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lunes, 10 de octubre de 2011
Frenar a Wall Street y rescatar a la clase media
Bernie Sanders, Sin Permiso
El movimiento de protesta conocido como "Ocupad Wall Street" ha tocado una fibra sensible. Las metas de los manifestantes pueden parecer vagas, pero sus agravios son bien reales. Si nuestro país quiere salir de esta horrorosa recesión y crear los millones de puestos de trabajo que necesita desesperadamente si vamos a crear un futuro estable financieramente, debemos mirar de frente a Wall Street y exigir reformas fundamentales. Espero que quienes protestan nos proporcionen la chispa que encienda el proceso.
Lo cierto es que millones de norteamericanos perdieron su empleo, su vivienda y sus ahorros de toda una vida debido a la codicia, a la temeridad y al proceder ilegal de Wall Street. Hasta el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, reconoció cuando le interrogué esta semana en una audiencia del comité económico conjunto que Wall Street "corría demasiados riesgos". Bernanke declaró también que los manifestantes consideran "con cierta justificación" responsable al sector financiero de "embrollarnos en este desbarajuste", y añadió: "Y no les culpo por ello".
Los manifestantes y los millones de americanos que les entienden comprenden que la cosa pinta a favor de Wall Street, debido al extraordinario peso económico y político de los grandes bancos. Lo creamos o no, las seis mayores instituciones financieras del país (Bank of America, CitiGroup, JP Morgan Chase, Wells Fargo, Morgan Stanley y Goldman Sachs) han acumulado activos equivalentes a más del 60% de nuestro producto interior bruto. Los cuatro mayores bancos emiten dos tercios de todas las tarjetas de crédito y la mitad de todas las hipotecas, y guardan casi el 40% de todos los depósitos bancarios. Lo que es increíble es que, después de que hayamos rescatado a los bancos leviatanes que eran "demasiado grandes como para caer", tres de esos cuatro son hoy mayores incluso de lo que eran antes de la crisis financiera.
No sólo gozan estas instituciones financieras de un inmenso poder sino que su opulencia les convierte en una fuerza política extremadamente potente. Entre 1998 y 2008, con el fin de alcanzar su meta de revocar la Ley Glass-Steagall y otras formas de regulación financiera, gastaron más de 5.000 millones de dólares en labores de cabildeo y aportaciones a campañas electorales. También gastaron centenares de millones para aguar el proyecto de ley de reforma Dodd-Frank del año pasado. Después de que se aprobara la ley, se gastaron cientos de millones más en revocar disposiciones y aligerar reglamentaciones. No cejan nunca jamás.
¿Qué hacemos a partir de ahora? ¿Cómo convertimos el entusiasmo de los que protestan en resultados concretos?
Para empezar, deberíamos deshacer las instituciones financieras mastodónticas. Dejadas a sus propios medios, los banqueros de Wall Street seguirán jugándose el dinero de los demás. Tarde o temprano, cuando se tuerzan sus envites, volverán al Congreso pidiendo ser rescatados de nuevo. ¿Por qué no cortar esto de raíz? Existe, por ende, un argumento económico sólido en contra de que haya demasiado pocos que poseen más que demasiado. La idea de que las seis gigantescas instituciones financieras puedan ejercer un control tan enorme sobre la economía debería aterrorizar a cualquiera que crea en un sistema de mercado libre y competitivo. Buenos presidentes republicanos como William Howard Taft y Teddy Roosevelt deshicieron Standard Oil, los "trusts" del ferrocarril y otros monopolios hace un siglo.
Es hora de acabar ya con la oligarquía financiera que tan destructiva ha sido para nuestra economía. Si un banco es demasiado grande como para venirse abajo, es que es demasiado grande para existir.
La reforma de Wall Street también debe enfrentarse a la poderosa y hermética Reserva Federal. Una auditoría de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno (Government Accountability Office) que yo solicité descubrió que el banco central proporcionó 16 billones de dólares en préstamos rotativos a bajo interés a todas las instituciones financieras de envergadura de este país, a corporaciones multinacionales y a algunas de las personas más acaudaladas del planeta. La Fed ayudó incluso a rescatar a otros bancos centrales del mundo. Cuando Wall Street estaba a punto de derrumbarse, la Fed actuó con audacia. Hoy, con la clase media cayendo en picado, la Fed debe actuar con la misma energía.
El desempleo real está por encima del 16%. La renta media familiar ha caído en unos 3.600 dólares en la pasada década. 46 millones de norteamericanos, cifra inédita, viven en la pobreza. El abismo entre los muy ricos y todos los demás, el mayor registrado en ningún país, sigue haciéndose más grande.
De acuerdo con disposiciones de urgencia que ya están recogidas en ley, la Reserva Federal tiene autoridad para suministrar préstamos a bajo interés a pequeñas empresas privadas de capital, para que puedan crear los millones de empleos que nuestra economía necesita, y debería actuar en consecuencia. La Fed también tiene autoridad para conseguir que los emisores de tarjetas de crédito dejen de estafar a los consumidores con comisiones disparatadas y tipos de interés de hasta el 30% y más. Durante una recesión, sobre todo, la gente trabajadora hace uso de sus tarjetas de crédito para poder estirar sus nóminas con el fin de cubrir sus necesidades básicas. .La usura ha sido de siempre considerada pecado a los ojos de todas las grandes religiones. Debería constituir delito. La Reserva Federal tiene autoridad para limitar tasas de interés y comisiones, y es lo que debería hacer.
Los manifestantes de "Ocupad Wall Street" encienden una luz que ilumina uno de los problemas más graves a los que se enfrentan los Estados Unidos, la codicia, la temeridad y el poder de Wall Street. Es hora ya de que el presidente y el Congreso sigan esa luz...y actúen. El futuro de nuestra economía está en juego.
La diferencia entre pecado y delito, es el radio de accion para corregir aquellos que nos perjudica a todos.
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