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sábado, 10 de diciembre de 2011

Costas Lapavitsas:“No tenemos ningún interés en salvar la unión monetaria”


Grecia debe salirse del euro y la izquierda alemana replantearse urgentemente su posición respecto a Europa. Costas Lapavitsas es un profesor de Economía al que le gusta llamar a las cosas por su nombre.

- Costas, para empezar, una mirada a la bola de cristal. En 2015, ¿seguiremos haciendo la compra en euros?

- Costas Lapavitsas: En 2015 algunos países seguirán dentro del euro, pero es muy improbable que todavía continúen utilizándolo todos los países que ahora pertenecen a la eurozona. El euro en su forma actual no es sostenible y no se mantendrá. Los poderes que lo empujan a caer son notorios: mientras hablamos, el mercado europeo de deuda se derrumba porque los inversores se refugian en el bono alemán, haciendo así que los intereses de los bonos del resto de países se disparen. Si el mercado de deuda continúa presionado de esta manera, en pocas semanas el euro estará liquidado.

- La canciller Merkel pone siempre de relieve la diferencia entre la crisis bancaria y la crisis de la deuda. Según Merkel, la primera se debe a movimientos especulativos fallidos de banqueros irresponsables. La crisis de la deuda, por el contrario, habría sido provocada por los gobiernos de los países mediterráneos al permitir que sus deudas quedaran fuera de control. ¿Tiene sentido esta distinción?

- No, de ninguna manera. Nos enfrentamos a una sola crisis. Comenzó en 2007 en EE.UU. en forma de crisis inmobiliaria. Los causantes fueron los bancos y otros agentes financieros. También inversores alemanes estuvieron implicados en gran medida. Cuando estalló la burbuja inmobiliaria, los bancos perdieron mucho dinero. Eso provocó una crisis bancaria que condujo a su vez a una recesión global. Los países industrializados respondieron a la crisis con intervenciones del Estado de una magnitud hasta ahora desconocida. El objetivo consistía en salvar a los bancos para estabilizar la demanda. La explosiva situación actual de la deuda pública es por tanto consecuencia directa de las intervenciones estatales que se produjeron entre 2008 y 2010, y no por una política de gasto desmesurado.

Y ahora los responsables son de nuevo los bancos, ya que son los principales acreedores de la deuda estatal. La crisis de 2007 y 2008 nunca se resolvió de manera razonable, ni en Europa ni en ninguna otra parte. Y ahora que los estados europeos afrontan graves problemas financieros, el mayor peligro es que más bancos vayan a la quiebra. La crisis vuelve a su punto de partida.

- Así es como tú interpretas la historia. Pero ¿qué me dices de esta otra versión?: Los alemanes han hecho cantidad de sacrificios mediante las privatizaciones, la consolidación del presupuesto y la contención salarial, manteniendo así dolorosamente su casa en orden. Mientras tanto los demás se han dormido en los laureles y ahora a los alemanes les toca pagar por ello. Está claro que usted rechaza esta versión.

Entiendo perfectamente que los trabajadores alemanes miren al euro con escepticismo. Es comprensible que no tengan ninguna gana de que se gaste dinero público para salvar la moneda comunitaria, máxime cuando de hecho se trata de un nuevo multimillonario rescate a los bancos. Desde hace 15 años, los ingresos de los asalariados alemanes están descendiendo y se están produciendo recortes presupuestarios. En la práctica, los asalariados alemanes han cargado con los costes de la reunificación alemana y de la reestructuración del capitalismo alemán. La principal razón del del éxito de las exportaciones alemanas y su elevada competitividad es la presión que se ejerce sobre los trabajadores alemanes. La economía alemana era ya antes mucho más competitiva que las demás, pero ha crecido de verdad con la congelación de los costes laborales durante años.

La razón no ha sido pues el incremento de la productividad, de la eficiencia o una destacada capacidad de innovación, como normalmente suele explicarse el éxito del capitalismo alemán. Muchos países de la periferia europea exhibían ahí un mejor balance. Se ha debido únicamente a la presión sobre los trabajadores y la congelación de salarios. En ese sentido puedo entender perfectamente la reacción de los trabajadores alemanes cuando se plantea gastar más fondos públicos para salvar al euro y a los bancos.

