Paula Bach, Rebelión
Las intervenciones estatales posteriores al estallido de la crisis de 2008 derivaron en un crecimiento mundial de la economía lento y desigual. Tanto las secuelas de aquellas intervenciones como las tensiones que se instalaron en la arena geopolítica, vuelven a rebotar hoy sobre las tendencias de la economía.
Estancamiento secular es el pronóstico de una reciente publicación que reúne artículos del ex Secretario del Tesoro norteamericano, L. Summers, además de Eichengreen, Krugman, Gordon y otros. El economista francés Thomas Piketty, augura en su Best Seller El Capital en el siglo XXI, un débil crecimiento de la economía mundial para las próximas décadas que daría lugar a desigualdades sociales similares a aquellas de la Belle Époque. El actual vicepresidente de la Fed, Stanley Fisher, se lamenta de que desde 2007-9 "Cada año hemos tenido que explicar a mitad de año cómo el crecimiento global ha sido menor del previsto sólo seis meses atrás".
Como señala Summers en el citado trabajo, la economía norteamericana creció a un promedio de 2% durante los últimos cinco años a pesar de haber partido de un estado de profunda depresión. Anota también que aunque el riesgo de disolución de la Eurozona ya pasó, su crecimiento es gélido y nadie espera que vaya a acelerarse durante los próximos años. La performance norteamericana es inusualmente baja si se la compara con el promedio bastante más elevado de 3,3% durante décadas anteriores. Es cierto que pensado en abstracto, a este ritmo, no podría descartarse que Estados Unidos volviera a los niveles precrisis en unos 8 o 9 años, restituyendo la salud al círculo virtuoso con China y traccionando a la débil economía europea. No es menos cierto, sin embargo, que el tiempo es hoy el bien más escaso de la economía mundial. La carrera contra reloj entre factores coyunturales y estructurales se produce en un contexto que hace temer por la salud de los tibios avances de coyuntura.
La mejora relativa de la economía norteamericana y el descenso de la desocupación permiten la continuidad del tapering (reducción paulatina de los estímulos monetarios) y el plan de incrementos en la tasa de interés para un futuro cercano. Estas medidas buscan desactivar una burbuja en curso. Sin embargo la debilidad de la inversión, los salarios que se encuentran por debajo de los niveles precrisis y el raquitismo de la economía mundial, hacen temer por la incluso débil recuperación norteamericana una vez retirado el pulmotor. La discusión respecto de los verdaderos niveles de la desocupación como síntoma del grado efectivo de la recuperación, se colocó en el centro temático de la Reserva Federal. En Japón las políticas de estímulo estatal conocidas como Abenomics, permitieron salir de la recesión. Pero su contratara es la gigantesca deuda pública del país que está en la base de un reciente incremento del IVA. El aumento -amén de la promesa de un boom de consumo que nunca ocurrió- determinó una fuerte contracción de la economía japonesa que en el segundo trimestre cayó un 6,8% frente a igual período de 2013. El riesgo de burbujas y el incremento de la deuda pública y privada que permitió evitar un escenario al estilo década del ’30, se está transformando hoy en un freno para la recuperación de los países centrales.
Si la relativa estabilización de la economía dio paso a un incremento de las tensiones geopolíticas, esas tensiones están provocando actualmente un efecto rebote sobre la economía. Alemania que a principios de año tenía un pronóstico de crecimiento del 0,8% según datos del FMI, empezó a sufrir las consecuencias del conflicto entre Rusia y Ucrania así como de los acontecimientos en Medio Oriente, enfrentando una desaceleración en el segundo trimestre. Desde la anexión de Crimea, bancos alemanes y franceses, comprometidos en negocios con Moscú, sufrieron importantes pérdidas. El pronóstico de crecimiento del conjunto de la UE que elabora el FMI bajó del 1,1 al 0,6% para este año. El cruce de sanciones entre la UE, Estados Unidos y Rusia amenaza con empeorar la situación. Rusia es el quinto importador mundial de productos agroalimentarios y ya tomó medidas para contrarrestar las sanciones que Occidente le impuso para forzarla a abandonar su apoyo a los separatistas ucranianos. La intención de Rusia de cambiar sus proveedores por Ecuador, Brasil, Chile y Argentina, podría tener un fuerte impacto en Europa debido a que Alemania, España, Polonia y Lituania son importantes distribuidores de alimentos en Rusia. Si esos productos a consecuencia de una menor salida, comenzaran a circular en superior volumen al interior de la UE, podrían incrementar las presiones deflacionarias ya existentes. El crecimiento europeo es demasiado débil y la inflación es demasiado baja. Como consecuencia y como lo hizo saber Draghi en Jackson Hole, en el Banco Central Europeo está en discusión la posibilidad de aplicar nuevas medidas de estímulo monetario. Esto ocurriría si los datos de la inflación de agosto se acercaran en forma clara a un escenario de deflación. Lo nuevo es que esta vez la desaceleración está golpeando ya no sólo a la periferia sino también a los países del centro de Europa.
Tanto los riegos que entrañan las medidas monetarias como las consecuencias de la inestabilidad de la política mundial sobre la economía, están asociadas a las fallas estructurales que puso de manifiesto la crisis de 2008. Entre ellas la escasa inversión, la continuidad del crecimiento ilimitado de los activos financieros o la debilidad de la hegemonía norteamericana. Si es cierto que el capitalismo se encuentra en una fase en la que sólo puede crecer mediante burbujas, como diagnosticara hace un tiempo Summers y si las burbujas deben ser controladas porque generan permanente riesgo de estallido, el pronóstico de estancamiento secular es casi una deducción lógica. Esta idea se apoya en la existencia relacionada de un bajo crecimiento del PBI y los precios, junto a muy reducidos tipos de interés. Cuestión que plantea el riesgo de que cualquier adversidad se vuelva inmanejable, por la imposibilidad de reducir aún más las tasas así como por el peligro de un incremento de las deudas en términos reales en un panorama cargado de presiones deflacionarias. La ausencia de tiempo se explica por ese conjunto de fallas estructurales abiertas que determinan que la coyuntura no pueda actuar de manera efectiva sobre el largo plazo. Y en esa carrera de velocidades se debe anotar también la perspectiva de recomposición de la subjetividad obrera y de los sectores explotados y oprimidos, que al calor de la crisis está dando sus primeros pasos.
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