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miércoles, 26 de febrero de 2014

Los cambios del socialismo español durante la transición

Vicenç Navarro, Sistema Digital

En España siempre ha habido, a lo largo de su historia, dos concepciones de España. Una, la España de siempre, continuadora de la España imperial, basada en la Corona de Castilla (lo que explica que la lengua oficial de España sea el castellano), con una visión jacobina del Estado, dominado este por la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos –económicos y financieros– que dominan la vida económica y política del país. Esta España, centrada en Madrid, la capital del reino, es la que tiene como himno la Marcha Real, y como bandera la bandera borbónica. Su jefatura ha ido variando de monarcas a dictadores, y de dictadores a monarcas. Su Estado nunca ha respetado la plurinacionalidad de España. Un indicador de esta visión de España se conserva todavía en su sistema de transporte ferroviario, de claro carácter radial. Ir de Barcelona a Madrid lleva dos horas y media en AVE. Ir de Barcelona a Bilbao, la misma distancia, lleva algo más de seis horas.

La otra visión de España es la republicana y pluricéntrica, que apareció (sin nunca poder desarrollarse), en sus inicios, durante las dos repúblicas, y que ofrecía el potencial de posibilitar otra España, una España más democrática, poliédrica y policéntrica y no radial, laica, plurinacional y federal. Ni que decir tiene que la II República no fue la máxima expresión de esta otra España. Pero sí que permitía poder desarrollar otra vía. Esta otra visión apareció en los programas de la futura España democrática de la mayoría de los partidos de izquierda, incluido el PSOE, en la clandestinidad. Así, el PSOE tenía en su programa el establecer una España federal, en la que cada nación tendría el derecho de autodeterminación (lo que ahora se llama derecho a decidir), definiendo el tipo de articulación con el Estado español que desearan. Este respeto a la plurinacionalidad de los Estados era una característica de las izquierdas.

De ahí que el PSOE, en una fecha tan reciente como octubre de 1974, subrayara en el Congreso de Suresnes que “la definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español” (Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”.

¿Qué pasó durante la transición?

Pero este compromiso desapareció durante la Transición, y ello como resultado en gran parte de las presiones de la Monarquía y del Ejército. De ahí que la Constitución hable de España como la única nación, asignando al Ejército (que era sucesor en aquel momento del Ejército golpista que había realizado el golpe de militar en parte para evitar el establecimiento de la plurinacionalidad de España) la misión de garantizar su unidad. Creer que la Transición fue modélica y que fue el producto del pacto entre iguales es de una inmensa frivolidad. Las derechas, herederas de los vencedores de la Guerra Civil, controlaban todas las ramas del Estado y la gran mayoría de los medios de información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la clandestinidad. No era posible que fuera un pacto consumado entre iguales. Y no lo fue. Las derechas dominaron el proceso y el producto que este determinó: una democracia muy limitada que no resolvió el enorme retraso social de España ni tampoco resolvió su problema nacional. Ni que decir tiene que la democracia, sobre todo en la época de gobierno del PSOE, significó un adelanto de gran valor e intensidad en la historia de España, donde la democracia ha sido una experiencia muy limitada. Y a pesar de los grandes avances desarrollados, el hecho es que el dominio del Estado por parte de las fuerzas conservadoras explica que el gasto público social por habitante sea todavía de los más bajos de la UE-15. Y el tema nacional continúa sin resolverse. Es cierto que el Estado ha sido descentralizado en las CCAA, estableciéndose el Estado de las Autonomías, pero este Estado no ha resuelto el tema nacional. Su “café para todos” no es, como a veces se afirma, una forma de federalismo. Todo lo contrario, diluye, cuando no niega, la plurinacionalidad del Estado. Es más, aun cuando las CCAA significaron una descentralización, el Estado continuó siendo de una normativización muy centralizada. Referirse al Estado español como un Estado federal no se corresponde con la realidad. He vivido en varios países federales y España no es como uno de ellos.

La situación en Catalunya: separatismo o redefinición de España

Por extraño que parezca, en Catalunya el separatismo, en cuanto al deseo de establecer una Catalunya independiente de España, ha sido siempre un sentimiento minoritario. ERC, por raro que parezca, no fue un partido independentista hasta hace poco. Y el President Companys, que fue ministro del Gobierno republicano español, quería establecer un Estado catalán dentro de una federación española. La casi totalidad de las izquierdas catalanas (y las españolas) eran federalistas, no separatistas. Fueron las derechas y algunas voces de las izquierdas nacionalistas españolistas las que, intolerantes frente a cualquier otra visión de España que no fuera la suya, definieron a esas fuerzas políticas como separatistas o incluso anti España. Muchos de estos supuestos separatistas tienen banderas españolas republicanas y banderas catalanas en su tumba. Lo sé porque tengo familiares entre ellos. Murieron por Catalunya y por otra España distinta de la que tenemos.

