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domingo, 13 de mayo de 2012

La crisis capitalista y sus repercusiones políticas

Ángel Guerra Cabrera, Cambio Político

La honda crisis de la economía capitalista mundial no da tregua y amenaza con adentrarse en la temida depresión, aunque hay autores que ya la ven en esa fase. En todo caso, estamos ante mucho más que una crisis estructural del capitalismo. Se trata de una crisis civilizatoria que exige transformar raigalmente los patrones culturales y el sistema de producción y consumo como única forma de preservar la vida de nuestra especie. Ya el capitalismo amenazó arrasar con la civilización en los terribles años de guerra general entre 1914 y 1945, agravados por la Gran Depresión de 1929 y culminados con el genocidio de Hiroshima y Nagasaky. Quién sabe en qué tragedia mayor habría concluido aquel drama si no es por la derrota infligida al nazismo por el Ejército Rojo.

El trastorno actual se inició en 1973, cuando el presidente Richard Nixon atajó el deslizamiento de la economía estadunidense hacia el abismo, provocado por los gastos de la guerra de Vietnam, el aumento de los precios del petróleo y el declive en la tasa de ganancia. Unilateral y dictatorialmente desligó el dólar –moneda de cambio internacional- del patrón oro y lo puso a “flotar”. Vulneraba así, en provecho de los capitales yanquis y en detrimento de los demás países –sobre todo los pobres-, los acuerdos de Bretton Woods, que pautaron las reglas de la economía internacional bajo la batuta de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de entonces, Washington emprendió una demencial vorágine de impresión de dólares e instrumentos de deuda sin respaldo productivo, con los que inundó los circuitos financieros globales de moneda devaluada y ha llevado a cabo la estafa más grande de la historia de la humanidad. La especulación financiera pasó a ocupar un lugar mucho más relevante que la producción y el comercio en la circulación monetaria y reforzó las políticas neoliberales, experimentadas en Chile bajo la dictadura de Pinochet(1973-1990), elevadas a la categoría de dogma de fe mundial por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher(1979-1990).

Son esas políticas generalizadas de achicamiento del Estado, contención salarial, desmantelamiento de las conquistas de los trabajadores, circulación libre de de capitales pero no de fuerza de trabajo, privatización del patrimonio público, socialización de las pérdidas de las corporaciones, especulación hasta con los alimentos, inclemente degradación ambiental e inicio de un nuevo ciclo de guerras coloniales(Afganistán, Irak, Libia), las que han conducido a la debacle económica manifestada abiertamente a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria en Wall Street(2008). Citada por pocos autores, otra causa fundamental, en el orden geopolítico, de la descomunal ofensiva internacional del capital contra los trabajadores y pueblos oprimidos, fue el derrumbe de la Unión Soviética y demás países del experimento socialista del este de Europa, empujado sí, por gravísimos errores y desviaciones de sus partidos dirigentes, pero portador de valiosas experiencias en la liberación humana y factor de equilibrio hasta ese momento en la balanza internacional de poder. La arremetida capitalista fue favorecida por los traumas subjetivos que provocó la inesperada catástrofe, ahondados por una vulgar campaña antisocialista que dura hasta hoy y la deserción hacia las filas del liberalismo económico –apenas sin excepción- de las cúpulas socialdemócratas europeas y partidos asociados en otras latitudes, así como de muchos intelectuales. Mientras, un número considerable de los partidos y grupos de orientación marxista y socialista han tardado en sobreponerse a la conmoción y dar una correcta lectura a la nueva realidad.

En 2010 irrumpió en Europa la llamada crisis de la deuda soberana con graves consecuencias sociales, acentuadas por el ultraliberalismo de la señora Merkel. España ha entrado de nuevo en recesión y se vaticina la rápida caída de la importancia, el tamaño de su economía y su quiebra no lejana dadas la fragilidad de sus bancos y las extremas medidas de ajuste ordenadas por Berlín, cumplidas al pie de la letra por el hidalgo Rajoy. De ser así arrastrará consigo a la Unión Europea, le pegará a Estados Unidos, que padece esencialmente los mismos problemas, solapados por la suicida inyección de liquidez, y es, en fin de cuentas, el mayor responsable de la crisis. Pero impactará mundialmente, aunque hay luz al final del túnel.

