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lunes, 26 de agosto de 2013

Asia, a las puertas de una crisis que amenaza la recuperación europea

El despertar de la zona del euro, apenas iniciado el trimestre pasado tras año y medio de recesión, puede verse prematuramente truncado por lo que ocurra a miles de kilómetros de distancia, en las economías emergentes, las mismas en las que el mundo desarrollado ha confiado para salir de una crisis que lo tiene atenazado desde 2008. Ahora, por el contrario, son los países en desarrollo, especialmente los asiáticos, los que están en riesgo de una profunda desaceleración, cuando no caída, de su PIB, acompañada de una peligrosa fuga de capitales. Y esas turbulencias se notarán en todo el mundo.

El epicentro del huracán, por segunda vez en los últimos 13 años, vuelve a encontrarse en Estados Unidos, concretamente, en manos de un expresidente de su banco central, la Reserva Federal (Fed). No pocos expertos culpan a Alan Greenspan de alimentar la crisis de las hipotecas basura con una política de tipos de interés casi nulos, a principios de la década pasada, cuando en Estados Unidos no había riesgo ninguno de recesión.

Ahora es Ben Bernanke quien está al frente del Comité de Mercado Abierto de la Fed y quien puede desencadenar las convulsiones, en este caso, por su intención de poner fin a una estrategia monetaria al estilo Greenspan, orientada a estimular el crecimiento del PIB estadounidense.

A finales de año es más que probable que Bernanke decida poner fin a su política de expansión cuantitativa (llamada quatitative easing originalmente) que lo ha llevado a adquirir masivamente durante años deuda pública del país.

Ante ese afán de la Reserva Federal por acaparar el máximo de papel emitido por el Tesoro estadounidense, los bancos y fondos de inversión de todo el mundo vieron un negocio en sacar de sus balances esa clase de activos y vendérselos directamente a la Fed.

Paralelamente, estos inversores seguían interesados en adquirir deuda pública y encontraron muy atractiva la propia de los países emergentes. Así, sólo en el año 2012, uno de los más duros de la presente crisis, casi 200.000 millones de euros dejaron atrás Estados Unidos y la zona del euro del euro para refugiarse en Asia o América Latina. Allí se ofrecía "liquidez, crecimiento y políticas fiscales y monetarias dirigidas por mano de hierro", tal y como publicitaba a sus posibles clientes un conocido gestor de renta fija hace tan solo un año.

Ahora que la política expansiva de la Fed parece tener los días contados, es previsible que esos cuantiosos flujos de dinero sigan circulando, pero en sentido inverso: hacia los países desarrollados. Todas las ventajas que supone el regreso de tanto capital se pueden ver ensombrecidas por el desencadenamiento de una crisis en una zona clave para la economía global, dado su peso en el comercio y su actividad inversora. No en vano el ímpetu del PIB de los emergentes, especialmente los asiáticos, ya no es el que era. China es un ejemplo paradigmático: sus autoridades estiman que este año el crecimiento rondará el 7%, nada que ver con las tasas de dos dígitos con las que apabullaba al mundo hace tan solo tres años. Otras economías, como Tailandia, ya se encuentran en franca recesión, y hay visos de que más, como la propia de Malasia, están a punto de hacerlo.

Tomando una perspectiva más amplia, un reciente estudio de la firma de inversión Bridgewater Associates pone de manifiesto cómo, por primera vez desde 2007, el conjunto de las economías desarrolladas está contribuyendo en mayor medida al crecimiento del PIB mundial (2,01 puntos porcentuales en el segundo trimestre de este año) que las emergentes (1,43). En suma, hay ya un proceso de desaceleración económica en marcha en Asia que las consecuencias del cambio de política de la Reserva Federal únicamente va a contribuir a exacerbar. Y la situación se puede poner peor si los Gobiernos de los países emergentes reaccionan con apresuramiento a los acontecimientos, como ha ocurrido en otros momentos semejantes de la historia.

Así, ha sido frecuente que los Gobiernos intenten frenar la sangría de recursos por la vía rápida, y la más eficaz a la hora de poner nerviosos a los mercados, esto es, prohibiendo la repatriación de capitales. Ante una decisión así, inmediatamente se resentirán las cotizaciones en bolsa de las empresas occidentales que tengan inversiones en los emergentes, que son todas las importantes.

