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jueves, 10 de enero de 2013

Grecia y el futuro de Europa

Costas Douzinas, Sin Permiso

En el verano de 1918, Constantinos Kavafis se reunió con E.M. Forster en Alejandría. Kavafis comparó los griegos con los ingleses. Ambos pueblos se parecen, son listos, ingeniosos y atrevidos. “Sin embargo, hay una diferencia. Los griegos estamos en la quiebra más absoluta. Rece, mi querido Fortster, rece para que jamás se encuentre usted en el trance de perder su patrimonio”. Giorgio Agamben, al comentar la misteriosa afirmación de Kavafis, escribió: “Lo único cierto es que desde [1918] todos los pueblos de Europa, y acaso del mundo entero, estaban en bancarrota”. Grecia se declaró en quiebra en el año 2010, aunque de un “modo ordenado” y sólo temporalmente. Una quiebra temporal se parece a una muerte temporal. Es para siempre.

¿Qué ocurriría si Grecia, y quizá Europa entera, hubiera quebrado no económicamente sino moral, cultural y políticamente? ¿En qué consiste la ganancia si los griegos pagan sus deudas, coadyuvan a la supervivencia del euro y pierden su alma? La bancarrota política y moral es algo que no sólo persigue a los griegos sino a Europa entera. Grecia constituye el futuro de Europa. Y ya se sabe que en el futuro lo mejor y lo peor siempre van de la mano. Empezaré por lo peor.

Los efectos acumulados de las tres fases de aplicación de medidas de austeridad están dando resultados pavorosos. El primer memorándum impuso recortes en los salarios y pensiones de los empleados públicos de hasta un 50% y una pérdida estimada de 150.000 empleos. El segundo programa imperativo de medidas de ajuste se dirigió al sector privado y disminuyó el salario mínimo en un 32%, abolió la negociación colectiva y otros sistemas de protección laboral vigentes desde hacía muchas décadas. Estas medidas fueron acompañadas de aumentos en los impuestos directos e indirectos, en las tarifas de los transportes públicos y en los peajes de las autopistas, así como un muevo gravamen sobre la propiedad articulado a través de la factura eléctrica. Los bienes y edificios aún de titularidad pública, comprendiendo puertos, aeropuertos e incluso islas, se privatizarían a precio de saldo. La acrópolis será el próximo. La economía se contrajo un 24% en sólo cinco años, la mayor caída que se haya producido en cualquier país en tiempos de paz. En 2012, la tasa de desempleo ronda el 25%, y alcanza el 55% en el caso de los jóvenes que buscan trabajo. Conlleva la muerte de una generación entera, un genecidio, si se me permite el neologismo. La austeridad ha conducido a una crisis humanitaria de una magnitud descomunal que afecta a los que han perdido su vivienda y que ha provocado un aumento de las enfermedades mentales y los suicidios hasta niveles sin precedentes. Los hospitales no pueden funcionar por no disponer de las medicinas más básicas, las escuelas no disponen de libros de texto ni petróleo para calefacción, los comedores populares no han dejado de proliferar, con dos millones de personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza.

¿Cómo pudo llegarse a esta situación tras tal cantidad de importantes reuniones al más alto nivel y análisis concienzudos de los expertos? No es necesario ser un sabio para explicarse este fracaso estrepitoso. Los recortes en el gasto público y los aumentos de impuestos durante una depresión siempre contraen la demanda, aumentan el desempleo y detienen el crecimiento. Los ingresos fiscales caen, mientras los gastos por prestaciones por desempleo y otras partidas sociales se disparan. El déficit aumenta, los objetivos de la política fiscal se incumplen, lo cual lleva a aplicar nuevas medidas de austeridad para tratar de reducir la brecha. Se trata de una espiral viciosa dictada por la idolatría tóxica de la teoría económica dominante. Si los funcionarios del Fondo Monetario Internacional fueran estudiantes de primer curso de Economía, sin duda habrían suspendido sus exámenes. Desgraciadamente, su diktat ha provocado que muchos suspendan sus vidas.