Una cadena de trastornos financieros

La crisis financiera inaugurada en 2008 no es un hecho aislado sino parte de un ciclo de trastornos desencadenados en 1973. Tal vez un poco antes. En él se inscriben la quiebra de Lehman Brothers y de Islandia, detonadores de la irresuelta Gran Recesión de la economía mundial. Lo novedoso dentro de este ciclo es el estallido de las crisis financieras en los centros imperiales, por no hablar de ese enfermo crónico llamado Japón. Las anteriores crisis de origen financiero dentro de esta onda se manifestaban en la periferia: deuda externa de América Latina (1982), México (1994-1995), “tigres” asiáticos (1997-1998), Rusia (1998), Brasil (1999), Turquía (2001) y Argentina (2002). No es ocioso subrayar que el capitalismo ha experimentado graves crisis desde el siglo 19 aunque la actual es sólo comparable con la Gran Depresión de 1929 y todavía es temprano para conocer su real magnitud. En el orden político, la Gran Recesión y las humillantes derrotas militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán han acelerado mucho los cambios en la correlación mundial de fuerzas que se venía gestando hace más de dos décadas. Lo comprobamos al comparar el estancamiento estadunidense y eurocomunitario con el acelerado crecimiento económico de los países emergentes y, en todo caso, la menor vulnerabilidad de los que rechazan o no acatan en crudo el dogma neoliberal. Estos han aumentado considerablemente su participación en la economía y la política mundial en detrimento de aquellos. Aunque Estados Unidos continúe siendo la economía más grande del planeta existe gran distancia de la hegemonía unipolar que mantenía a posteriori del derrumbe soviético a la multipolaridad actual, con la consolidación de nuevos centros de poder económico, político y militar. Ello explica la creciente atención que todos los analistas geopolíticos serios le dan a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). No hay más que observar su extensión territorial, población, tasa de crecimiento de sus economías, de educación de sus jóvenes y el hecho de que tres de ellos posean respetables arsenales nucleares. China ya es la segunda economía mundial y el arsenal nuclear de Rusia comparable al de Estados Unidos.

A partir de 2008 se acentúan y se hacen más visibles las discrepancias de los BRICS con Washington en numerosos temas económicos y políticos. El caso más notorio es el de Siria al poner, sobre todo Rusia y China, un enérgico alto a la agresividad yanqui otaniana, impidiendo o dificultando mucho el plan de aplicarle el modelo “libio”. Otro ejemplo es la gravísima amenaza de guerra creada innecesariamente por Washington y Tel Aviv contra Irán. Si llegara a desmantelarse mediante una salida política muy probablemente se deberá a la razonable propuesta brasileño-turco-iraní contenida en la Declaración de Teherán. Patrocinada por los BRICS, ha ido ganado consenso internacional. Los BRICS, conviene no sublimarlos, también presentan serios problemas que deben atender para mantener su posición.

Estados Unidos se resistirá con todo a aceptar la disminución de su tiranía sobre el mundo. Pese a sus gigantescos y ultramodernos arsenales se ve orillado a menudo a la condición de uno entre otros interlocutores importantes, y hasta en ocasiones a ser prescindible en la decisión de ciertas cuestiones estratégicas internacionales, como es el creciente intercambio comercial de los BRICS entre sí y de estos con Irán y otros países en sus monedas nacionales, prescindiendo del dólar. Cuando en materia de luchas sociales parecía no moverse una hoja en el planeta comenzó a vislumbrarse una luz al final del túnel en América Latina y el Caribe a mediados de los noventas con el vigoroso resurgimiento de los movimientos populares del Bravo a la Patagonia. Los movimientos entronizaron gobiernos reacios al dogma neoliberal en Venezuela, Brasil Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Nicaragua y algunas pequeñas isla del Caribe anglófono que, cada uno con sus características, ponen énfasis en la expansión del mercado interno, la atención a los problemas sociales y la unidad e integración regional. Ferozmente bloqueada, Cuba, con sus brillantes logros sociales y trasformaciones en curso continúa siendo un referente mundial. Si se tratara sólo de América Latina podríamos casi asegurar que la crisis saldrá por la izquierda pero no es así necesariamente en el resto del mundo. De eso hablaremos.

¿Podrá François Hollande rescatar a Europa?