Pero soy de la opinión de que, al menos en parte, es una reacción mal enfocada. No es de ninguna manera cierto que los trabajadores de otros países hayan nadado en la abundancia en los últimos quince años. En toda Europa se ha ejercido una fuerte presión sobre ellos, en todas partes se ha producido un trasvase de riqueza de los pobres a los ricos. Las clases dirigentes de los demás países europeos no tuvieron tanto éxito ni tanta falta de escrúpulos en la aplicación de recortes presupuestarios y rebajas del nivel de los salarios como los gobernantes alemanes, pero han tratado de seguir el mismo camino.

Si los trabajadores alemanes se sienten atacados y están preocupados, deberían dirigir su ira contra sus propias empresas y gobernantes, y no contra los trabajadores y trabajadoras de Grecia, Italia y España.

- Volker Kauder, jefe del grupo parlamentario de la CDU, ha dicho que para salir de la crisis Europa debe “aprender alemán”, esto es, congelar los presupuestos y orientar la economía a la exportación. ¿Es esta estrategia prometedora?

No, es una receta infalible para provocar la destrucción de la eurozona. La presión ejercida sobre los asalariados ha proporcionado una ventaja competitiva a las empresas alemanas. Han utilizado hábilmente esta ventaja para lograr el superávit de sus balances comerciales. Esos beneficios provenían en su mayor parte de la eurozona, que se ha convertido en una especie de mercado interior alemán. Esa es la mayor ventaja que la eurozona ofrece a la clase capitalista alemana. Con la congelación de los salarios en casa, tienen una enorme ventaja en este mercado. Pero si una de las partes consigue un gran superávit, otros tienen que cargar con un gran déficit. Esto es, el déficit de los países de la periferia de Europa se corresponde con el superávit de Alemania. Este desequilibrio es el germen de la inestabilidad de la eurozona.

Si la clase dirigente alemana tuviera un poco de visión de futuro, se preocuparía de estos desequilibrios y reduciría su superávit. En vez de eso, aconsejan a todos los demás que también generen superávits. Son las cuentas de la lechera. No todos en la UE pueden tener superávit, especialmente si la cotización del euro es elevada respecto del dólar, lo que dificulta las exportaciones fuera de la eurozona. Si se obliga a todos a rebajar salarios, lo cual reducirá la demanda, se estarán poniendo las bases para destrucción de la eurozona.

- Eso no tendría sentido. ¿Por qué iba la clase dirigente alemana a proponer una estrategia que conduce a la destrucción de la eurozona, cuando ellos son los mayores beneficiarios de la unión monetaria?

- Muchos economistas se rompen también la cabeza con este asunto. Para empezar, naturalmente la clase dirigente alemana no persigue de forma deliberada la destrucción de la eurozona. Eso es lo ultimo que desean, pues, como dices, sacan enorme provecho de ella . Pero eso no significa que comprendan las consecuencias y contradicciones internas de su proceder. Al buscar sus intereses nacionales inmediatos, sin quererlo socavan la estabilidad de todo el sistema. Al insistir en que todos “nos volvamos alemanes” están diciendo que todos los países con déficit presupuestario deben hacer recortes y ejercer más presión sobre los trabajadores. Probablemente creen que eso conducirá a un nuevo equilibrio económico con un nivel de ingresos general inferior y que, pasados diez o quince años, se volverá a crecer. Pero esa no sería la consecuencia, ya que en tal caso la eurozona se derrumbaría antes de llegar a tal punto.

- La solución a largo plazo acordada en la cumbre de la UE consiste en una política financiera y económica europea común. Los socialdemócratas alemanes celebran la declaración, pues eso sería lo que siempre han querido. ¿Estamos viviendo la socialdemocratización de Europa?

