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lunes, 19 de noviembre de 2012
Costa-Gavras sobre el capital y la situación europea
El legendario realizador de Z presentó en el Festival de Tesalónica su nueva película, de ardiente actualidad: la historia de un banquero decidido a todo en pos del dinero
Luciano Monteagudo, Página 12
Tiene 79 años y lleva 54 haciendo cine, pero conserva la energía de un principiante. Konstantinos Gavrás, mejor conocido como Costa-Gavras, nacido en Arcadia, Grecia, el 12 de febrero de 1933, volvió estos días a su país natal a presentar –en el Thessaloniki International Film Festival– su película más reciente, Le capital. Una película que desde su título mismo ya eriza la piel de los espectadores griegos, sometidos en estos días a más y mayores medidas de ajuste por parte de un gobierno que ve como única salida someterse a las demandas de los acreedores internacionales y a la banca europea. “Abro los diarios y veo que el Parlamento vota medidas muy, pero muy negativas para el pueblo griego. Es una situación muy triste porque muchas personas ya viven en extrema pobreza”, dice el director de Estado de sitio y Desaparecido.
Radicado en Francia desde sus años de estudiante de Literatura, disciplina que luego cambió por la carrera de cine en el Idhec de París, Costa-Gavras nunca fue indiferente a la realidad política y social. De hecho, el que sigue siendo su film más famoso, Z (1969), protagonizado por Yves Montand y Jean-Louis Trintignant, fue una invectiva contra la llamada Dictadura de los Coroneles que en ese momento se enseñoreaba en su país, del que él había emigrado. Y su nueva película –planteada a la manera de un thriller ambientado en el mundo de las altas finanzas– viene a poner el dedo en la llaga, sobre todo en la Grecia de estos días, que acaba de atravesar 48 horas de huelga general en respuesta a los recortes de salarios y pensiones y del presupuesto del sector público.
En medio de este marasmo, Costa-Gavras, como presidente honorario de la Cinémathèque Française (desde 1982 a 1987 y desde el 2007 hasta el presente), se dio el lujo de inaugurar la Cinemateca de Tesalónica, como un gesto de apoyo a la cultura y un símbolo de la importancia de aunar el pasado con el futuro. “Hay un agotamiento que no es solamente económico. Los jóvenes que abandonan el país para trabajar en otro lugar son jóvenes graduados, jóvenes que pueden ser una verdadera riqueza para el país”, dice Costa-Gavras. En diálogo con Página/12, el director explica por qué eligió hacer esta película sobre un arribista que llega a ser la máxima autoridad de un importante banco europeo, un hombre que juega a hundir a sus competidores, a despedir trabajadores para que suban las acciones de la entidad y a desviar sus ingresos a paraísos fiscales.
–¿Cómo nació El capital?
–En primer lugar, a causa de la situación que está viviendo Europa ya desde hace varios años, con esta crisis que se venía anunciando. Esa preocupación por el tema me llevó a leer muchos materiales, entre ellos una novela titulada justamente El capital, escrita por Stéphane Osmont, que resultó ser asesor financiero de algunas de las principales compañías de Europa, pero que por razones de seguridad decidió escribir bajo seudónimo. Es un caso similar a otro libro que también me sirvió de inspiración, titulado Capitalismo total, también escrito por un banquero europeo, un “insider” que conoce todos los mecanismos desde adentro. Y estas lecturas me llevaron a pensar la posibilidad de hacer la película, describir ese mundo desde su interior y asegurarme de que lo iba a hacer con conocimiento de causa.
–¿El título de la película es una referencia a Marx?
–En principio, es el mismo título de la novela de Osmont, que a su vez refiere evidentemente a la obra más famosa de Karl Marx. En los dos casos, se habla de dinero y del peligro de su acumulación. Por eso le terminamos pidiendo prestado también el título de la película a Marx: es simple y claro, uno comprende inmediatamente de qué se trata.
–En una escena fundamental de la película, el protagonista, durante un almuerzo familiar, tiene un enfrentamiento muy duro con su padre, antiguo militante socialista. Allí se dice que finalmente “el internacionalismo ha triunfado”, porque ahora ya no hay una producción nacional, las corporaciones y los bancos son transnacionales...
–Es una ironía, porque el primer internacionalismo colapsó completamente, como todos sabemos, y al segundo tampoco le está yendo demasiado bien, tal como lo estamos experimentando estos días. Por eso creo que es importante encontrar una tercera vía. Esa discusión entre padre e hijo se da a partir de un juguete de marca europea pero fabricado en Asia. ¿Eso es bueno? ¿Para quiénes? No tengo las respuestas, pero me parece necesario formular las preguntas.
–A su vez, el protagonista tiene la idea de deshacerse de sus rivales potenciales dentro del banco apelando a estrategias de poder que lee en un libro sobre Mao, durante una noche de insomnio. ¿Cómo llegó a esa idea?