De ahí que la gran mayoría de las izquierdas catalanas fueran siempre auténticamente y sinceramente federalistas. Y así lo habían sido las españolas hasta que vino la Transición. Ello creó claras tensiones entre el socialismo catalán y el español. El primero quería una España y policéntrica y no radial, que respetara el carácter nacional –es decir, que se la considerase como nación– de Catalunya. El tripartito claramente reflejó esta postura. Y ello no fue debido a la alianza con ERC (que había dejado de ser federalista y que se opuso al Estatuto de Catalunya), sino a la presión del PSC y de los herederos del PSUC (esta última siendo la fuerza política que mejor conjugó la lucha de clases con la lucha nacional). Fue el President Maragall (que siempre tuvo muy mala prensa en el establishment basado en la capital del Reino) el que introdujo el Estatuto que representaba, en su versión original, la postura alternativa y distinta a la España radial. La respuesta de la dirección del PSOE fue decepcionante. Incluso se insultó al President Montilla y a una de las dirigentes socialistas más populares (Manuela de Madre), presentándolos como contaminados por el nacionalismo catalán. Tras esta respuesta estaba la defensa acérrima del nacionalismo españolista, que es el más fuerte, dominante y asfixiante de todos los nacionalismos existentes en España, y que incluso niega ser nacionalista. Los “cepillados” para adaptar el Estatuto a la sacrosanta Constitución y el veto de sus elementos clave por el Tribunal Constitucional del Estado español, eran el indicador para muchos catalanes de que Catalunya nunca alcanzaría a tener la personalidad deseada dentro del Estado español. El enorme crecimiento del independentismo en Catalunya explica el redescubrimiento del federalismo por parte del PSOE, proponiéndose un tipo de federalismo tardío e insuficiente.

Añádase a ello el sinnúmero de artículos en los medios del establishment español, centrado en Madrid, que constantemente insultan a las fuerzas soberanistas, algunas independentistas y otras no, definiéndolas como “insolidarias”, “victimistas”, “egoístas” y una larga retahíla de epítetos que muestran su grado de insensibilidad. Por lo visto, el quejarse del enorme centralismo del sistema de transporte, o que todas las instituciones del Estado central español estén en Madrid, o que el permiso del ministerio se necesite para aprobar asignaturas en un programa docente, se presentan, predeciblemente, como características del “victimismo”. Y así un largo etcétera.

El hecho más llamativo de lo que ocurre en Catalunya

De ahí el creciente hartazgo en Catalunya. El fenómeno más llamativo hoy en Catalunya es el número creciente de personas que se sienten españolas y de izquierdas que no creen que el Estado español tenga la capacidad de transformarse en un Estado auténticamente democrático y federal, con una democracia auténticamente representativa y participativa, con amplias formas de democracia directa, como referéndums, con una política fiscal progresiva, y con un Estado social más desarrollado que el que tiene. Y de ahí que muchos de ellos votarían hoy por la independencia de Catalunya.

Por cierto, que este rechazo y hastío se da también en España, donde el 82% de la población no cree que el Estado los represente. El famoso eslogan “no nos representan” del movimiento 15-M está ampliamente asumido por la mayoría de la población española. De ahí que haya una gran simpatía y afinidad a los dos lados del Ebro en su lucha para cambiar profundamente Catalunya y España. Ayuda a ello el hecho de que la gran mayoría de catalanes no son antiespañoles. El grupo mayor de los distintos grupos que se definen por su identidad son los catalanes que se sienten también españoles. Pero desear (como lo desea la gran mayoría de la población que vive en Catalunya) el derecho a decidir para Catalunya no es ser antiespañol, como maliciosamente se presenta en gran parte de los medios.

Una última observación. Creerse que el movimiento popular demandando el derecho a decidir es resultado de una campaña de la derecha catalana para ocultar sus políticas regresivas es no entender lo que ha estado ocurriendo en Catalunya y en España. No hay duda de que el gobierno catalán así lo intenta. Pero el movimiento surgió mucho antes, precisamente durante el tripartito, y continuará mucho después. En realidad, el sentimiento de empoderamiento que le ha dado a la población el éxito de las manifestacionesexplica que en caso de que el President de la Generalitat cediera y no convocara la consulta, quedaría desbordado por este movimiento, un movimiento que se está radicalizando pues lo que le mueve cada vez más es cambiar Catalunya también. Y es ahí donde las izquierdas catalanas debieran presentarse como lo que son, como las auténticas defensoras de Catalunya, es decir, de las clases populares de Catalunya, mostrando la falta de credibilidad de las derechas catalanas cuando se presentan como las grandes defensoras de Catalunya, llevando a cabo políticas sumamente dañinas para aquellas clases populares. Pero esta labor constantemente se ve dificultada cuando las izquierdas españolas continúan estancadas en su visión españolista de España (habiendo abandonado sus raíces), dificultando la redefinición del Estado español para representar mejor la España real. Dejar a las derechas la defensa de la soberanía de Catalunya es, llámese como se llame, un enorme error político y una renuncia a sus antepasados, pues fueron las izquierdas las que siempre lucharon en Catalunya y en España para que todas las naciones y regiones pudieran estar juntas voluntariamente y no por imposición. Si las izquierdas en España no dejan que la ciudadanía vote en una consulta, se disparará más y más el separatismo independentista, alejándose del socialismo.

Y una última petición. Los ánimos en España y en Catalunya están muy agitados y es casi imposible tener una conversación sin sarcasmos, insultos o notas ofensivas. Creo que, a lo largo de mi vida, he mostrado mi compromiso con Catalunya y con la España republicana, que heredé de mis antepasados. Presentar esta postura, distinta a la ortodoxia, me ha significado una enorme avalancha de ofensas. La clara falta de cultura democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista distintos a los que se suponen oficiales. Pero invito a mis compañeros socialistas del resto de España a que consideren que hay muchas maneras de entender España, y creo que la que han sostenido los equipos dirigentes del PSOE por muchos años dificulta el desarrollo del socialismo en aquellas partes del país que siempre fueron su granero.

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