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lunes, 24 de septiembre de 2012

Y sigue en vuelo la economía de la muerte

Manlio Dinucci, Red Voltaire

Más de 50 millones de personas, incluyendo 17 millones de niños, viven en condiciones de «inseguridad alimentaria», o sea sin suficiente alimento «por falta de dinero o de otros recursos». Estos datos no se refieren a la situación de un país pobre del África subsahariana sino a la nación con la mayor economía del mundo –los Estados Unidos de América– y provienen de su Departamento de Agricultura (datos de septiembre de 2012).

Bajo la administración Bush (2001-2008), el número de ciudadanos estadounidenses obligados a recurrir a los food stamps (bonos de comida) y a las organizaciones caritativas para poder sobrevivir pasó de 33 a 49 millones. Bajo la administración Obama, ya han sobrepasado los 50 millones, lo cual representa un 16,4% de la población estadounidense, o sea un sensible aumento en relación con el 12,2% de 2001. En ese porciento de la población se encuentran además 17 millones de personas que viven en condiciones de «muy baja seguridad alimentaria», en otras palabras, sufren hambre.

Esas personas tienen, sin embargo, la satisfacción de vivir en un país cuya «seguridad» está garantizada por un gasto militar que –según el SIPRI (Siglas en inglés del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo)– se multiplicó por 2 durante la administración Bush y, con la administración Obama, saltó de 621.000 millones de dólares en 2008 a 711.000 millones en 2011. Si se toma como referencia el valor del dólar en 2010, el gasto militar (estadounidense) aumentó en un 80% de 2001 a 2011. Ese gasto militar estadounidense, equivalente al 41% del gasto militar mundial, resulta en realidad más alto aún cuando se suman otros sectores de carácter militar (como los 125.000 millones de dólares que se destinan anualmente a los militares retirados), al extremo de alcanzar prácticamente la mitad del gasto mundial. Es así, como se subraya en el Presupuesto de 2012, como el Pentágono logra mantener «fuerzas militares dispuestas a concentrarse ya sea en las actuales guerras o en los futuros conflictos potenciales». Y, al mismo tiempo, también puede «invertir en la innovación científica y tecnológica a largo plazo para garantizar que la Nación tenga acceso a los mejores sistemas de defensa existentes en el mundo».

Con ese fin 100.000 millones de dólares de ahorros previstos se «reinvierten en sectores de alta prioridad», empezando por los drones: los aviones sin piloto que, teledirigidos a más de 10.000 kilómetros de distancia, pueden eliminar objetivos utilizando sus misiles.

En ese aspecto, la realidad supera a la ficción hollywoodense. Lockheed Martin está desarrollando un nuevo tipo de drones para las fuerzas especiales. Para aumentar su autonomía se utiliza desde tierra un laser que alimenta el aparato durante su vuelo. Northrop Grumman, por su parte, está enfrascada en un proyecto todavía más de vanguardia: la concepción de drones alimentados por energía nuclear capaces de mantenerse en vuelo ininterrumpidamente, no ya durante varios días sino durante meses. También en Northrop Grumman se está desarrollando un avión teledirigido robotizado para portaaviones, el X-47B, dotado de una memoria programable que le permite despegar, realizar su misión y aterrizar de manera totalmente autónoma.

Debido a los enormes costos de estos programas, el Pentágono ya elaboró un listado de países aliados confiables a los que podrá vender los nuevos drones destinados a la guerra robotizada. En primera línea de esa lista está sin dudas Italia, que ya compró a la firma estadounidense General Atomics su último modelo de drone, el MQ-9A Predator B. En el futuro, Italia comprará también el ya mencionado drone nuclear que, luego de despegar por encima de las cabezas de los 50 millones de estadounidenses en condiciones de «inseguridad alimentaria», vendrá a volar por encima de los desempleados italianos (y también de los millones de desempleados de los demás países europeos) que ocupan las fábricas a punto de ser cerradas.
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Ver: La correlación deuda soberana y gasto militar ayuda a comprender la trampa de la deuda global

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