- Con seguridad, no. Lo socialdemócratas malinterpretan el significado de la “idea europea” y del proceso de integración. Oyen hablar de “coordinación” y de “intervención del Estado” y creen que la UE es un proyecto progresista, keynesiano, que va a construir el Estado social. Esperan que la izquierda, si se implica en este proyecto, podrá darle una orientación progresista; por ejemplo, promulgando una Carta Social europea o cosas parecidas. Nunca ha sido así, y precisamente los últimos dos años han puesto de manifiesto la falsedad de esta suposición.

Echemos un vistazo al resultado de la última cumbre europea: en caso de que los distintos gobiernos se pongan de acuerdo en una política financiera y económica estable, cosa que dudo, es seguro que ésta no consistirá en elevar los salarios, reforzar los derechos de los trabajadores o invertir en bienes públicos. El consenso iría más bien en el sentido que apunta Volker Kauder: política permanente de recortes y constante presión sobre los salarios. Esta es la solución a largo plazo que concibe la clase dirigente alemana, y ahí no hay nada que celebrar.

- Costas, tú eres favorable a la salida de Grecia de la eurozona. En Alemania te encuentras así codo con codo junto con las fuerzas más reaccionarias de la derecha nacionalista. ¿Tienes algo que decir en tu descargo?

- No siento que necesite defenderme. Quizá los grandes partidos de la izquierda de Alemania y de muchos otros países quieran defenderse y explicar de una vez su posición ante la crisis de la eurozona. A mí me da la impresión de que de hecho se han sumado a la estrategia central de las clases dominantes de Alemania y Francia, esto es, la defensa del euro. En este momento el problema político esencial no es la posición de la extrema derecha alemana o francesa. El problema fundamental es lo que Merkel y Sarkozy dicen y hacen: rescate del euro, cambio del marco institucional de la moneda comunitaria, y todo ello a costa de la población trabajadora.

Para mi sorpresa, amplios sectores de la izquierda y de los sindicatos alemanes, así como parte de la izquierda francesa están a favor de tal política. Parecen de verdad creer que Merkel y Sarkozy están construyendo una “casa europea” común, en la que ahora la izquierda trata de cambiar las puertas, limpiar el suelo y montar una cocina nueva. Da la impresión de que los partidos más importantes de la izquierda han perdido la capacidad de desarrollar estrategias independientes de las de la clase dirigente.

Cuando yo reivindico la salida de los Estados periféricos del euro lo que propongo es una ruptura radical con los intereses de clase y las jerarquías nacionales que actualmente dominan el continente. La unión monetaria europea no es de ningún modo una alianza por la solidaridad, la paz y el entendimiento entre los pueblos. La unión monetaria es un mecanismo destinado fundamentalmente a servir a los intereses de los grandes bancos y compañías europeas. Y este mecanismo se aplica de tal modo que sirve a los intereses de los países dominantes, como Alemania y Francia, en detrimento de los países de la periferia, como Grecia, Portugal y España.

Utilizando una expresión pasada de moda : la unión monetaria es un instrumento de poder imperialista. Naturalmente, las clases dominantes de Alemania y Francia quieren mantener el euro, lo que no significa que vayan a lograrlo. Creo que la izquierda, en especial la izquierda radical, debería darse cuenta de que éste es el frente decisivo y posicionarse en consecuencia. No debería cooperar en el rescate del euro. La clase trabajadora europea no tiene ningún interés en la unión monetaria. Pero el interés esencial de la izquierda consiste en defender los intereses de la clase trabajadora. Y si esto significa perjudicar al euro, que así sea.

Soy consciente de que los llamamientos a la salida de la eurozona también proceden de la extrema derecha. Por eso la izquierda debería apoyar una salida del euro de carácter progresista. En Grecia necesitamos una profunda transformación social que responda al interés de los trabajadores. La salida del euro podría ser un catalizador de ese cambio radical. Dicho cambio debería incluir el paso de los bancos a la propiedad pública, la introducción del control de los capitales, una drástica redistribución de la riqueza y la toma de control de la política industrial.