Pero el fracaso y la responsabilidad de la elites griegas es si cabe aún mayor. Fueron los políticos, banqueros y patrones de los medios de comunicación quienes acabaron poniendo su país de rodillas tras 40 años de ejercicio inmisericorde de su capitalismo corrupto y clientelar. Harán lo imposible para retrasar el final inexorable de su modus vivendi. Grecia constituye un caso de manual de un proceso de descomposición moral y colapso político de un sistema de poder. Existes muchas evidencias de que el gobierno griego maquilló las cifras macroeconómicas en 2001 para conseguir entrar en el euro. La espiral imparable de créditos y acumulación de deuda fue entonces utilizada por las elites gobernantes para engrasar a fondo los mecanismos clientelares. El gobierno de Papandreu actualizó las cifras del déficit, pasando del 3% al 15,4% y provocando así la intervención europea. Para taparlo todo, cada paquete de medidas que se aprobaba significaba un aumento de la deuda. En 2009, la deuda griega representaba el 120% del Producto Interior Bruto. Al año siguiente ya estaba en el 190% y, tras un sufrimiento indecible de una docena de años, puede que en 2021 se haya reducido al 125%, es decir por encima del guarismo del año 2009. Las medidas de austeridad son un multiplicador de la deuda, que no deja de aumentar y actúa como la metástasis de un tumor maligno. La sociedad griega se está hundiendo antes nuestros ojos y la única respuesta consiste en más préstamos para refinanciar los préstamos antiguos, lo cual aumenta la cuantía global de lo que se debe. Es como tomar prestado de la Visa para cancelar la deuda de la Mastercard.

He denominado la combinación de neocolonialismo europeo y obediencia servil de la elite griega “el deseo de deuda”. Y al ser un “doble genitivo”, el deseo de deuda nos obliga a hacernos dos preguntas a la vez: ¿Quién deseó la deuda y qué desea la deuda? La única explicación coherente consiste en que las elites deseaban la deuda, primero a través de su insensata borrachera de gasto y endeudamiento y después a través de los deliberados incrementos en el cálculo de la misma. ¿Qué desea la deuda? Puesto que los griegos son deudores, entonces los griegos deben destruir lo viejo y adoptar valores económicos, culturales y morales radicalmente nuevos. Como el platónico pharmakon, la deuda es veneno y cura, maldición y bendición, causa de pasión y a la vez de resurrección.

La austeridad apunta a una reestructuración entera de la vida en el capitalismo tardío sumido en una crisis crónica. Las prácticas laborales se van pareciendo cada vez más a las de China. La urdimbre moral de las relaciones sociales entre las personas, los lazos de amistad, solidaridad y hospitalidad que aun persistían del periodo previo a la modernización capitalista están siendo debilitados. La moralidad dominante es ahora el cinismo y el nihilismo. La austeridad puesta a prueba en Grecia se exporta ahora a Portugal, Irlanda, España, Italia y Gran Bretaña. Lo que nos espera es la reinstauración de un capitalismo victoriano a través de un Estado autoritario. Grecia puede ser el futuro de Europa.

Ahora las buenas noticias. La contratapa de la edición griega de un libro que publiqué el mes de diciembre de 2011 dice: “Europa utiliza Grecia como conejillo de indias para experimentar las condiciones de la reestructuración del capitalismo tardío en crisis. Lo que no esperaban las elites europeas y griegas era que el conejillo de indias tomara el mando del laboratorio, echara a los científicos ciegos y empezara un nuevo experimento: su autotransformación de objeto a sujeto político. El significado y límites de la democracia se renegocian en el lugar en el que ésta nació”. Algunos amigos me dijeron entonces que estaba siendo demasiado optimista o, aún peor, que había perdido contacto con la realidad. En ese momento el movimiento de protesta estaba prácticamente inactivo, había regresado la habitual melancolía de la izquierda.

