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viernes, 6 de julio de 2012

Slavoj Zizek: Alegato a favor de Syriza

Slavoj Zizek, Viento Sur

Imaginad una escena de una película distópica que describiera nuestra sociedad en un futuro cercano. Vigilantes en uniforme patrullan en los centros de las ciudades medio desiertas acosando a inmigrantes, delincuentes y sin techo. Quienes caen en sus manos son maltratados. Lo que aparece como una imagen fantasiosa sacada de una película hollywoodiana es en realidad la Grecia de hoy. A la caída de la noche, matones vestidos de negro del movimiento neofascista y negacionista Amanecer Dorado -que ha obtenido el 7% de los votos en las últimas elecciones y el voto, se dice, de la mitad de los policías de Atenas -patrullan en las calles y apalean a todos los inmigrantes que encuentran en su camino: afganos, pakistaníes, argelinos. Esta es la forma en que Europa es defendida en esta primavera de 2012.

El problema de la defensa de la civilización europea contra la “amenaza inmigrante” es que la ferocidad de la defensa amenaza más a la “civilización” que toda presencia de musulmanes. Con amigos encargados de su defensa como esos, Europa no tiene necesidad de enemigos. Hace un siglo, G.K. Chesterton definió en estos términos el callejón sin salida al que se ven confrontados quienes critican la religión: “los hombres que comienzan por combatir a la iglesia para conseguir la salvación de la libertad y de la humanidad acaban por abandonar la libertad y la humanidad para poder combatir a la Iglesia.. Los partidarios de la secularización no han destruido cosas divinas; sin embargo han destruido cosas seculares, si eso puede consolarles”. Son numerosos los liberales que quieren combatir el fundamentalismo antidemocrático con una ferocidad tal que acaban por tirar por la borda la libertad y la democracia si eso les permite combatir al terrorismo. Si los “terroristas” están dispuestos a destruir este mundo por amor a otro, nuestros combatientes de la causa antiterrorista están dispuestos a destruir la democracia debido a su odio del Otro musulmán. Algunos de ellos aman de tal forma la dignidad humana que están dispuestos a legalizar la tortura para defenderla. Hay ahí una inversión del proceso por el que los defensores fanáticos de la religión comienzan por atacar la cultura contemporánea secularizada y acaban por sacrificar sus propios valores religiosos en su voluntad de erradicar aspectos de esta secularización que odian.

Pero los defensores antiinmigrantes de Grecia no son el principal peligro: son sencillamente el producto derivado de la verdadera amenaza, la política de austeridad que es la causa de las dificultades de Grecia. La próxima vuelta de las elecciones griegas tendrá lugar el 17 de junio. El establishment europeo nos advierte de que esas elecciones son cruciales: no solo es la suerte de Grecia sino quizá también la de Europa entera la que está en juego. Una salida, la buena según ellos, sería proseguir el doloroso pero necesario proceso de restablecimiento por medio de la austeridad. La alternativa, si el partido de “extrema izquierda” Syriza gana, sería un voto por el caos, por el fin del mundo (europeo) tal como le conocemos.

Los profetas de la desgracia tienen razón pero no en el sentido en que lo pretenden. Los críticos de nuestras instituciones democráticas deploran que las elecciones no ofrezcan verdadera alternativa: en su lugar, lo que tenemos es una opción entre un partido de centro derecha y un partido de centro izquierda cuyos programas son prácticamente intercambiables. En Grecia, el 17 de junio habrá una verdadera alternativa: el establishment (PASOK y Nueva Democracia) de un lado, y Syriza del otro. Y como ocurre casi siempre cuando una verdadera elección es posible, el establishment tiene una crisis de pánico: el caos, la pobreza y la violencia vendrán, dicen, si se gana la mala opción. La simple posibilidad de una victoria de Syriza parece haber provocado sudores fríos en los mercados mundiales. La prosopopeya ideológica está en su punto culminante: los mercados hablan como si se tratara de personas, y expresan su “inquietud” por lo que puede ocurrir si las elecciones no llevan a la formación de un gobierno que disponga de un mandato que le permita proseguir la aplicación del programa de austeridad y de reforma estructural elaborado minuciosamente por la Unión Europea y el FMI. Los ciudadanos griegos, por su parte, no tienen casi el tiempo de inquietarse por tales perspectivas: tienen suficientes razones de inquietud por su vida cotidiana, que se hunde en una miseria desconocida en Europa desde hace decenios.