La elección de François Hollande a la presidencia de la influyente Francia pareciera condensar el rechazo de los europeos a las feroces políticas de austeridad del dúo Mercozy con las que el inminente inquilino del Elíseo ha discrepado. Su promesa de crecer, crear empleos y cobrar altos impuestos a los ricos es contraria al camino seguido hasta ahora por el eje germano-francés como también el compromiso de retirar este año las tropas galas de Afganistán.

La proyección de Hollande, aunque no sea el cambio social, sintoniza con la tajante inconformidad hacia aquellas políticas y con parte de las demandas del 15M(o indignados) de España y otros países europeos expresadas en una larga cadena de protestas populares y huelgas -como en Grecia, Italia, y de nuevo España y Francia- que han tenido ya alentadoras repercusiones al otro lado del Atlántico en Ocupa Wall Street. Debe reconocerse la influencia en ellas de los legítimos movimientos populares árabes de 2011 por más lascas que de su irrupción hayan sacado el imperialismo y las monarquías árabes contrarrevolucionarias.

Hollande, con la presión desde su siniestra del Frente de Izquierda de Melenchon y el apoyo de fuerzas sociales, políticas y de algunos gobiernos del Viejo Continente que han mostrado su aversión a los inhumanos “ajustes” que dicta Berlín vía Bruselas, podría iniciar la ruptura de la socialdemocracia con la ponzoñosa tercera vía de Tony Blair y levantar de nuevo la histórica bandera parisina de la solidaridad, contraria a las actuales normas de la Unión Europea. Pero para lograrlo tiene que enfrentar resueltamente al mundo de las finanzas, su adversario según ha declarado, y, por consiguiente, a Merkel y a gran parte de la derecha europea. No obstante los mencionados avances de la izquierda en la zona mediterránea y los que se vislumbran en otros países de Europa – sea vía electoral o de la protesta en las calles- no debe subestimarse ese otro fruto de la crisis manifestado en el ascenso electoral de la ultraderecha, muy cercana, por cierto, al gobernante y franquista Partido Popular.

El liderazgo francés podría alentar a Europa al rescate de la democracia, el bienestar, la solidaridad y la paz, movimiento que adquiriría una enorme importancia internacional y podría encontrar decididos aliados en América Latina y el Caribe. Es esta la región del mundo a donde en los últimos 20 años se ha desplazado el polo principal de enfrentamiento contra el sistema de dominación del imperio yanqui. Al sur del río Bravo una pionera ola de luchas populares desencadenada entre fines de los ochentas y principios de los noventas puso al neoliberalismo cuando menos en la picota pública. Cuando más, se tradujo en un grupo de gobiernos que en distintos grados adversan al Consenso de Washington, han dado firmes pasos hacia su independencia económica y política, gestado significativos programas de inclusión social e impulsado la creación de una conciencia de unidad e integración que toma cuerpo en nuevas y promisorias instituciones al margen de Estados Unidos, como la Alba, la Unasur, Petrocaribe y la Celac. El desafío consiste en seguir avanzando en esta dirección con un sólido apoyo popular, mantener una estrecha unidad y cooperación entre los gobiernos progresistas de la región pero también entre estos y los de derecha en todo aquello en que sea posible coincidir.

La Gran Recesión va para largo y el gran capital financiero y los gobiernos a su servicio, como en Europa y Estados Unidos, la han aprovechado para aplicar más y peor de lo mismo que la creó a costa del sufrimiento y el desmantelamiento de los derechos de los pueblos e insistiendo en el camino de la guerra. Avanzan además en la militarización y la criminalización de la protesta social con pretextos como las supuestas guerras contra el terrorismo o el narcotráfico. Por eso, a la luz de la posibilidad esbozada por la elección de Hollande es válido pensar en un gran frente de pueblos y gobiernos de Africa, Asia, Europa y América Latina que aboguen por la paz, el respeto a la soberanía, la no intervención, la justicia social, la relación armónica con la naturaleza y la equidad. Los BRICS podrían contribuir mucho a tal iniciativa. Pero este frente únicamente puede tener éxito si continúan incrementándose las luchas populares contra los planes de ajuste del capital financiero y sus aventuras militares.
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Ver también: ¿Podrá Hollande detener la austeridad y dar un giro al declive económico europeo?, El origen del desorden financiero y del desempleo global, Las causas materiales de la crisis

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