¿En qué basaba mi optimismo? La actitud de resistencia contra las medidas de austeridad se había robustecido durante los años 2010 y 2011. Se habían producido más de 25 huelgas de un día, ocupaciones de ministerios, declaraciones de rebeldía contra el pago de los nuevos impuestos sobre la propiedad, los aumentos de las tasas de transportes y los peajes de las autopistas, además de muchos otros actos de desobediencia civil. Pero no se había conseguido ningún cambio significativo en las políticas gubernamentales. En mayo de 2011, la resistencia parecía haber descarrilado, un síntoma del regreso de la sólita melancolía de la izquierda. Algo cambió el 25 de mayo con la ocupación espontánea de la plaza Syntagma en el centro de Atenas, así como con ocupaciones ocurridas en unas sesenta ciudades por grupos de personas que se autodenominaban aganaktismenoi (indignados), en homenaje a los indignados españoles. Ese gran grupo estaba formado por personas de ideologías muy diversas, e incluso por algunas que no se adherían a ninguna ideología en particular, por mayores y jóvenes, desempleados y clase media, griegos y extranjeros. La ocupación rechazaba la lógica de la representación, la ideología de partido o el liderazgo político al uso, y en cambio daba pie a la participación pública de grandes partes de la población que hasta entonces no se habían movilizado políticamente o que sólo habían sido votantes de los partidos establecidos. La ocupación duró tres meses. En parte como resultado de aquella ocupación, el gobierno de Papandreu dimitió dos veces, una en el mes de junio y la definitiva en noviembre. Significó un recordatorio de que los gobiernos occidentales también pueden caer cuando abandonan los principios básicos de la democracia, la decencia y la independencia.

Hablé en la plaza Syntagma el pasado mes de junio. Los pocos que aquel día habíamos tenido la suerte de que saliera nuestro número para poder dirigirnos a los asistentes estábamos nerviosos y mostrando cierta ansiedad. Me llamó la atención un hombre agitado y tembloroso con evidentes síntomas de pánico antes de realizar su discurso. Cuando llegó su momento se expresó con gran precisión y claridad en cada frase y en cada párrafo, y logró presentar un completo y persuasivo plan para el futuro del movimiento. “¿Cómo pudo hacerlo tan bien?”, le pregunté después. “Le aseguro que temía que acabara derrumbándose”. “Cuando empecé a hablar”, me dijo de un modo calmado, “estaba pronunciando las palabras pero alguien estaba hablando en mi lugar. Un extraño que habitaba en mi interior iba apuntándome qué decir”. Esta transubstanciación, el extraño que hay en mi, es lo que significa la de- y la re-subjetivización, la extirpación de las personas de la economía del deseo-consumo-frustración del capitalismo biopolítico y de su transición a la regeneración moral y política.

En Syntagma y otros espacios ocupados me acordé de los escalofriantes y excitantes días de 1973. Las ocupaciones de las facultades de Derecho y de la Politécnica en Atenas fueron las espoleta que precipitó la caída de la dictadura militar. Los estudiantes salieron a las calles con la frente muy alta, cargados con pesados tomos de textos académicos, signos de identidad y orgullo. En 2011, en medio de la catástrofe que estaba asolando Grecia, la gente sonreía de nuevo a los extranjeros en plazas y calles, con aquella mirada brillante tan distinta de la mirada vacía prevalente hoy en Grecia.