El objetivo ha de ser acabar con el desempleo y defender el nivel de renta y las condiciones laborales de la clase trabajadora. Para ello es preciso romper con la política neoliberal de los últimos treinta años. En vista de ello, la gente de Grecia y de los demás países periféricos debería luchar por un programa de transición como el que he esbozado y, sobre esta base, cambiar la relación de fuerzas. Dentro del corsé de la unión monetaria esto es imposible.

Si la izquierda no aborda estas cuestiones y transforma el totalmente justificado euroescepticismo de la clase trabajadora europea en una lucha contra los dictados de la unión monetaria, los radicales de derecha se aprovecharán de ello. Cuando nos acerquemos a la caída del euro, si la izquierda no ofrece ninguna alternativa radical veremos cómo de repente los planteamientos derechistas se abren camino. Un aperitivo de esto nos lo han ofrecido los medios alemanes, que han publicado las historias más increíbles sobre los griegos, y los griegos, que han publicado cosas parecidas sobre los alemanes. Y puede acabar en una indigestión, si la izquierda no se da pronto cuenta de que el euro no es su proyecto.

- Perdona, pero tras siglos de conflictos armados entre los países europeos y tras dos guerras mundiales, la izquierda tiene derecho a ver en la Unión Europea un proyecto progresista. ¿Quieres volver a los viejos Estados nacionales, sin ningún tipo de instancia política superior común?

- Sí, claro, eso es lo que nos cuentan continuamente los gobiernos, y por desgracia también la izquierda y los sindicatos. Pero no lo acepto. No tengo a la Unión Europea por tal proyecto progresista, como de forma subliminal se nos presenta permanentemente. El carácter de la UE ha cambiado considerablemente con el paso del tiempo. Ya no es el mismo de hace cincuenta años. La Unión Europea actual y, en especial, la unión monetaria sirven clara e implacablemente los intereses de la gran industria y del sector financiero.

Además de esto, en la crisis la UE ha puesto al descubierto otros dos aspectos problemáticos. Por una parte, cercena la soberanía de los estados nacionales, precisamente la de algunos estados más pequeños. Europa ve de nuevo cómo gente del centro –en esto se ha destacado Alemania– prescriben a los países de la periferia lo que han de hacer. Les dictan su política económica y social. Por otra parte, la UE quiebra la democracia. Durante mucho tiempo se nos ha presentado como garante de la democracia, como un instrumento para garantizar las libertades de los europeos. Ahora se demuestra que no es así. Estamos viendo que la UE y, en especial, la unión monetaria tratan implacablemente de hacer que los intereses particulares –los de los bancos, en este caso– se impongan en el terreno político. Los banqueros no dictan sólo la política económica, esto lo venían haciendo desde hace tiempo. Ahora dirigen también los procesos políticos. Nombran o destituyen jefes de gobierno. Nombran o destituyen gobiernos enteros.

No exagero cuando afirmo que esto empieza a parecerse a la República de Weimar. Cada vez más europeos tienen la sensación de que la democracia parlamentaria se malogra, de que está corrompida y controlada por gente ajena al Parlamento que prefiere gobernar por decreto que por votaciones. Esto da lugar a una situación política inaudita y peligrosa. Quienes defienden la UE por lo que en el pasado prometía deberían observar con más atención la situación actual.

Quiero recalcar que propugnar la salida de la eurozona no implica de ningún modo estar a favor del aislacionismo o contra la unidad de los europeos. La argumentación gira en torno al carácter de la unión monetaria, a la percepción de cómo está evolucionando la UE y también en torno a la necesidad de una unidad europea, pero con otros fundamentos.

Sólo puede darse una verdadera unidad europea si se establece en función de los intereses de la clase trabajadora y se basa en la solidaridad de los trabajadores. Europa necesita hoy una sacudida que agite al continente entero. Esta sacudida sólo pueden provocarla los asalariados. La lucha ha comenzado en los países periféricos, pero debe extenderse a los países del centro. El resto de Europa está a la espera de que los asalariados alemanes se vuelvan contra su gobierno y combatan su política tanto interior como exterior. Esto reduciría de inmediato la sofocante presión sobre la periferia y sería el primer paso hacia una unión europea construida desde abajo.

