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jueves, 19 de agosto de 2010

Robert Skidelsky y su plan para evitar una nueva recaída global

Robert Skidelsky, Project Syndicate

Las “leyes de los agujeros” son tan implacables como las “leyes de la física”. Si nos encontramos en un agujero y queremos salir de él, lo primero que debemos hacer es dejar de excavar. Si afrontamos varios agujeros que taponar y queremos saber por cuál empezar, elegiremos el que represente el peligro mayor. Esas leyes son particularmente ciertas cuando las aplicamos a la hacienda estatal.

Cuando John Maynard Keynes hablaba de subempleo persistente, no quería decir que, después de una gran sacudida, las economías se paralizaran en un nivel inmutable de actividad deprimida, pero sí que pensaba que, sin un estímulo externo, la recuperación desde el punto más bajo sería lenta, incierta, débil y con probabilidades de recaída. Su "equilibrio del subempleo" es una forma de tirón gravitatorio en lugar de un estado fijo.

Se trata de una situación que Alan Greenspan, ex Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, calificó de "cuasirrecesión", término mejor que el de "recesión con doble caída". Denota una recuperación anémica, con arranques de entusiasmo puntuados por desplomes. Es la situación que afrontamos hoy.


Al contrario que Keynes, los economistas ortodoxos creen que, después de una gran sacudida, las economías regresarán "de forma natural" a su tasa de crecimiento anterior, siempre que los gobiernos equilibren sus presupuestos y dejen de robar recursos al sector privado. La teoría subyacente a esa forma de pensar quedó expuesta en el Bulletin del Banco Central Europeo correspondiente al pasado mes de julio.

El gasto público financiado con deuda –sostenía el BCE– "expulsará del mercado" el gasto privado al provocar un aumento de los tipos de interés reales o hacer que las familias aumenten sus ahorros como previsión de unos impuestos mayores más adelante. En ambos casos, un estímulo fiscal no sólo fracasará, sino que, además, la economía empeorará, porque el gasto público es por naturaleza menos eficiente que el gasto privado.

Los autores del Bulletin no creen que una "expulsión" de esa clase ocurriera realmente a lo largo de los dos últimos años. Al contrario, según explican, si hay recursos no empleados, el gasto estatal suplementario puede impulsar el gasto privado al crear una demanda suplementaria que, de lo contrario, no existiría. Al resumir los datos, el Bulletin concluye que los programas de estímulo fiscal en la zona del euro hicieron que el PIB fuera 1,3 por ciento mayor en el período 2009-2010 de lo que, de lo contrario, habría sido.

Los datos de los Estados Unidos relativos a las repercusiones positivas del impulso fiscal son aún mayores. En un artículo reciente, los economistas Alan Blinder y Mark Zandl concluyeron que la política de estímulo global adoptada en el período 2009-2010 (incluido el TARP, el difamadísimo plan de rescate del sector financiero) evitó otra Gran Depresión. Tan sólo la expansión fiscal hizo que el PIB de los EE.UU. fuera 3,4 por ciento mayor en el período 2009-2010 de lo que, de lo contrario, habría sido.

Sin embargo, los partidarios de reducir el presupuesto adoptan una postura distinta. Según dicen, el problema del estímulo fiscal estriba en que destruye la confianza en la hacienda estatal, cosa que obstaculiza la recuperación. Por eso, ahora hace falta un programa de reducción del déficit para “consolidar la recuperación”. El restablecimiento de la confianza en la hacienda pública puede hacer creer a los consumidores que se perfila en el horizonte una reducción permanente de los impuestos, que tendrá un efecto positivo de riqueza y aumentará el consumo privado, pero, ¿por qué razón han de creer los consumidores que una reducción del déficit y un aumento de los impuestos ahora propiciará reducciones de éstos más adelante?

Una hipótesis inverosímil sigue a otra. La consolidación fiscal, según sus defensores, "podría" hacer que los inversores esperaran una mejora del aspecto de la economía relativo a la oferta, pero el desempleo, la pérdida de aptitudes y de autoconfianza y el racionamiento de la inversión son los que están afectando al aspecto de la oferta.

Se nos dice que "anuncios creíbles y la aplicación" de la estrategia de consolidación fiscal “pueden” disminuir la prima de riesgo relacionada con la deuda estatal, con lo que se reducirán los tipos de interés reales y aumentará la probabilidad de que aumente el gasto privado, pero los tipos de interés reales de la deuda estatal a largo plazo en los EE.UU., el Japón. Alemania y el Reino Unido ya están próximos a cero. No sólo consideran los inversores que hay mayor riesgo de depresión y deflación que de quiebra, sino que, además, prefieren los bonos a las acciones por esa misma razón.

Por último, la reducción de las necesidades de endeudamiento de los gobiernos “podría” tener un efecto benéfico en la producción a largo plazo, gracias a unos tipos de interés menores a largo plazo. Naturalmente, los tipos de interés bajos a largo plazo son necesarios para la recuperación, pero también lo son las perspectivas de beneficio y éstas dependen de una demanda boyante. Por baratos que les resulten los créditos, los empresarios no los solicitarán, si no ven demanda de sus productos.

Los argumentos del BCE me parecen algo así como rascar el fondo del barril intelectual. La verdad es que lo que está disminuyendo la confianza de las empresas, con la consiguiente reducción en las perspectivas de empleo, ingresos y pedidos, no es el miedo a la quiebra estatal, sino la determinación de los gobiernos de cuadrar las cuentas. El problema no es el agujero del presupuesto, sino el de la economía.

Sin embargo, supongamos que el BCE esté en lo cierto y que los temores de un “hacienda insolvente” estén frenando la recuperación económica. Aun así, sigue siendo necesario hacerse esta pregunta: ¿son racionales esos temores? ¿No serán exagerados en las circunstancias actuales (excepto tal vez en países como Grecia)? De ser así, ¿acaso no tienen el deber organismos oficiales como el BCE de impugnar las creencias irracionales sobre la economía, en lugar de someterse a ellas?

El problema es que en la crisis actual los gobiernos están intelectualmente incapacitados, porque su teoría de la economía es un desastre. Los acontecimientos y el sentido común los movieron a financiar el déficit en el período 2009-2010, pero no han abandonado la teoría de que no pude haber depresiones y, por tanto, los déficit siempre son perjudiciales (¡excepto en la guerra!). De modo que ahora rivalizan en su apresuramiento por cortar el cabo de salvamento que ellos mismos lanzaron.

Las autoridades deben volver a asimilar su Keynes, explicarlo claramente y aplicar sus enseñanzas, no inventar argumentos seudorracionales para prolongar la recesión.

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Tomado de Project Syndicate
Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick, autor de una premiada biografía de John Maynard Keynes y miembro del consejo de administración de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú.
También de Skidelsky: Keynes y la socialdemocracia de hoy, ¿Cuánto dinero es suficiente para una vida buena?

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