Mi optimismo quedó confirmado por los apabullantes resultados de Syriza, el partido de la izquierda radical, en las elecciones de 2012. ¿Existía algún tipo de vínculo entre la resistencia y los resultados electorales? Al fin y al cabo, los viejos partidos siguen en el poder. Pero son como zombis. Trataré de explicarme. La resistencia que llevó al final de la guerra civil se dividió entre una derecha victoriosa y una izquierda derrotada. Pero la situación actual lleva a que personas que tienen posiciones ideológica opuestas y trayectorias históricas dispares se hayan encontrado de pronto en el mismo lugar. Un desempleado izquierdista sufre lo mismo que uno de derechas; los intereses comunes de clase se han vuelto más importantes que las antiguas rivalidades. Tras Syntagma, el sistema de poder imperante tocó a su fin. Sólo faltaba el empujón final. El 6 de mayo y el 17 de junio la multitud de las plazas se convirtió en un solo pueblo y votó masivamente a la izquierda. La democracia directa adquirió su homónimo parlamentario.

¿Por qué Syriza y no cualquier otro partido contrario a las medidas de austeridad? Los miembros del partido estuvieron con la resistencia desde el principio sin ninguna pretensión hegemónica. Syriza no trató de liderar ni de utilizar las plazas para reclutar gente. En segundo lugar, Syriza había adoptado internamente la ideología del pluralismo y la democracia directa mucho antes de la crisis. El partido es una coalición de doce partidos y grupos que aúnan eurocomunistas, ecologistas, post-marxistas, demócratas radicales y post-anarquistas. Están permitidas las tendencias y las facciones. Se trata de un “nuevo tipo” de partido que se ha desprendido de las características propias de un partido leninista y se aproxima cada vez más a la forma de proceder de las multitudes y las dinámicas organizativas de las ocupaciones. Las plazas han visto en Syriza su elección obvia. Se ha desarrollado una doble estrategia que avanza en paralelo: movilización social y presencia parlamentaria, democracia directa y democracia representativa, presencia en el Estado y actuación contra el mismo. El encuentro entre las ocupaciones y la izquierda radical tuvo mucho de fortuito; en realidad fue algo preparado por “la astucia de la historia”.

Por utilizar una expresión que a buen seguro provocará más de una sonrisa en los labios de muchos marxista o de algunos cínicos, el final del sistema de poder es un asunto de necesidad histórica. Históricamente, las revoluciones triunfaron cuando un sistema de poder había terminado su recorrido y se había convertido en obsoleto y dañino. Esto es lo que ha ocurrido en Grecia. Pero la necesidad histórica no es suficiente. Además, se requieren otros tres elementos: una voluntad popular fuerte, una agente político preparado para tomar el poder y, finalmente, un catalizador que combine los elementos anteriores para que el fuego prenda en ese combustible. Los tres elementos han convergido en Grecia: la voluntad popular encarnada en la resistencia, Syriza como agente político y las medidas de austeridad que conducirán a que finalmente en Grecia haya el primer gobierno de izquierda radical en Europa. ¿Está preparada la izquierda para este cometido? ¿Cómo podrá lograrlo?

La estrategia de la izquierda debe mitigar los efectos catastróficos de la austeridad a la vez que debe empezar a tratar de zurcir los profundos desgarros existentes en el tejido social. Acabar con la corrupción, así como con los impuestos abusivos sobre deudas impagables y penalizar la evasión fiscal son medidas evidentes. Pero un gobierno de este tipo no puede, y no debe, basarse en la idea de un regreso gradual a la normalidad. Deberá hacer frente a una Unión Europea hostil; el tiempo político será muy apremiante. Las medidas paliativas y las acciones de alcance limitado contra la austeridad no serán suficientes. La izquierda se verá obligada a orientarse hacia un orden socialista democrático, algo que no ha ocurrido anteriormente y para lo que no existen ni ensayos ni experiencias previas. La experiencia, energía y recuerdo de la resistencia y de las ocupaciones son los mejores avales para esperar que se pueda ejecutar con éxito.

