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sábado, 13 de julio de 2013

Acciones para reequilibrar la economía

Robert Skidelsky, Project Syndicate

Todos sabemos cómo empezó la crisis económica global. Los bancos ofrecieron demasiados créditos al mercado inmobiliario. El estallido subsiguiente de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos provocó la quiebra de los bancos porque la actividad bancaria se había hecho global y los grandes bancos tenían créditos malos mutuos. La quiebra de la banca originó una crisis de crédito. El crédito se agotó y las economías empezaron a contraerse.

Así pues, los gobiernos rescataron a los bancos y las economías, lo que produjo una crisis soberana de deuda. Como todos están concentrados en el desapalancamiento, las economías no se han recuperado. Gran parte del mundo, sobre todo Europa, pero también los Estados Unidos, aunque menos seriamente, sigue estancado en prácticamente un bache.

Entonces, ¿cómo salimos de este bache? El debate conocido trata de austeridad y estímulo. Los partidarios de la austeridad piensan que solo el equilibrio de los presupuestos públicos y la reducción de las deudas nacionales restablecerán la confianza de los inversionistas. Los keynesianos piensan que sin un programa grande de estímulo fiscal –un aumento deliberado pero temporal del déficit– las economías europeas y estadounidenses seguirán sumidas en la recesión en los siguientes años.

Yo soy de los que piensa que es necesario un estímulo fiscal para recuperarse de la crisis. No creo que la política monetaria, ni aunque sea poco ortodoxa, sea suficiente. Es poca la confianza para que los bancos comerciales creen crédito indispensable a fin de regresar al pleno empleo y al patrón de crecimiento previo a la crisis; por muchos cientos de miles de millones de la moneda que sea que los bancos centrales les proporcionen. Estamos volviendo a aprender que los bancos centrales no pueden crear el nivel de crédito que deseen.

Así pues, como Paul Krugman, Martin Wolf y otros, yo ampliaría los déficits fiscales, en lugar de reducirlos. Soy partidario de esta idea por la vieja razón keynesiana de que estamos padeciendo una carencia de demanda agregada, que el efecto multiplicador es positivo y que la manera más efectiva de reducir la deuda privada y pública en uno o dos años es mediante medidas que estimulen ahora el crecimiento del ingreso nacional.

Sin embargo, el argumento entre los partidarios de la austeridad y los keynesianos sobre cómo estimular la recuperación sostenida se cruza con otro debate. Llanamente, ¿qué tipo de economía posterior a la recuperación queremos? Es ahí donde la economía se convierte en política económica.

Aquellos que piensan que todo estaba bien en la economía antes de la crisis salvo los créditos irracionales que ofrecían los bancos, están convencidos de que evitar crisis en el futuro demanda solamente una reforma de la actividad bancaria. La nueva ortodoxia reformada es la “regulación macroprudencial” de los bancos comerciales por parte del banco central. Algunos irían más lejos y nacionalizarían los bancos o los dividirían. Pero su horizonte de reforma está igualmente limitado al sector bancario, y pocas veces preguntan qué fue lo que provocó el tan mal desempeño de los bancos.

De hecho, es posible considerar el crédito excesivo bancario como un síntoma de fallas económicas más profundas. El economista Thomas Palley lo percibe como una manera de contrarrestar el crecimiento de la desigualdad de ingresos, en donde el acceso al crédito asequible sustituye la garantía fallida de bienestar de la democracia social. Así pues, las reformas demandan una redistribución de ingresos y riqueza.

Las políticas redistributivas y las orientadas al estímulo se combinan bien porque se esperaría que aumentaran la demanda agregada en el corto plazo (debido a una menor tendencia de las familias de bajos ingresos al consumo) y minimizaría la dependencia de la economía en el endeudamiento financiero en el largo plazo. El perjuicio inicial de la confianza del sector empresarial provocado por impuestos más altos sobre la riqueza se equilibraría con la perspectiva de un consumo global mayor.

Otros argumentan que deberíamos tratar de reequilibrar la economía no solo entre riqueza y pobreza, sino entre consumo de energía y ahorro de energía. La premisa de la agenda ambiental económica es que hemos llegado a los límites ecológicos de nuestro actual modelo de crecimiento, y que necesitamos encontrar maneras de vivir con un menor uso de fuentes de energía no renovable.

Por ello, las políticas de estímulo deberían estar orientadas a fomentar no solo la demanda per se, sino también a impulsarla, pero de forma respetuosa con el medio ambiente. Por ejemplo, los ecologistas son partidarios de un transporte municipal gratis en las ciudades más importantes. En general, señalan que necesitamos más empeño no más autos, por lo que los fondos de los programas de estímulo deberían destinarse a la salud, educación y la protección del medio ambiente.

La verdad es que cualquier política de recuperación impulsada por aspectos fiscales está destinada a tener implicaciones reformistas. Por esta razón, los partidarios de la austeridad están en contra de ella y porque incluso aquellos que aceptan el supuesto teórico de un programa de estímulo insisten en ponerla en aplicación únicamente mediante la política monetaria.

Reequilibrar la economía mediante un menor consumo de gas y un mayor ahorro de energía –y de menor consumo privado a más de tipo público– acabará finalmente por alterar los fines de la política económica. Maximizar el crecimiento del PIB dejará de ser la prioridad número uno, en cambio, será algo que podríamos llamar “felicidad” o “bienestar” o “buena vida”.

El supuesto radical es que la economía previa a la crisis estalló no por errores evitables en el sector bancario, sino porque el dinero se había convertido en el único árbitro de valor. Así pues, debemos ser decisivos en la búsqueda de la recuperación, pero no de una manera en la que solamente se reproduzcan las fallas estructurales del pasado.

Como lo ha señalado acertadamente Dani Rodrik: “si la economía consistiera meramente en la maximización de los beneficios, sería solo otra forma de llamar a la administración de empresas. Es una disciplina social y la sociedad tiene otras formas de contabilizar los costos además de los precios del mercado.”

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