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lunes, 14 de abril de 2014

Cinco señales de que la recuperación económica puede ser una ilusión

Larry Elliott, The Guardian

La economía global parecía estar convaleciente cuando el Fondo Monetario Internacional se reunió para su reunión primaveral en Washington hace diez años. Alan Greenspan había reducido los tipos de intereses al 1% en los Estados Unidos tras el derrumbe del auge de las punto.com y la mayor economía del mundo había respondido al tratamiento. Gordon Brown era ministro del Tesoro y el Reino Unido se encontraba en su duodécimo año de crecimiento sin interrupción.

Las empresas occidentales se dirigían en manada hacia China ahora que formaba parte de la Organización Mundial del Comercio. Se hablaba de deslocalización, de cadenas de suministro global just-in-time y de mercados de capital integrados. Las expectativas se cifraban en que los buenos tiempos durarían eternamente. No se atendió a la noción de que nos esperaba un fallo total del sistema a la vuelta de la esquina. La fe en las propiedades autocorrectoras de los mercados abiertos era absoluta.

Cuando llegó debidamente el crac, el FMI se autoflageló confesando que había sido reo de pensamiento grupal. Había ignorado las señales de los problemas o había minusvalorado su significado cuando los oteó. El Fondo ha aprendido de esta experiencia algunas duras lecciones. Los riesgos de caída en relación con los pronósticos de su World Economic Outlook (WEO – Perspectivas Económicas Mundiales) semestral se catalogan hoy de forma exhaustiva.

El mundo de 2014 no es diferente del de 2004. El empujón proporcionado por el dinero barato ha hecho que se moviera la economía global. Es baja la inflación medida por el coste de bienes y servicios, pero los precios de los activos están empezando a zumbar. Los mercados financieros han vuelto a sus encantamientos. Se van haciendo tratos y se pagan grandes bonificaciones. La creencia popular es que lo peor ha terminado y que las perspectivas de la economía global se fortalecerán a medida que los problemas que quedan se van poniendo en orden.

Algunos analistas creen que ha vuelto la Gran Moderación – el periodo de baja inflación y continua expansión – tras el hiato causado por el crac.

Los optimistas podrían tener razón. Las recesiones tienden a ser la excepción, más que la regla, y los países acaban por volver a una tasa tendencial de crecimiento. En el Reino Unido es de un 2% o una cosa así; en los EE.UU. es un poco más elevada; en la eurozona, un poco más baja. Podría tratarse del inicio de una larga alza global erigida sobre el cambio tecnológico y la presencia del poder de compra de la clase media en economías de rápido crecimiento de mercados emergentes.

O bien podría ser otro caso de pensamiento grupal.

Imaginemos, por tanto, que en un lapso de cinco años el FMI esté haciendo la autopsia de otro periodo de turbulencia global. ¿Cuáles se diría que fueron las señales de aviso que no se advirtieron durante 2014? He aquí cinco a tener en cuenta.

La primera sin duda ha de figurar en el WEO que se publicará el martes [8 de abril]: la dependencia de la economía global de tipos de interés excepcionalmente bajos. Desde que llegó a su cénit en la década de 1970, la depresión de los tipos de interés ha sido más reducida en cada ciclo subsiguiente y ahora está apenas por encima de cero. Países como Gran Bretaña y los EE.UU. solo han podido volver a su tasa tendencial de crecimiento gracias a periodos de política monetaria cada vez más laxa. Tal como advirtió Adair Turner en su conferencia en la Cass Business School de febrero, con ello se ha esquivado la amenaza de secular estancamiento, pero pagando un precio. La recuperación diseñada por Greenspan fue un ejemplo de "cura-resacas", y lo mismo se puede decir de pleno de la habida desde la Gran Recesión de 2008-09.

La segunda amenaza es un crac del mercado de bonos a medida que los bancos centrales intentan devolver la política monetaria a un marco más normal. Los bancos centrales van adoptando un enfoque más precavido frente a este proceso, mientras la Reserva Federal reduce gradualmente la cantidad de bonos que compra con el programa de facilitación cuantitativa y el Banco de Inglaterra echa mano de previsiones para garantizar a los prestatarios que cualquier aumento de los tipos de interés oficiales sea modesto y gradual.

Se asume que los bancos centrales pueden hacer arrancar la normalización de la política financiera de forma relativamente indolora. Pero esa era la creencia popular hace un decenio cuando Greenspan empezó a meter mano al coste de los préstamos. A la Fed se le había pasado por alto la colosal burbuja que llevaba hinchándose en el mercado inmobiliario y la vulnerabilidad de los prestatarios de subprimes respecto a los precios en caída de bienes raíces que provocaba una política más ajustada.

La razón por la que hay que vigilar los mercados de bonos es sencilla. Al comprar una gran cantidad de bonos, los bancos centrales han hecho aumentar su precio. El rendimiento (tipo de interés) de un bono se mueve de manera inversa a su precio, de manera que al subir los precios de los bonos, cae su rendimiento. Cuando llegue el momento de volver a vender los bonos en el mercado, debería suceder lo contrario. La mayor oferta de bonos deprimirá su precio y hará que se eleve su rendimiento. Si hubiera una avalancha hacia la salida, el aumento del rendimiento de los bonos sería rápido y doloroso.

En ciertos aspectos, los mercados de bonos caedizos son una amenaza demasiado obvia. Un suceso a lo “cisne negro” contiene un elemento de sorpresa, de modo que vale la pena echar un vistazo alrededor para ver si hay una burbuja ahí fuera que le pase a todo el mundo inadvertida, algo tan evidente que nos interpele directamente. ¿Qué tal la fracturación hidráulica? Se supone que la solución a las necesidades energéticas del mundo reside en el petróleo y el gas de esquisto, que es la razón por la que se ha acumulado la inversión en el sector. Sin embargo, la revista Oil & Gas Journal informaba el pasado mes de que 15 empresas de importancia han dado 35.000 millones de dólares por perdidos desde que comenzó el boom. Sacar petróleo y gas del suelo está resultando más costoso y menos rentable de lo esperado. Así que la tercera amenaza es que la fracturación hidráulica demuestre ser las nuevas subprime.

Por último, hay dos problemas de combustión lenta que el mundo ignora por su cuenta y riesgo. En una entrevista con el Guardian la semana pasada, Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, previno contra el riesgo de conflictos por los recursos en el lapso de los próximos cinco a 10 años, a menos que la comunidad internacional se tome en serio lo de enfrentarse al calentamiento global. El catálogo de sucesos meteorológicos extremos – de inundaciones en el Reino Unido a sequías en Australia – está creciendo. La inacción de los responsables políticos respecto al cambio climático es la misma que la de Greenspan en relación a las burbujas de los precios de los activos: enfrentarse al problema en caso de que surja. Ya sabemos todos cómo acabó eso.

Kim afirma también que es necesario actuar contra la creciente desigualdad. Lo mismo dice la directora ejecutiva del FMI, Christine Lagarde. Durante las primeras tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la economía global fue en buena medida la historia de una marea ascendente que elevaba todas las embarcaciones. Ese ya no es el caso, ahora que una minúscula élite se queda con la parte del león del crecimiento global. En la base y cada vez más para quienes se encuentran en la parte mediana, la cosa va de restricciones salariales, elevado desempleo, deuda, austeridad y pobreza. Las 85 personas más ricas del planeta poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, pero parecen inconscientes del riesgo de un extendido descontento social. Lo mismo les pasó, por supuesto, a los Borbones y a los Romanov.
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Traducción para Sin Permiso: Lucas Antón

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