Tales profecías se demuestran autorrealizadoras, engendran el pánico y, por ello, provocan las consecuencias de las que se suponía nos iban a apartar. Si Syriza gana, el establishment europeo esperará que saquemos la dura lección de lo que ocurre cuando se intenta romper el círculo vicioso de la complicidad mutua entre la tecnocracia bruselense y el populismo antiinmigrantes. Por ello, en una de sus recientes entrevistas, Alexis Tsipras, el dirigente de Syriza, ha insistido en el hecho de que si Syriza gana, su primera prioridad será combatir el pánico: “el pueblo superará el miedo. No se doblegará, no cederá al chantaje”.

Syriza está frente a una tarea casi imposible. Su voz no es la de la “locura” de la izquierda extrema sino la de la razón contra la locura de la ideología del mercado. En su voluntad de ganar, Syriza ha desterrado el miedo de la izquierda a tomar el poder; tiene la valentía de acabar con el caos causado por otro. Le será necesario para ello practicar una combinación extraordinaria de fidelidad a los principios y de pragmatismo, de compromiso democrático y de capacidad de actuar de forma rápida y determinada cuando sea necesario. Para tener una oportunidad mínima de éxito, tendrá necesidad de una manifestación paneuroepea de solidaridad: no solo de un comportamiento digno por parte de cualquier otro país europeo sino también de ideas más originales, como la de la promoción de un turismo de solidaridad este verano.

En sus Notas hacia una definición de la cultura, T.S. Eliot subrayó que hay momentos en que la única alternativa posible está entre la herejía y la no creencia. En otros términos, la única forma de mantener una religión viva en una tal situación es realizar una escisión sectaria. Tal es la posición de Europa actualmente. Solo una nueva “herejía” -que Syriza representa en este momento- es capaz de salvar lo que merece ser salvado de la herencia europea: la democracia, la confianza en el pueblo, la solidaridad igualitaria, etc. La Europa que tendremos si Syriza es mantenida a raya será una “Europa de valores asiáticos”, que no tienen, por supuesto, nada que ver con Asia sino todo que ver con la tendencia del capitalismo contemporáneo a suspender la democracia.

Aquí es donde reside la paradoja que está en el corazón de las “elecciones libres” de nuestras sociedades democráticas: se es libre de elegir a condición de tomar la buena opción. Es por lo que cuando la mala opción gana (como cuando Irlanda rechazó la constitución europea), se trata como un error, y el establishment exige inmediatamente la reiteración del proceso “democrático” para corregir el error. Cuando Georges Papandreu, entonces primer ministro, propuso un referéndum sobre el memorándum propuesto por la UE el pasado mes de noviembre, el referéndum como tal fue rechazado como mala opción.

En los medios hay dos relatos principales a propósito de la crisis griega: el relato alemán-europeo -los griegos son irresponsables, perezosos, derrochadores, defraudadores, etc., tienen necesidad de ser controlados y de aprender la disciplina financiera- y el relato griego: nuestra soberanía nacional está amenazada por la tecnocracia neoliberal impuesta por Bruselas. Cuando se ha vuelto imposible ignorar la suerte del pueblo griego, ha aparecido un tercer relato: los griegos son ahora presentados como víctimas que necesitan ayuda humanitaria, como si una guerra o una catástrofe natural hubiera devastado el país. Aunque todos los relatos sean falsos, el tercero es el más repulsivo. Los griegos no son víctimas pasivas: están en guerra contra el establishment económico europeo, y de lo que tienen necesidad es de solidaridad en su lucha, pues esta lucha es también la nuestra.

Grecia no es una excepción. Es uno de los principales terrenos en los que está puesto a prueba un nuevo modelo socioeconómico cuyo campo de aplicación es potencialmente ilimitado: una tecnocracia despolitizada en la que banqueros y demás expertos están autorizados a destruir la democracia. Salvando a Grecia de esos autodenominados salvadores, salvaremos también a Europa.

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