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martes, 9 de julio de 2013

El estado crítico de la hegemonía estadounidense

David Brooks, La Jornada

Unos 33 mil ricos –0.1 de la población– compraron las elecciones nacionales de Estados Unidos el año pasado, mientras los ingresos de los ejecutivos empresariales se incrementaron aún más en 2012; un banco trasnacional que lavó fondos en este país para narcotraficantes y mafiosos fue, en esencia, perdonado a cambio de un poco de lana; todo esto mientras un sector secreto del gobierno espió, sin permiso de nadie, a la mayoría de ésta y otras poblaciones. Para colmo, a la vez que se ofrecen discursos en el extranjero sobre el apego al derecho internacional, la defensa de los derechos humanos y la democracia, en los hechos hay demasiadas contradicciones como para que las palabras tan elocuentes tengan credibilidad.

Todo esto tendría que estar en cualquier lista de síntomas para diagnosticar si una democracia se encuentra en estado crítico.

Según la Fundación Sunlight, 31 mil 385 personas –una décima parte del uno por ciento de la población de Estados Unidos– aportaron casi 30 por ciento de los 6 mil millones de dólares en contribuciones a las elecciones federales en 2012 (presidenciales y legislativas). O sea, este grupo, muy exclusivo, que ni siquiera llenaría un estadio de futbol y está compuesto por gente que, según Sunlight, tiene poco en común con el estadunidense promedio, ya que proviene de las ciudades más grandes y trabaja en las empresas más poderosas, como Goldman Sachs y Microsoft, determinó en gran medida el resultado del ejercicio en el que, se supone, el pueblo es el jugador principal. La contribución media de los integrantes de ese club de donantes fue de 26 mil 584 dólares, poco más de 50 por ciento del ingreso medio de una familia estadunidense. Ningún legislador del Congreso ganó su elección sin la asistencia financiera de ese grupo elite de donantes.

Hablando del uno por ciento, a pesar de un crecimiento económico anémico, con millones batallando contra el desempleo y la pérdida masiva de sus ahorros desde la gran recesión, los 200 ejecutivos en jefe en las empresas más grandes recibieron un incremento de 16 por ciento en su remuneración total en 2012 –con el paquete de pago ejecutivo medio llegando a 15.1 millones de dólares, reportó el New York Times. Lawrence Ellison, fundador y ejecutivo en jefe de Oracle, ocupa el lugar número uno, con un pago total por sus servicios de 96.2 millones de dólares. Para ellos, la palabra crisis no existe.

Según cálculos del Instituto de Política Económica, la remuneración para ejecutivos en jefe durante 2012 fue 202.3 veces más que lo que gana un trabajador típico, nivel mucho más alto que en los años 60, en los cuales los ejecutivos percibían como máximo 18.3 veces más que un trabajador típico. No sorprende que la distribución del ingreso en este país esté así: el 10 por ciento más rico obtiene 48 por ciento, mientras el 90 por ciento restante comparte el 52 por ciento del ingreso total.

Mientras tanto, el gigantesco banco trasnacional HSBC logró resolver su problema legal pagando 1.92 mil millones de dólares a las autoridades, sin tener que enfrentar cargos criminales por haber lavado miles de millones en fondos provenientes del narcotráfico en México y Colombia, y negocios de país bajo sanciones económicas por posibles actividades terroristas. Si uno es integrante del uno por ciento, la justicia no es igual para todos.

En el ámbito internacional, Washington continúa amenazando a países latinoamericanos para que no permitan el tránsito o sean destino del fugitivo Edward Snowden, acusado de ser espía por haber revelado secretos de que Estados Unidos podría estar violando los derechos de millones de ciudadanos y espiando poblaciones de cualquier otro país, al parecer, que se le antoje. Mientras Washington intenta enfocar la atención sobre Snowden, el asunto más grave es lo que el fugitivo reveló: un aparato masivo de vigilancia y espionaje a ciudadanos aquí y todas partes del mundo, y con ello engaños y falsedades por los más altos funcionarios ante representantes del pueblo sobre todo esto. Lo que vemos aquí, una vez más, es una corriente autoritaria en la vida política estadunidense, en la cual los oficiales políticos más poderosos no pueden cometer delitos y hacer maldades. Los únicos delitos políticos provienen de los que revelan y agresivamente desafían a esos funcionarios, escribe Glenn Greenwald, columnista de The Guardian, quien publicó las revelaciones iniciales de Snowden.

A la vez, con la gran preocupación por la democracia en el mundo, el Wall Street Journal, en su editorial sobre la crisis política en Egipto, concluyó que los egipcios tendrían suerte si sus nuevos generales gobernantes resultaran estar en el molde de Augusto Pinochet, de Chile, quien tomó el poder entre el caos, pero contrató a reformistas de mercado libre y asistió el parto de una transición a la democracia. O sea, ¿la recomendación de uno de los medios nacionales más importantes en este país democrático son 17 años de dictadura, junto con tortura, desapariciones y asesinatos de miles?

Éstos son sólo algunos de los más recientes indicadores de la condición democrática de Estados Unidos; mucho de ello no sorprende a estas alturas. Lo que no deja de sorprender es, por ahora, la falta de una reacción masiva de la ciudadanía estadunidense al ver su democracia en un estado tan deteriorado.

Sin embargo, hay señales de vida: migrantes luchan por justicia económica y social en todos los rincones del país (continuando la tradición estadunidense de más de un siglo); miles de ciudadanas y una legisladora en Texas batallan por el derecho al aborto ante un bastión del poder conservador; un coro de millones canta, junto con Bruce Springsteen, versos furiosos ante injusticias sociales; un artista, con la ayuda de la comunidad, crea un monumento a Antonio Gramsci en uno de los barrios más pobres del país: el South Bronx.

Los pueblos de repente sorprenden, como se ha demostrado en estos últimos días en diversos países, a sus vigilantes.

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