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viernes, 17 de enero de 2014

Joseph Stiglitz: Malestar avanzado

Joseph Stiglitz, Project Syndicate

La economía recibe a menudo el mote de «ciencia lúgubre» y durante la última media década ha honrado firmemente su reputación en las economías avanzadas. Desafortunadamente, el año próximo no traerá alivio.

El PBI per cápita real (ajustado por inflación) en Francia, Grecia, Italia, España, el Reino Unido y Estados Unidos es menor que antes de la Gran Recesión. De hecho, el PBI per cápita griego cayó casi el 25 % desde 2008.

Hay unas pocas excepciones: Después de más de dos décadas, la economía japonesa parece estar experimentando un giro bajo el gobierno del primer ministro Shinzo Abe, pero, con la herencia de deflación que se acumula desde la década de 1990, el camino de regreso será largo. El PBI real per cápita alemán fue mayor en 2012 que en 2007, aunque un aumento del 3,9 % en cinco años no es algo de lo que se pueda alardear demasiado.

En otras partes, sin embargo, las cosas son verdaderamente lúgubres: el desempleo se mantiene testarudamente alto en la zona del euro y la tasa de desempleo de largo plazo en EE. UU. aún excede por mucho sus niveles previos a la recesión.

Parece que el crecimiento volverá este año a Europa, aunque con tasas verdaderamente anémicas: el Fondo Monetario Internacional proyecta un aumento anual del producto del 1%. De hecho, los pronósticos del FMI han resultado excesivamente optimistas una y otra vez: el Fondo predijo un crecimiento del 0,2% para la zona del euro en 2013, cuando probablemente el resultado sea una contracción del 0,4 %; y un crecimiento del 2,1 % para EE. UU., que parece haber resultado más próximo al 1,6 %.

Con los líderes europeos comprometidos con la austeridad y moviéndose a ritmo glacial para ocuparse de los problemas estructurales debidos a los errores de diseño institucional de la zona del euro, no sorprende que las perspectivas sean tan lóbregas para el continente.

Pero, del otro lado del Atlántico hay motivos para un silencioso optimismo. Los datos revisados para EE. UU. indican que su PBI real creció a una tasa anual del 4,1% durante el tercer trimestre de 2013, al tiempo que la tasa de desempleo por fin llegó al 7% en noviembre: su menor nivel en cinco años. Media década de escasa construcción se ha ocupado en gran medida del exceso de edificación que se produjo durante la burbuja inmobiliaria. El desarrollo de vastas reservas de energía de pizarra (shale) dio a Estados Unidos un impulso en dirección a su tan ansiada meta de independencia energética y redujo los precios del gas a mínimos récord, lo que permitió un atisbo de reanimación de la producción manufacturera. Y la bonanza del sector de alta tecnología se ha convertido en la envidia del resto del mundo.

Aún más importante es que un mínimo de sanidad se ha incorporado al proceso político estadounidense. Los recortes presupuestarios automáticos –que redujeron el crecimiento de 2013 hasta en 1,75 puntos porcentuales respecto de lo que hubiera sido sin ellos– continúan, pero de manera mucho más atenuada. Además, la curva de costos de atención sanitaria –una importante fuente de déficits fiscales en el largo plazo– ha cedido. Ya la Oficina de Presupuesto del Congreso proyecta que el gasto en Medicare y Medicaid (los programas gubernamentales de atención sanitaria para ancianos y pobres, respectivamente) para 2020 estará aproximadamente el 15% por debajo del nivel proyectado en 2010.

Es posible, e incluso probable, que el crecimiento estadounidense en 2014 sea lo suficientemente rápido como para crear más puestos de trabajo de los necesarios para los nuevos ingresantes a la fuerza laboral. Como mínimo, debiera caer la enorme cantidad (aproximadamente 22 millones) de quienes desean un empleo de tiempo completo y no han podido encontrarlo.

Pero debemos poner freno a nuestra euforia. Una cantidad desproporcionada de los puestos de trabajo que están siendo creados son de baja remuneración, tal es así que el ingreso mediano (el de quienes se encuentran en el medio) continúa disminuyendo. Para la mayoría de los estadounidenses no hay recuperación: el 95 % de los beneficios va al 1% más rico.

Incluso antes de la recesión, el capitalismo al estilo estadounidense no funcionaba para una gran parte de la población. La recesión solo puso más al descubierto sus asperezas. La mediana del ingreso (ajustada por inflación) aún es menor que en 1989, casi un cuarto de siglo atrás; y la mediana del ingreso de los hombres es menor que hace cuatro décadas.

El nuevo problema estadounidense es el desempleo de largo plazo, que afecta a casi el 40% de los desempleados, sumado a uno de los sistemas de seguro contra el desempleo más pobres entre los países avanzados, con beneficios que habitualmente finalizan a las 26 semanas. Durante las depresiones, el Congreso estadounidense extiende esos beneficios y reconoce que la situación de los desempleados no es tal porque no buscan empleo, sino porque no hay empleos que encontrar. Pero ahora los congresistas republicanos se rehúsan a adaptar el sistema de desempleo a esta realidad. Con el receso por los feriados, el Congreso entregó al desempleo de largo plazo el equivalente a un telegrama de despido: a inicios de 2014, los casi 1,3 millones de estadounidenses que perdieron sus beneficios de desempleo en diciembre quedaron abandonados a su suerte.

Mientras tanto, uno de los principales motivos por los que actualmente la tasa de desempleo estadounidense es tan baja es que muchas personas han abandonado la fuerza laboral. La participación en la fuerza de trabajo se encuentra en niveles que no se veían desde hace más de tres décadas. Algunos dicen que esto refleja en gran medida la demografía: una mayor porción de la población en edad laboral tiene más de 50 años de edad y la participación en la fuerza de trabajo siempre ha sido menor entre este grupo que en cohortes más jóvenes.

Pero esto simplemente cambia el problema: la economía estadounidense nunca fue buena para reentrenar a sus trabajadores. Los trabajadores estadounidenses son considerados productos básicos descartables, se los deja de lado si no pueden mantenerse al día con los cambios tecnológicos y el mercado. La diferencia ahora es que estos trabajadores ya no constituyen una pequeña fracción de la población.

Nada de esto es inevitable. Es el resultado de malas políticas económicas e incluso peores políticas sociales, que desperdician el recurso más valioso del país –su talento humano– y causan inmenso sufrimiento a las personas afectadas y sus familias. Ellos desean trabajar, pero el sistema económico de EE. UU. les ha fallado.

Así que, con el Gran Malestar que continuará en Europa en 2014 y la recuperación en EE. UU. que excluirá a todos excepto a los más ricos, considérenme lúgubre. A ambos lados del Atlántico, las economías de mercado han fallado a la mayoría de sus ciudadanos. ¿Cuánto tiempo más se puede seguir así?

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