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viernes, 15 de julio de 2011

Los bancos europeos, al desnudo

Simon Johnson, Project Syndicate

Los líderes europeos están convencidos de que el capital bancario es "caro", en el sentido de que encarecer los requisitos de capital ralentizaría el crecimiento económico. Pero los últimos acontecimientos de la crisis griega nos demuestran que la verdad es justo lo contrario: es la ausencia de capital en los bancos europeos la que amenaza con hacer descarrilar el tren del crecimiento europeo y global.

El "capital" bancario hace referencia, simplemente, a sus fondos propios (qué porcentaje de sus obligaciones está en manos de sus accionistas, en lugar de deberse a unos acreedores como algún tipo de deuda). La ventaja de este capital propio es que puede "absorber deuda", es decir, que sólo cuando las pérdidas han consumido todo este capital es necesario distribuirlas entre sus prestamistas. Por tanto, el capital bancario es aquél que precisamente marca la diferencia entre un mal sistema de créditos y la insolvencia.

En las negociaciones de Basilea III para la regulación financiera que finalizaron este año, los franceses y los alemanes defendieron a capa y espada unos requisitos de capital bajos. Es una locura, ya que para sus grandes bancos, hoy en día, más capital supondría que se reduzcan las probabilidades de que necesiten más rescates estatales.

Los activos susceptibles de ser problemáticos incluyen, por supuesto, bonos emitidos por Grecia, Irlanda, Portugal y otros países de la eurozona, cuyas perspectivas fiscales dependen ahora de los mercados financieros (pero que, hasta hace poco, las autoridades competentes definían como de "riesgo nulo").

Si los bancos europeos tuvieran suficiente capital, una reducción del valor de la deuda griega y otras similares reduciría el valor de las participaciones bursátiles y decepcionaría a los inversores, pero no ocasionaría una crisis bancaria. Por desgracia, los bancos europeos no tienen el capital suficiente, con independencia de los esfuerzos de rescates en la eurozona, porque los daños no se limitarán exclusivamente a Grecia.
No poner demasiado en juego

Los grandes bancos europeos no van a dejar de pagar sus deudas (el Gobierno alemán, el francés y el italiano han dejado claro que sus bancos son demasiado grandes como para derrumbarse). Además, Alemania y Francia (aunque puede que no Italia) tienen la suficiente fortaleza fiscal como para salir al auxilio de sus bancos cuando lo necesiten.

Sin embargo, ningún político europeo estaría dispuesto a poner demasiado dinero en juego a merced del Deutsche Bank o de BNP Paribas; los Gobiernos no impondrán una recapitalización a través de fondos públicos. A los políticos tampoco les apetece pedir a los bancos que recauden más capital proveniente del sector privado, pues esto sería demasiado vergonzoso para todas las partes implicadas, ya que dejaría al descubierto la magnitud de toda esta locura.

Por último, el sueldo de los banqueros depende del rendimiento de las acciones, sin ajustarse a los riesgos, por lo que a ellos les interesa mucho más seguir dirigiendo estas entidades con más bien poco capital. Cuando tienen suerte, sus recompensas son enormes. Pero en las épocas de vacas flacas (como ahora, al parecer), la sociedad carga con el muerto, ya que el crédito se retrae y caen los precios de los activos.
Permisividad y escondida de pérdidas

Para asegurar la situación, el Banco Central Europeo podría recortar aún más los tipos de interés (una elevación de la diferencia entre los costes de los préstamos interbancarios y lo que los bancos cobran por los créditos es un viejo truco para ayudarles a obtener beneficios y hacer que puedan recapitalizarse a sí mismos). Pero el BCE ha dado a entender que no se prevén recortes en los tipos mientras la economía alemana siga fuerte, con una tasa de desempleo relativamente baja.

Así que lo más probable es que sigan con la permisividad en la regulación, permitiendo así que los bancos escondan sus pérdidas, además de llevar a cabo otra ronda de pruebas de estrés, optimistas desde el punto de vista financiero, en las cuales los reguladores fingen que no hay ningún problema. Cuando los europeos hicieron los test de esfuerzo en 2010, por ejemplo, supusieron de manera ilusa que Irlanda no estaba al borde de la debacle fiscal. Las pruebas de estrés se debaten entre la ineficacia y el fiasco.

La reacción de los ejecutivos de los bancos europeos, llegados a este punto, será la de atarse los machos y prepararse para lo que venga, reclamar el pago de los créditos concedidos para reducir el tamaño de su balance y, así, hacer que las acciones suban respecto a sus activos totales. Y entonces se producirá una externalidad obvia si cada banco se deshace de sus activos al mismo tiempo, sin tener en cuenta las consecuencias para el resto de la economía. No importa si Grecia paga su deuda o no (o reestructura los pagos empleando algún eufemismo), el hecho de que el sistema bancario europeo carece de capital supone que el crédito a lo largo de la eurozona va a estar bajo presión.

Nadie sabe cómo afectarán los problemas de Grecia a la percepción que el mercado tenga de la deuda estatal de otros países de la eurozona. Además, las interconexiones entre los grandes bancos globales representan una preocupación grave, aunque difusa, para todos los implicados. El capital propio aumentará en comparación con los activos pero, con las políticas actuales, aumentará porque los bancos reducirán sus activos, no porque consigan capital.
Lastre del potencial de crecimiento europeo

Ésta es la peor manera de afrontar una crisis financiera. Si el Fondo Monetario Internacional tomara las decisiones en Europa, se abogaría por unas pruebas de estrés más duras y la recapitalización de los bancos de toda Europa. Pero la Unión Europea, en total, tiene aproximadamente el 30 por ciento de los votos en el FMI y puede vetar, de manera eficaz, un planteamiento más agresivo para el sistema bancario europeo.

Mientras tanto, la ausencia de capital continuará, lastrando enormemente la economía europea a corto plazo y debilitando su potencial de crecimiento a largo plazo.

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