Los bancos centrales también pueden precipitarse, ya que una vez que los inversores empiecen a darles la espalda para beneficio de los países desarrollados, el tipo de cambio lo notará. En otras palabras, las divisas de los gigantes asiáticos y de los más pequeños tigres que los acompañan sufrirán fuertes depreciaciones. De hecho, la rupia india acumula una caída del 28% contra el dólar en los últimos dos años y recuerda a los primeros años de la década de los 90, cuando la situación se volvió tan peliaguda que Nueva Delhi necesitó pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI). Ante esa situación, una reacción casi instintiva de un banco central pasa por contraatacar con fuertes subidas de los tipos de interés, lo cual resulta nefasto para las economías que están ya en proceso de desaceleración. Todavía están por verse las decisiones que tomará la institución que será la gran catalizadora del cambio, la Fed estadounidense, pero lo cierto es que la evolución que muestran las bolsas en los países emergentes demuestra que la posibilidad de una nueva crisis allí iniciada es completamente real. No en vano, el año pasado los parqués de una veintena de países considerados emergentes aún registraban ganancias que contrastaban con las caídas de los índices europeos.

En lo que llevamos de 2013, las tornas giran en sentido contrario y ahora son 13 los países en desarrollo cuyos mercados de valores acumulan pérdidas en lo que llevamos de ejercicio. Entre los números rojos, llaman especialmente la atención las caídas del 13% en China o de casi el 5% en Corea del Sur.

Sólo en algunos casos excepcionales continúan acumulándose cuantiosas ganancias, como el 55% que aún arroja el mercado en Arabia Saudí. En los países desarrollados, sin embargo, la tendencia es completamente la contraria. En años recientes, existen abundantes ejemplos de crisis generadas en países emergentes que han convulsionado a la economía internacional. De hecho, estos fenómenos llegaron a ser tan familiares para los economistas que acuñaron una nomenclatura particular para denominarlos, basado en la palabra efecto acompañado por la referencia a una bebida típica del país en el que nacieron las convulsiones.

Así, el efecto tequila bautizó a los problemas financieros que acosaron a México en 1994, cuya gravedad fue tan importante que llevó al Congreso de los Estados Unidos a movilizar cuantiosos créditos en beneficio del país vecino.

Muy cercano en el tiempo tuvo lugar el desarrollo del efecto caipirinha de Brasil, que también deparó repercusiones en Argentina. Fuera de Latinoamérica, hubo un efecto vodka en Rusia cuando la crisis en el mercado de materias primas, del que Moscú tiene una amplia dependencia debido a sus importantes reservas de combustibles fósiles, se desató. En esos tiempos, la inflación llegó a rondar en el país el 90% de tasa anual.

Esas turbulencias, a su vez, tuvieron mucho que ver con la crisis financiera asiática del verano de 1997, considerada como la primera de la era de la globalización y que hizo dispararse los niveles de pobreza en países directamente afectados como Tailandia o Malasia.

Dentro de un panorama en general plagado de dificultades como es el propio de Asia, hay un país que resulta especialmente preocupante para los analistas. En concreto, los últimos informes de economía internacional de La Caixa hacen hincapié en los desequilibrios fiscales que presenta India, a lo que se suma el hecho de que su Gobierno puede tener importantes dificultades internas para hacer frente al cambio de ciclo.

Entre los problemas más urgentes de la democracia más poblada del mundo figura el déficit público: a finales de marzo, según los datos más actualizados, el agujero rozaba el 5% del enorme PIB indio. El objetivo del Gobierno consiste en terminar este ejercicio con unos números rojos, como máximo, del 3,2%. Parece una tarea más que complicada, en la medida en la que implica una reducción de una tacada de 70.000 millones de dólares.

El tipo de cambio también constituye otro de los frentes abiertos. Por ejemplo, la rupia se encuentra en el entorno de los 64 billetes verdes, todo un mínimo histórico. Los expertos de UBS consideran más que factible que en los próximos meses se mantenga en 70 dólares.

No en vano, la divisa estadounidense vuelve a ser "la reina, la moneda refugio mundial" tal y como pone de manifiesto Indranil Pan, consultado por Bloomberg, analista del Indranil Pan, del Kotak Mahindra Bank de Bombay. En otras palabras, los capitales están ya fluyendo de vuelta hacia Estados Unidos.
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Tomado de El Economista

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