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domingo, 4 de agosto de 2013

Banco del Sur: promesas y realidades

Daniel Munevar, ReTeM

Ya han transcurrido cerca de seis años desde el anuncio de la creación de un Banco del Sur, que tuvo lugar en Buenos Aires en diciembre del 2007. A pesar del paso del tiempo, y como se verá de diferentes cumbres y ratificaciones del compromiso inicial, hoy sigue siendo más una promesa que una realidad operativa y concreta. Para encontrar las razones detrás de esta situación es necesario remontarse a los orígenes de la propuesta y los cambios ocurridos en la región durante este periodo de tiempo.

La iniciativa para la creación del Banco del Sur surgió como resultado del experimento realizado de manera conjunta por parte de Argentina y Venezuela entre los años 2006 y 2007 en la emisión de bonos de deuda conjuntos, bajo el nombre de Bonos del Sur. La posibilidad de obtener recursos de manera conjunta sin someterse a las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional (FMI) abrió las puertas para la discusión de un mecanismo regional mucho más ambicioso bajo el nombre del Banco del Sur.

Por medio del uso conjunto de las reservas internacionales de los países de la región, las cuales estaban experimentando un periodo de rápido crecimiento en el periodo 2006-2008, se propuso el establecimiento de una institución que permitiera el financiamiento de proyectos que aceleraran la integración regional. Tales proyectos debían estar diseñados para ayudar a erradicar las asimetrías presentes en la región, al mismo tiempo que se transforma la matriz productiva para reducir la dependencia de las materias primas. Así mismo el Banco del Sur otorgaría a cada país miembro un voto para asegurar un control democrático de los recursos, rompiendo de esta forma con el modelo de financiamiento del Banco Mundial. Finalmente, en caso de crisis, el Banco se podría constituir en el primer paso para la constitución de un Fondo Monetario del Sur que permitiría utilizar las reservas comunes para defender a los países de la región de ataques especulativos.

Con estas intenciones, la fundación del Banco del Sur tuvo lugar en diciembre del año 2007 con la participación de siete países de la región. (Los países parte del acuerdo inicial son Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela). En el Acta Fundacional de la institución se estipulo el compromiso de lograr un acuerdo para la firma del Convenio Constitutivo en un plazo máximo de sesenta días. Sin embargo el proceso, influenciado por el volátil contexto internacional, tomó cerca de dos años y solo en setiembre de 2009 se logra la firma del Convenio. En este documento se estipula el aporte de los países parte del acuerdo de un capital suscrito por un valor de 7,000 millones de dólares y un capital autorizado por 20,000 millones de dólares. Argentina, Brasil y Venezuela adquieren el compromiso de contribuir cada uno con veinte por ciento del capital suscrito. Para el caso de Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay, el compromiso es del diez por ciento cada uno. Finalmente, el convenio establece una reunión anual del Consejo de Ministros, instancia encargada de fijar las políticas de mediano y largo plazo del Banco.

A pesar de los compromisos adquiridos, la primera reunión del Consejo de Ministros solo tuvo lugar en junio de 2013, tres años después de la fecha inicialmente estipulada. Aunque el Consejo de Ministros ratificó los montos establecidos en el Convenio Constitutivo, no se estableció una fecha para hacer efectiva la transferencia de las contribuciones de capital suscrito. Las dificultades cambiarias que experimentan Argentina y Venezuela, las cuales se han traducido en estrictos controles sobre el manejo de divisas entre 2012 y 2013, aunadas a la falta de interés por parte de Brasil de establecer un Banco del Sur, se convierten en serios cuestionamientos a la capacidad real de los países en la región de poner en marcha el Banco en el futuro cercano. (Durante los últimos años, Brasil ha establecido el Banco de Desarrollo de Brasil –BNDES- como una presencia mayor en el segmento de créditos bilaterales para el desarrollo, llegando a superar en 2009 los montos totales de crédito otorgados por el Banco Mundial. Sus detractores señalan que el gobierno brasileño ha consolidado al BNDES como una herramienta estratégica para apoyar la expansión de compañías brasileñas en la región en términos desfavorables para sus socios comerciales. En este esquema, la entrada en operaciones del Banco del Sur representaría una competencia innecesaria para el BNDES, lo cual explicaría la falta de apoyo de Brasil al proceso.)

Sin embargo, a pesar de estos obstáculos, la agenda inicial que dio origen a las discusiones del Banco del Sur sigue estando vigente. La profundización del modelo extractivista que ha tenido lugar en la región durante los últimos años ha aumentado la dependencia en casi todos los países de los ingresos fiscales y de divisas asociados a las materias primas. Tal situación ha aumentado la vulnerabilidad de países como Venezuela a reducciones en los precios de éstas causando una seria incertidumbre de la capacidad que existe de mantener los actuales niveles de gasto social. En este sentido, la diversificación productiva, tanto desde el punto de vista fiscal, como desde una perspectiva social y medioambiental, debe seguir siendo una prioridad.

Al mismo tiempo, dada la reciente volatilidad causada por el anuncio de la gradual reducción del QE (flexibilización cuantitativa) por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, se hace clara la necesidad por parte de los países de la región de avanzar en la construcción de mecanismos que reduzcan la dependencia del financiamiento externo y de mecanismos de endeudamiento que induzcan a la implementación de condicionalidades. A pesar de que el SUCRE ha logrado un importante avance, al pasar de permitir intercambios comerciales entre países del ALBA por 12.5 millones de dólares en 2010 a 1,065 en 2012, esta iniciativa todavía está lejos de convertirse en un factor significativo en las relaciones comerciales de la región.

Sin un Banco del Sur, la continua dependencia de financiamiento externo y de ingresos asociados a las materias primas pone a la región en una posición muy vulnerable ante un deterioro de la situación internacional. Sin alternativas regionales, otros jugadores internacionales como China han empezado a ocupar este espacio por medio de la provisión de créditos sin condicionalidades pero que profundizan el modelo extractivista sin poner atención a consideraciones medioambientales. En un peor escenario, mayor volatilidad podría inducir a una nueva expansión de la influencia del FMI en la región como tuvo lugar a finales de los noventa.

Ante estas difíciles realidades es necesario avanzar en la construcción de alternativas que respondan a las necesidades históricas de los pueblos de América Latina. Se hace preciso seguir trabajando en la construcción de un sistema regional alternativo de financiamiento de actividades productivas, respetuosas con el medio ambiente, y que permitan una reducción sostenible en los índices de desempleo, informalidad y pobreza en la región. Los países de América Latina requieren seguir reforzando su independencia financiera para evitar que la interferencia del FMI, con sus nefastos efectos sociales, vuelva a tener lugar en la región. Esperemos entonces que la voluntad política para respaldar las promesas iniciales del Banco del Sur logre concretarse en hechos específicos antes de que sea demasiado tarde.

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