- Tu exigencia fundamental parece ser que la izquierda de los países centrales, Alemania y Francia, debe defender una posición respecto del euro independiente y opuesta a la de los gobiernos. ¿Qué posición sería esa?

¿Me estás pidiendo un programa completo para toda la izquierda europea? Naturalmente, no puedo hacerlo. Pero puedo decir con convencimiento que ése debería ser un esfuerzo común fruto del debate dentro de la izquierda europea. Por mi parte, creo que deberían quedar claras dos cosas. En primer lugar, hay que romper con la idea que Merkel tiene de Europa, hay que romper con la idea de que la unión monetaria es un paso hacia la unidad de Europa.

La idea de una identidad europea común es noble y atrae a la gente. Pero una UE organizada como un cártel jerarquizado de la clases dominantes de Europa es seguro que no podrá dar lugar a esa identidad europea. Antes al contrario, la actual UE pone a unos contra otros, como hemos visto en el caso de alemanes y griegos. Hemos de redefinir la unión, y esto sólo puede hacerse sobre la base del respeto a la soberanía nacional y la democracia, tanto en el centro como en la periferia.

La unidad europea debería ser el resultado de una lucha común, con reivindicaciones comunes y apoyo mutuo. ¿Cómo lo logramos? Tenemos que encontrar terrenos de lucha comunes. La crisis nos proporciona una buena ocasión para ello. Naturalmente, hay grandes diferencias nacionales; la crisis se manifiesta en la periferia de forma diferente que en el centro. No obstante, hay muchos puntos de contacto.

Podemos ponernos todos de acuerdo, por ejemplo, en una redistribución de la riqueza. Los trabajadores alemanes necesitan claramente salarios más elevados y la redistribución del producto interior bruto en su favor. Necesitan poner fin a las restricciones salariales y el cambio de la política impuesta por sus gobiernos y patrones: exportaciones a costa del nivel de vida de los trabajadores . La redistribución es también importante en los países de la periferia, y aquí la cuestión central es el euro. La izquierda de los países periféricos debería encuadrar su lucha por la redistribución en el contexto marcado por la salida del euro. La izquierda de los países del centro puede ayudar a la de la periferia luchando por el apoyo financiero a las personas de esos países, que tendrán ante sí la tarea de reestructurar su economía.

También estamos todos de acuerdo en que queremos ver a los bancos en manos públicas, a fin de ponerlos al servicio de los intereses de los trabajadores. Necesitamos igualmente el control de los capitales y la suspensión de las transacciones financieras que no proporcionan ningún beneficio a los trabajadores. A partir de aquí no hay que recorrer un gran trecho para constatar que la política financiera no debe ser competencia de “expertos” en Frankfurt, cuyo balance en los últimos años ha sido peor que malo. La política financiera debe someterse al control democrático. No necesitamos ningún Banco Central Europeo elitista y antidemocrático que decida cuáles son nuestros intereses. Las deudas en Europa deben ser canceladas al completo. Hemos de comprender que los llamados paquetes de rescate no son más que créditos caros a los países periféricos destinados a salvar a los bancos de los países del centro. Los costes los asumen las trabajadoras y trabajadores de los países periféricos, que sufren un desempleo gigantesco y la caída de sus salarios.

Estas son algunas de la s reivindicaciones que ahora me vienen a la mente y que podrían servir de base para una lucha común y una auténtica solidaridad. Si las trabajadoras y trabajadores del centro de Europa siguen esta línea y presionan de manera organizada para sacarlas adelante, verán el euro con otros ojos. Y si los asalariados alemanes consiguieran un incremento apreciable de sus salarios, también las clases dirigentes alemanas verían el euro con otros ojos, pues dejaría de ser un mecanismo apto para generar excedentes comerciales.

Entonces dispondríamos de base para una verdadera unidad europea. La izquierda del centro y la periferia, de manera conjunta, están en condiciones de sacar a Europa de esta crisis. Pero para ello debe librarse del corsé de la idea de Europa al uso y desarrollar una consistente posición propia.
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Tomado de Tlaxcala

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