tienen marcos legales sólidos y sociedades que funcionan bien. Antes de la crisis, la mayoría de estos países incluso tenían economías que funcionan bien. En algunos lugares, la productividad por hora – o la tasa de su crecimiento – era una de las más altas del mundo.

Sin embargo, Europa no es una víctima. Sí es verdad que Estados Unidos administró mal su economía; pero, no, no es verdad que EE.UU. de alguna forma se las arregló para imponer la peor parte de la caída mundial en los hombros de Europa. El malestar de la UE es auto-infligido, a causa de una sucesión, sin precedentes, de malas decisiones económicas, comenzando por la creación del euro. Si bien el euro se creó con la intención de unir a Europa, finalmente, lo que hizo fue dividirla; y, debido a la ausencia de la voluntad política para crear instituciones que permitan que una moneda única funcione, el daño no se está revertiendo.

El caos actual proviene en parte de la adhesión a una creencia que ha sido desacreditada desde hace ya mucho tiempo sobre que existen mercados en buen funcionamiento que no tienen imperfecciones de información y competencia. La arrogancia desmedida también ha jugado un papel. ¿Cómo, si no, se podría explicar el hecho de que año tras año los pronósticos de los funcionarios europeos sobre las consecuencias de sus propias políticas han sido consistentemente erróneos?

Estos pronósticos no han sido erróneos porque los países de la UE no lograron poner en práctica las políticas prescritas, sino porque los modelos sobre los que las políticas se basaron tienen graves deficiencias. En Grecia, por ejemplo, las medidas destinadas a reducir la carga de la deuda, en los hechos, dejaron al país más cargado de lo que estaba en 2010: el ratio deuda PIB se ha incrementado, debido a que el impacto de la austeridad fiscal lastimó a la producción. Al menos, el Fondo Monetario Internacional ha admitido estos fracasos intelectuales y de políticas.

Los líderes europeos siguen convencidos de que su prioridad máxima debe ser la reforma estructural. Pero los problemas a los que ellos apuntan se habían hecho evidentes en los años previos a la crisis, y en aquel entonces, dichos problemas no detenían el crecimiento. Lo que Europa necesita más que una reforma estructural dentro de sus países miembros es una reforma de la estructura de la propia eurozona, y una reversión de las políticas de austeridad, que han fracasado una y otra vez en su intento por reencender el crecimiento económico.

Se comprobó una y otra vez que los que pensaban que el euro no podría sobrevivir estaban equivocados. Sin embargo, los críticos han tenido razón en una cosa: a menos que la estructura de la eurozona se reforme y la austeridad se revierta, Europa no se recuperará.

El drama en Europa está lejos de terminar. Una de las fortalezas de la UE es la vitalidad de sus democracias. Pero el euro despojó a los ciudadanos – sobre todo en los países en crisis – de cualquier decisión que ellos pudiesen tener sobre su destino económico. En repetidas ocasiones, los votantes echaron a quienes buscaban la reelección, debido a que se encontraban insatisfechos con el derrotero por el que se desplazaba la economía – pero lo que ocurrió fue que el nuevo gobierno continuó por el mismo rumbo, mismo que se dicta desde Bruselas, Frankfurt y Berlín.

Pero, ¿por cuánto tiempo puede esto continuar? ¿Y cómo van a reaccionar los votantes? A lo largo y ancho de Europa, hemos sido testigos del alarmante crecimiento de los partidos nacionalistas extremistas, que se van contra los valores de la Ilustración que son los que han hecho que Europa logre tantos éxitos. En algunos lugares, crecen grandes movimientos separatistas.

Ahora Grecia pone a prueba una vez más a Europa. La caída del PIB griego desde el 2010 es mucho mayor que la caída que enfrentó Estados Unidos durante la Gran Depresión de la década de 1930. El desempleo juvenil es superior al 50%. El gobierno del primer ministro Antonis Samaras ha fallado, y ahora, debido a que el Parlamento no pudo elegir un nuevo presidente para Grecia, se celebrarán elecciones generales anticipadas el 25 de enero.

Syriza, el partido izquierdista de oposición, que se comprometió a renegociar los términos del rescate de Grecia llevado a cabo por la UE, está por delante en las encuestas de opinión. Si Syriza gana pero no llega al poder, un motivo principal será el miedo a cómo responderá la UE ante dicha elección. El miedo no es la más noble de las emociones, y no va a dar lugar al tipo de consenso nacional que Grecia necesita para seguir adelante.

El problema no es Grecia. El problema es Europa. Si Europa no cambia sus maneras de actuar – si no reforma la eurozona y rechaza la austeridad – una reacción popular será inevitable. Grecia podría mantener el rumbo en esta ocasión. Pero esta locura económica no puede continuar por siempre. La democracia no lo permitirá. Sin embargo, ¿cuánto más dolor tendrá que soportar Europa antes de que se restablezca el sentido común?
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Tomado de Project Syndicate. Traducción de Rocío Barrientos

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