Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
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lunes, 4 de junio de 2012
Los costos económicos del miedo
Brad DeLong, Project Syndicate
El índice bursátil S&P ahora indica un rendimiento del 7% real (ajustado por inflación). Por el contrario, la tasa anual real de interés de los bonos estadounidenses de tesorería indexados por inflación (TIPS) es del -1,02%. Sí, hay un signo «menos» delante: si compra los TIPS de cinco años, el Tesoro estadounidense le pagará en concepto de intereses durante el próximo quinquenio la inflación minorista del año anterior menos 1,02%. Incluso la tasa de interés real anual del TIPS a 30 años es solo del 0,63% –y usted asume un gran riesgo de que su valor disminuya en algún momento durante la próxima generación, lo que implicaría una fuerte pérdida si necesita venderlo antes de la madurez del bono.
Así que, imagine que invierte $10 000 en el índice S&P. Este año, su parte de los beneficios generados por esas empresas será $700. Ahora, imagine que, de ese total, las empresas pagan $250 en dividendos (que usted reinvierte en acciones) y retienen $450 de los beneficios para reinvertir en sus negocios. Si los gerentes de las empresas hacen su trabajo, esa reinversión impulsará el valor de sus acciones hasta $10 450. Agregue a eso los $250 de sus acciones nuevas y al año siguiente su cartera valdrá $10 700 –más, si sube el valor de mercado de las acciones, y menos, si cae.
De hecho, siempre en el pasado, durante los períodos lo suficientemente largos como para que las oleadas de optimismo y pesimismo se cancelaran entre sí, el rendimiento promedio del índice S&P ha sido un buen indicador del rendimiento de la cartera. Por lo tanto, si invierte $10 000 en S&P durante los próximos cinco años, puede esperar razonablemente (con enormes riesgos de alza y baja) ganar aproximadamente 7% al año, lo que lo deja con un beneficio compuesto ajustado por inflación de $4191. Si invierte $10 000 en los TIPS a cinco años, en cinco años puede esperar con seguridad una pérdida de $510.
Esa es una brecha extraordinaria entre los rendimientos esperables. Naturalmente, dispara la pregunta: ¿por qué la gente no pasa su dinero desde los TIPS (y bonos del Tesoro de EE. UU. y otros activos seguros) a acciones (y otros activos relativamente riesgosos)?
Las personas tienen distintos motivos. Y la forma de pensar de muchos no es extremadamente coherente. Pero dos explicaciones son plausibles.
En primer lugar, muchas personas tienen sus dudas sobre la continuidad de la situación actual. La mayoría de los economistas pronostica que dentro de un año el mundo se verá muy parecido a como se lo ve hoy, con márgenes de beneficio y tasas de desempleo en niveles similares, salarios y precios un 1,5% más elevados en promedio, la producción total un 2% arriba, y riesgos tanto de alza como de baja. Pero muchos inversores ven una probabilidad importante de un regreso a 2008 y 2009, ya sea disparada por una crisis total del euro o por algún cisne negro que todavía no percibimos, y temen que, a diferencia de lo que sucedió en 2008 y 2009, los gobiernos no tengan la capacidad para amortiguar el impacto económico.
Esos inversores no ven el rendimiento anual del 7% de las acciones como una expectativa promedio, con riesgos de baja contrarrestados por oportunidades de alza. En vez de ello, ven un resultado positivo en el cual solo los insensatos confiarían.
En segundo lugar, muchas personas sí ven el rendimiento del 7% sobre las acciones como una expectativa razonable, y no dejarían pasar la oportunidad para aprovecharlo –a lo que se suma la posibilidad de sorpresas positivas adicionales– pero no creen poder afrontar los riesgos a la baja. De hecho, el mundo parece un lugar mucho más riesgoso que hace cinco o diez años. El peso de las deudas contraídas es alto, y el objetivo principal de los inversores es evitar las pérdidas, no buscar beneficios.
Ambos motivos reflejan un enorme fracaso en nuestras instituciones económicas. El primer motivo deja al descubierto la falta de confianza en la capacidad y voluntad de los gobiernos para hacer aquello que aprendieron durante la Gran Recesión: mantener estable el nivel del gasto para que no se repitan las grandes depresiones con prolongadas tasas de desempleo de dos dígitos. El segundo revela el fracaso del sector financiero para movilizar adecuadamente la capacidad para asumir riesgo de la sociedad y ponerla al servicio de las empresas.
Como personas, parece que vemos una apuesta con aproximadamente el 50% de probabilidades de duplicar nuestra riqueza y aproximadamente el 50% de probabilidades de reducirla a la mitad como algo que vale la pena considerar: no es una oportunidad imperdible, pero tampoco algo para descartar de plano. Los mercados financieros con buen funcionamiento movilizarían esa capacidad para asumir riesgo y la pondrían a trabajar para el beneficio de todos, así quienes no creen poder asumir el riesgo de poseer acciones podrían dejarlo en manos de otros por un precio razonable.
Como economista, esta situación me resulta frustrante. Sabemos, o al menos debiéramos saber, cómo construir instituciones políticas que acepten la misión de la estabilización macroeconómica, y cómo crear instituciones financieras para movilizar la capacidad de asumir riesgos y distribuirlos. Sin embargo, en grandísima medida, no lo hemos logrado.
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Tomado de Project Syndicate. Traducido al español por Leopoldo Guzman
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