¿Cuáles son las lecciones que podemos sacar de lo ocurrido en las plazas? En primer lugar, el redescubrimiento de los valores de la actividad pública, de la colaboración y de la igualdad. Lugar, tiempo e intensidad fueron fundamentales. Lugar: la localización en una plaza como algo opuesto al Parlamento creó un nuevo espacio fluido y abierto de poder político. Tiempo: el tiempo lineal del trabajo se convirtió en el tiempo teleológico de la praxis. Finalmente, la intensidad de la proximidad física y emocional, creada por un deseo político común, tuvo las características propias de un poder constituyente [1]. La composición social del capitalismo post-fordista significa que ha tocado a su fin la etapa en que los líderes, tanto de los partidos políticos como de los sindicatos, pretendían representar a sujetos políticos sólidos y conscientes. Cooperación y trabajo en red, solidaridad y organización horizontal, compartir conocimiento y aptitudes son ahora los principios rectores. Las plazas transfirieron estos valores del trabajo a la política, dando un vuelco al orden jerárquico, a los métodos disciplinarios y la gestión autocrática del capitalismo. La izquierda debe adoptar y difundir el espíritu de las ocupaciones a través de los campamentos virtuales y las reuniones locales, de las asambleas en barrios, suburbios y ciudades, de las redes de solidaridad y las actividades culturales. Los principios de las ocupaciones temporales deben convertirse en el rasgo permanente de la política. La forma de vida social (el ethos) del trabajo horizontal debe institucionalizarse y difundirse, manteniendo activa la ciudadanía de las plazas.

“Nosotros somos las plazas, estamos por todas partes”, debe ser el principio orientador. La extensión de estas ideas debe llegar a todas las áreas de la vida económica, social y cultural. Las iniciativas desde abajo, la democracia directa, la colaboración física y virtual, al poner en común las personas y las aptitudes podría revivificar el disuelto sentido de comunidad. Todas las empresas económica y socialmente provechosas podrían estar basadas en estos principios. Los trabajadores de la empresas cerradas, por ejemplo, podrían tomar el mando de las mismas y gestionarlas en régimen de cooperativa. Un banco especial, fundamentado en una fiscalidad solidaria y con impuestos especiales sobre los ricos financiaría proyectos que promovieran la colaboración y el trabajo en red. Las “universidades de las plazas” difundirían concepciones alternativas que cuestionarían la supuesta objetividad de los expertos. Los métodos democráticos directos podrían introducirse en los gobiernos locales e incluso potencialmente en el gobierno central. El debate público y el voto tanto de los presupuestos, como de los principales asuntos de carácter local podría ser un interesante comienzo. Los eventos artísticos y literarios gratuitos y públicos supondrían la introducción de una cultura política alternativa. La política debe repolitizarse y el ethos colectivo debe incorporarse a todos los aspectos de la vida pública. Grecia necesita un renacimiento cultural y moral. Profundizar en la democracia y hacer que ésta conforme cualquier tipo de actividad y vida es la lección más importante que hemos aprendido de las plazas.

La izquierda griega tiene una gran ventaja moral basada en parte en su pasado limpio pero, más importante aún, basada sobre todo en su compromiso con valores universales. Cualquier propuesta política debe someterse al careo con los principios de igualdad y justicia social. Sólo con la combinación de política con propósitos radicales y movilización social puede lograrse todo esto. La tarea de la izquierda griega consiste en desarrollar la “idea del comunismo” para una época de crisis capitalista [2]. Se trata de un propósito muy serio para un pequeño país. Sólo tendrá éxito si los movimientos europeos aprenden de la experiencia griega y adoptan estrategias similares. De ser así, la resistencia griega se convertirá en el futuro de Europa.

NOTAS:
[1] Costas Douzinas, Philosophy and Resistance in the Crisis: Greece and the Future of Europe, Cambridge, Polity, 2013, capítulos 9 y 10. [2] Costas Douzinas y Slavoj Zizek (eds.), The Idea of Communism, Londres, Verso, 2011.
Costas Douzinas, filósofo, es autor de Resistencia y filosofía en la crisis, publicado a principios de este año por Alejandria Press, Atenas.
Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó

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