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lunes, 12 de septiembre de 2011

La guerra, el estímulo fiscal de último recurso

Ellen Brown, Global Research

“¡Guerra! ¡Dios mío! ¿Para qué sirve? ¡Para absolutamente nada!”
Es lo que decía Bruce Springsteen en su éxito pop de los años ochenta, producido primero como canción contra la Guerra de Vietnam. La canción se hacía eco del sentimiento popular. La Guerra de Vietnam terminó. Luego terminó la Guerra Fría. Y sin embargo los gastos militares siguen siendo el mayor desembolso del gobierno. Cuando se incluyen las prestaciones a los veteranos y otros costes militares del pasado, la mitad del presupuesto gubernamental es usado ahora para el complejo militar/industrial. Los manifestantes han tratado de detener esta fuerza destructora desde el fin mismo de la Segunda Guerra Mundial, pero la maquinaria bélica es más poderosa e influyente que nunca.

¿Por qué? Los poderes ocultos que controlan entre bastidores tienen sin duda sus propios planes tenebrosos, ¿pero por qué nuestro tan pregonado sistema de democracia política no ha sido capaz de detenerlos?

La respuesta puede involucrar a nuestro tipo de capitalista laissez faire, capitalista, que impide que el gobierno compita con la empresa privada excepto en casos de “emergencia nacional”. El problema es que la empresa privada necesita que el gobierno ponga dinero en los bolsillos de la gente y estimule la demanda. Pero, en nuestra cultura, cualquier indicio de “socialismo” es anatema. El resultado ha sido que se ha tenido que declarar virtualmente todo el tiempo un estado de “emergencia nacional”, solo para que el dinero del gobierno llegue a la economía.

Ya que otras posibilidades han sido bloqueadas, la economía productiva civil ha sido sistemáticamente absorbida por el sector militar no productivo, hasta que la guerra constituye ahora nuestra principal exportación. La guerra es donde está el dinero y es donde están los empleos. EE.UU. se ha convertido en una economía y Estado militar permanente.

La guerra como estímulo económico


La noción de que la guerra es buena para la economía data de por lo menos la Segunda Guerra Mundial. Los críticos de los gastos deficitarios al estilo keynesiano insistieron en que era la guerra, no los gastos deficitarios, los que sacaron a EE.UU. de la Gran Depresión.

Pero aunque la guerra puede haber provocado el aumento en productividad que vino después, el motivo por el que la guerra tuvo efecto fue que abrió las compuestas del déficit. La guerra fue un inmenso estímulo para el crecimiento económico, no porque haya sido un uso eficiente de recursos, sino porque a nadie le preocupan los déficits en tiempos de guerra.

En tiempos de paz, por otra parte, cuando no se suponía que el gobierno se lanzara a empresas competitivas, como observó el Premio Nobel Frederick Soddy:
La vieja política del extremo laissez-faire de economías individualistas negaba recelosamente al Estado el derecho a competir de alguna manera con individuos en la propiedad de empresas productivas, de las cuales se pudiera obtener un interés o beneficio monetario…
En los años treinta, se permitió que el gobierno invirtiera en empresas en el interior como la Autoridad del Valle Tennessee, pero fue en gran parte porque los inversionistas del sector privado no creyeron que podrían obtener suficientes beneficios de los proyectos en sí. La conclusión fue que los años entre 1933 y 1937 resultaron ser el mayor auge cíclico en la historia de EE.UU. El producto interno bruto real (PIB) creció a una tasa de 12% y el PIB nominal creció a una tasa de 14%. Pero cuando parecía que la economía había sido sacada a flote en 1937, se presionó a Roosevelt para que redujera la inversión pública. El resultado fue un aumento del desempleo. El boom económico desapareció y la economía volvió a caer en la depresión.

La Segunda Guerra Mundial revirtió este ciclo al reabrir los grifos del dinero. La “seguridad nacional” lo superó todo, mientras el Congreso gastaba con un abandono temerario para “preservar nuestro modo de vida”. El desafío total de la Segunda Guerra Mundial permitió que el Congreso financiara un aumento de actividad industrial, al acumular una cuenta en la tarjeta de crédito nacional que ascendía a un 120% del PIB.

El gobierno acumuló la mayor deuda en su historia. Sin embargo, no tuvieron lugar la híper inflación, la devaluación de la moneda y el colapso económico pronosticados por los halcones deficitarios. En su lugar, la maquinaria e infraestructura construidas durante el período de auge condujeron a la nación a encabezar al mundo en productividad durante el medio siglo siguiente. Al llegar los años setenta, la ratio deuda a PIB había caído de un 120% a menos de 40%, no porque la gente haya hecho sacrificios para pagar la deuda, sino porque la economía era tan productiva que el PIB subió hasta colmar la brecha.