–De la manera más simple, porque en ambos casos se trata de retener el poder y los recursos para hacerlo muy bien pueden ser los mismos. Me pareció interesante que el consejo directivo de un banco funcione un poco de la misma manera en que lo hace el buró político del Partido Comunista chino. En ambos hay intrigas palaciegas. La vieja guardia de la que se libró Mao también estaba formada por burócratas como de los que se quiere desprender mi protagonista, Marc Tourneille. Y no es una casualidad que los chinos hayan sabido crear un nuevo capitalismo, el capitalismo comunista, que en muchos aspectos funciona de manera más eficiente que el capitalismo occidental. En principio es mucho más redituable, porque no hay reclamos laborales de ningún tipo. Es el viejo sueño del capitalismo hecho realidad.
–Siendo usted griego de nacimiento, ¿cómo ve la situación de su país?
–Es trágica, completamente trágica. La dirigencia política griega, tanto de derecha como de izquierda, tiene mucha responsabilidad, por supuesto, con lo que está pasando. Pero no se está diciendo lo suficiente, o de manera lo suficientemente fuerte, que países como Alemania, Francia y Gran Bretaña empujaron también a Grecia a esta crisis. Fueron estos países los que estimularon el endeudamiento griego, con el único objetivo de colocar sus productos y recibir las ganancias. Y no cualquier producto. Alemania le vendió hace poco a Grecia dos submarinos de guerra de última generación. ¿Para qué los necesita Grecia? Empujaron al país a asumir estas deudas enormes y, por supuesto, ahora quieren cobrar ese dinero. Pero antes de venderle estos productos a Grecia y antes de otorgarle esos créditos gigantescos para poder llevar a cabo estas ventas debieron haberlo pensado mejor. ¿Cómo se suponía que Grecia lo iba a pagar? Es un país pequeño, que nunca fue rico. Entonces, las responsabilidades, creo, son compartidas, por la dirigencia griega que aceptó este camino, pero también por las potencias europeas que pensaron únicamente en sus beneficios. El problema es que quienes están sufriendo las consecuencias –salvo algún ministro que puede ir preso por corrupción– no son quienes se enriquecieron con estos negocios sino la gente de la calle, la gente sin recursos, que está cada vez más pobre y desvalida. Hay una obscenidad del poder que es indignante.
–Hablando de la obscenidad del poder... ¿Pensó en el affaire Dominique Strauss-Kahn mientras hacía la película? Su protagonista también tiene una ambición sexual equivalente a su ambición de riqueza.
–No necesariamente. En Francia, todos sabíamos que Strauss-Kahn se acostaba muy tarde (risas). Pero eran rumores, no era algo que saliera publicado en la prensa. Era un personaje muy influyente y muy seductor, en todo sentido. Pero para responder a su pregunta, cuando se destapó el asunto de DSK en Nueva York nosotros ya habíamos empezado a hacer la película. En todo caso, la coincidencia se da en el mundo que retratamos.
–Hace unos años el espectador común no hubiera entendido el vocabulario financiero de la película, con el que ya está bastante familiarizado. ¿Piensa que ahora hay suficiente información?
–Pero es que nadie sabe realmente qué está pasando. Yo tampoco entiendo demasiado y la gente con la que habla en los bancos me dicen que tampoco entienden. En un momento de la película un personaje le pregunta a otro “¿Qué vendemos?” Y el otro no sabe qué responderle. Esta falta de información y de interés por conocer las causas reales detrás de la crisis está muy generalizada. Hace falta una visión global. Cada uno se preocupa de su gente, de su banca y de su economía, pero hay que globalizar la visión para entender por qué el sistema no funciona bien.
–En su película pareciera haber una diferencia entre la manera de actuar de los bancos estadounidenses y los europeos. ¿Es realmente así?
–En la crisis de las hipotecas de alto riesgo que atravesó Estados Unidos hace poco el único banco que no ejecutó las deudas fue un banco francés. Por eso dicen que en Europa hay otra manera de ver las cosas, a la antigua, y que son más éticos que los bancos americanos. Yo no creo del todo en que lo sean, por lo menos no todos ellos. Hace poco, un joven ejecutivo de un banco francés perdió miles de millones de euros con los fondos de inversión, como si jugara a la ruleta. Y esa cuenta siempre alguien la termina pagando. No puede ser que un Estado democrático salga a rescatar a esos bancos, cuando hay tanta gente que necesita ayuda y que podría beneficiarse con una mejor inversión de ese dinero.
–Una curiosidad... ¿Por qué eligió para su protagonista, un personaje tan siniestro, a un comediante como Gad Elmaleh?
–Afuera casi nadie lo conoce, pero en Francia es verdad que es uno de los comediantes más populares del país, con películas muy taquilleras, como La fiesta de Coco. Lo elegí porque lo imaginé como mi protagonista y porque entiendo que, cuando un actor de comedia se compromete con un papel dramático, estoy seguro de que va a dar todo de sí mismo. El mismo Gad me preguntó, antes de aceptar, por qué lo había elegido, y yo, como única respuesta, le mandé el dvd de Desaparecido. Cuando vio la interpretación de Jack Lemmon entendió mi punto de vista. Y aceptó inmediatamente.
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