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lunes, 7 de febrero de 2011

Cumbre de Davos: una vista irreal desde la montaña


Larry Elliott es el editor de Economía de The Guardian y en este artículo da cuenta de la profunda desconección con la realidad que existe en ciertos líderes empresariales y políticos. El caso de Davos es uno de estos ejemplos.

Larry Elliott
El tema de Davos consistió este año en las "normas compartidas para la nueva realidad", una de esas frases en las que las palabras se pueden disponer en cualquier orden y seguir siendo absolutamente vacuas. Los líderes empresariales, los dirigentes políticos y los especialistas académicos más listos del mundo tuvieron cinco días en lo alto de los Alpes para desentrañar qué quería decir esto. Pese a rascarse mucho la cabeza, ninguno de ellos pudo.

Si hubo una norma compartida en el Foro Económico Mundial, es que las cosas están mejorando. Los altos ejecutivos que componen la clientela de pago de Davos han tenido un año mucho mejor de lo que esperaban hace 12 meses. En enero de 2010, había temores de una recaída en la recesión y hasta los superoptimistas esperaban un año de crecimiento simplemente tibio. De hecho, se ha producido una robusta recuperación del profundo desplome de 2009. Suben los beneficios y también las bonificaciones. La vida parece dulce desde la sala de juntas.

Y así debería seguir en 2011. Los mercados emergentes - China e India - están en pleno auge. El crecimiento se recupera en los EE. UU., ayudado por una flamante inyección de políticas de estímulo. Tras un año de indecisión, Europa se está haciendo finalmente con la crisis de la deuda soberana que exigió rescates en el caso de Grecia e Irlanda. Las grandes empresas, tras haber recortado costes agresivamente, disponen de miles de millones de dólares en el banco, listos para ser desembolsados en una oleada de inversiones.

Por encima de todo, el mundo está en mitad de un periodo de cambio tecnológico mayúsculo. Kris Gopalakrishnan, alto ejecutivo de la compañía de tecnología india Infosys, advirtió que la mayoría de los líderes empresariales usaban este año teléfonos y tablillas inteligentes en Davos, mientras que los ordenadores portátiles parecían ya cosa del ayer. La economía global se encuentra en los primeros estadios de uno de esos grandes cambios estructurales que suceden cada 50 o 60 años, en un ciclo de los denominados de Kondratieff en el que aparecen nuevas industrias. Esta combinación de innovación y rápido crecimiento en Asia y América Latina es la que ha convencido a algunos economistas, como Gerard Lyons, de Standard Chartered, de que la economía global lleva una década en un superciclo de 30 años de crecimiento rápido como el experimentado tras la Segunda Guerra Mundial.

Este es el mundo que se ve desde Davos. La crisis de 2008-2009 supuso una experiencia casi mortal para la economía global, pero fue algo excepcional de lo cual ya se han sacado lecciones. Bob Diamond, alto ejecutivo de Barclays, afirmó que el mensaje de los cuarentaytantos bancos que se reunieron con los ministros de economía el sábado pasado [22 de enero], fue dar las gracias de corazón por la ayuda suministrada por los gobiernos. Pero la City y Wall Street expresaron con contundencia la opinión de que es hora de dejar de arremeter contra los banqueros y pasar página.

La vida parece diferente desde una estación esquí suiza que desde las calles del Cairo o la cola del paro en Detroit. Gopalakrishnan planteó la pregunta de si Davos está desconectado del mundo, y la única respuesta honrada es que "sí".

Burbujas


Esto es lo que está pasando: el poder económico se está desplazando de Oeste a Este como aceleración de una tendencia que ha estado desarrollándose durante dos décadas. La producción se desplazó de los países desarrollados a los mercados emergentes, en los que la mano de obra era barata, estimulando los beneficios y reduciendo la inflación. La baja inflación llevó a tasas de interés reducidas, y al dinero barato que tuvo como consecuencia las burbujas de precios de activos financiados. Parte de ese dinero acabó en los mercados inmobiliarios occidentales – en los EE. UU., en Gran Bretaña, Irlanda y España – y el resto se exportó al exterior a medida que los gestores de fondos intentaban encontrar mejores retornos que los que tenían en su país.

En la década de 1990, las naciones emergentes sintieron la presión conforme el dinero caliente creaba booms inmobiliarios e impulsaba al alza sus tasas de cambio, provocando déficit en la balanza de pagos y finalmente dolorosos desplomes. Pero los problemas de México, Tailandia, Corea del Sur, Indonesia y Rusia fueron simples ensayos generales de la crisis global de 2007, en la que el contagio se abrió paso hasta llegar al centro de la economía global. Reventaron las burbujas globales, los bancos le pasaron la cuenta al contribuyente y creció el desempleo.

De acuerdo con los libros de texto de la economía, la cura debería haber consistido en que cayeran las tasas de interés en países tales como Gran Bretaña y que se elevaran en países como China, que tiene una gran superávit en cuentas corrientes. Pero la solución de libro de texto no ha funcionado, en parte porque China sólo ha permitido un aumento gradual de su tasa cambiaria nominal, y en parte porque la base industrial de los EE. UU. y Gran Bretaña está tan horadada por años de descuido que existía una insuficiente capacidad de aprovechar plenamente las tasas de cambio más baratas.

Enfrentados a niveles tozudamente elevados de desempleo, los responsables políticos han respondido de dos formas. Han ejercido mayores presiones sobre China para que revalorice el yuan, imprimiendo moneda en un intento de tirar a la baja del valor del dólar. Fred Bergsten, director del Peterson Institute for International Economics, de los EE. UU., afirmó que Washington podría demandar a China ante la Organización Mundial del Comercio por la que él denominó el mayor acto de proteccionismo desde la Segunda Guerra Mundial. Esa medida llevaría inevitablemente a represalias de China.

Gotas


La flexibilización cuantitativa [imprimir moneda, inyectar dinero] de la Reserva Federal ha tenido algunos desagradables efectos laterales. En una repetición de los años 90, buena parte del dinero se ha filtrado a la especulación, en materias primas o en mercados emergentes, donde niveles mayores de riesgo significan mayores rendimientos.

Se han sacado algunas lecciones de la década de 1990, cuando el Fondo Monetario Internacional insistía en que los países en vías de desarrollo abandonaran los controles de capital, quedando así indefensos ante el auge y caída que provocaba la volatilidad de los flujos. Como advierte Stephen King, economista jefe de HSBC, la flexibilización cuantitativa en los EE. UU. se ha unido al endurecimiento cuantitativo en el mundo emergente mediante el freno al crédito y la imposición de requisitos al capital.

Los altos precios de las materias primas se suman a fuertes presiones inflacionarias en los mercados emergentes, añadiendo una nueva presión a los ingresos reales en Occidente. Los bancos centrales soportan presiones para que eleven las tasas de interés, aun cuando esto causaría estragos en países como Gran Bretaña donde el nivel de la deuda sigue siendo elevado. China y los EE. UU. se dedican a echarse la culpa en un momento en que la gobernación económica se muestra disfuncional.

En su análisis de Davos, Lombard Street Research denomina a la situación un periodo de calma entre tormentas y eso parece correcto en lo que respecta al dinero. La "nueva realidad" de Davos se parece sospechosamente a la vieja irrealidad.
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Publicado en The Guardian; Tomado de Sin Permiso

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