Estímulo sin guerra


La Segunda Guerra Mundial puede haber creado puestos de trabajo; pero como todas las guerras, el precio en víctimas fue terrible. El economista John Maynard Keynes señaló:
La construcción de pirámides, los terremotos, incluso las guerras, pueden servir para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas en los principios de la economía clásica se coloca en el camino de algo mejor. [Énfasis agregado.]
La guerra fue el estímulo económico de último recurso cuando los políticos estaban tan confundidos en su entendimiento de la economía que no permitían que el gobierno se endeudara excepto ante emergencias nacionales. Pero Keynes dijo que existen medios menos destructivos de colocar dinero en los bolsillos de la gente y estimular la economía. Se podía pagar a los trabajadores por cavar zanjas y volver a llenarlas, y estimularía la economía. Lo que necesitaba una economía rezagada era simplemente demanda (poder adquisitivo disponible). Entonces la demanda estimularía a las empresas a producir más “suministro”, creando más empleo e impulsando la productividad. La clave era que esa demanda (dinero disponible) debía ser lo primero.

Los chinos han puesto a trabajar a los trabajadores en la construcción de inmensos centros comerciales y edificios de apartamentos, muchos de los cuales están vacíos por falta de clientes y compradores. Podrá ser un uso derrochador de recursos, pero ha tenido éxito en colocar salarios en los bolsillos de los trabajadores, dándoles el poder adquisitivo para gastar en productos y servicios, estimulando el crecimiento económico y, a diferencia de derrochadores gastos bélicos, el enfoque chino no ha involucrado muerte y destrucción.

Una alternativa menos costosa hubiera sido la solución hipotética de Milton Friedman: simplemente lanzar dinero desde helicópteros. Esto ha sido vinculado a la “flexibilización cuantitativa” (QE, por sus siglas en inglés), pero la QE tal como es aplicada actualmente no es lo que describió Friedman. El dinero no ha sido derramado sobre la gente y la economía local: colocando dinero en los bolsillos de la gente, estimulando los gastos. Ha sido arrojado a las cuentas de reserva de los bancos, donde simplemente se ha acumulado sin llegar a la economía productiva. Reservas de “exceso” de 1,6 billones (millones de millones) de dólares se encuentran ahora en cuentas de reserva en la Reserva Federal. Un lanzamiento por helicóptero del tipo propuesto por Friedman no ha sido intentado.

Una solución mejor


La guerra, excavar zanjas, y lanzar dinero desde helicópteros, podrían funcionar todos para estimular la demanda y aumentar el poder de compra, pero hay mejores alternativas. Actualmente tenemos importantes necesidades no satisfechas – infraestructura que se derrumba, salas de clase abarrotadas, sistemas de energía que requieren desarrollo, laboratorios de investigación que necesitan financiamiento. La solución más rentable en la actualidad sería que el gobierno estimulara la economía gastando en trabajo que mejore realmente el nivel de vida de la gente.

Esto podría ser hecho mientras se reduce realmente la deuda nacional. En un reciente artículo, David Swanson cita un estudio de Robert Greenwald y Derrick Crowe, que considera los 60.000 millones de dólares perdidos por el Pentágono en desperdicio y fraude en Iraq y Afganistán. Calcularon que ese dinero podría haber creado 193.000 más puestos de trabajo que los creados por su uso militar, si hubiera sido desviado a usos comerciales en el interior. Swanson sigue diciendo:

Hay algunos cálculos en el mismo estudio… Si hubiéramos gastado esos 60.000 millones de dólares en energía limpia, habríamos creado (directa o indirectamente) 330.000 más puestos de trabajo. Si lo hubiésemos gastado en atención sanitaria, habríamos creado 480.000 empleos más. Y si lo hubiésemos gastado en educación, habríamos creado 1,05 millones de empleos más…

Supongamos que queremos crear 29 millones de empleos en 10 años. Es decir 2,9 millones cada año. Una forma de hacerlo sería: Tomar 100.000 millones de dólares del Departamento de Defensa y colocarlos en la educación. Eso crea 1,75 millones de empleos por año. Tomemos otros 50.000 millones de dólares y coloquémoslos en atención sanitaria. Son otros 400.000 puestos de trabajo. Tomemos otros 100.000 millones y coloquémoslos en energía limpia. Tendremos otros 550.000 puestos de trabajo. Y tomemos otros 62.000 millones de dólares y los convertimos en recortes tributarios generando otros 200.000 empleos. Ahora no hemos tocado los gastos militares en el Departamento de Energía, el Departamento de Estado, Seguridad Interior, etc. Y se ha reducido el Departamento de Defensa a unos 388.000 millones de dólares, lo que vale decir: más de lo que recibía hace 10 años, cuando nuestro país perdió colectivamente la razón.

Los trabajadores y los recursos están sentados de brazos cruzados mientras el coco de los “déficits” priva a la población de los bienes y servicios que podrían crear. Desviar una porción de nuestros masivos gastos en la guerra a un uso pacífico podría agregar puestos de trabajo, mejorar los niveles de vida, y agregar infraestructura, mientras se reduce la deuda nacional y se equilibra el presupuesto del gobierno al aumentar la base tributaria y sus ingresos del gobierno.
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Preparado para The Military Industrial Complex at 50, una conferencia en Charlottesville, VA, 16-18 de septiembre de 2011
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Ellen Brown es abogada y presidente del Public Banking Institute, http://PublicBankingInstitute.org. En Web of Debt, el último de once libros, muestra cómo un cartel privado ha usurpado el poder de crear dinero de la propia gente, y cómo, nosotros el pueblo, podemos recuperarlo.

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