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miércoles, 3 de marzo de 2010
El terremoto hipócrita
Rafael Gumucio
En Chile lo llaman el terremoto hipócrita. Y ciertamente un visitante distraído puede pasear por el centro de Santiago y sus zonas residenciales de clase media y alta sin notar apenas que aquí tembló la tierra como pocas veces lo ha hecho en la historia de los registros sismográficos. Años de entrenamientos, varios terremotos importantes anteriores y un desarrollo innegable nos hicieron creer a los chilenos que este sería una catástrofe casi sin victimas, un desastre natural que se saltaría del todo el factor humano. Como muchas, como demasiadas cosas en Chile, el desastre es sutil y muchas veces invisible pero esta ahí, agazapado en nuestra ansia de ser y parecer normales, es decir de primer mundo.
Es justamente su invisibilidad el mayor peligro que encierra este desastre a la chilena. Así, muchos de los edificios que conservan sus fachadas intactas abrigan dentro grandes grietas que los hacen inutilizables. Lo mismo se puede decir del país en general: la fachada ha quedado más o menos intacta, la estructura no se ha desmoronado, pero muchas de las grietas ocultas del país se han hecho más profundas e inevitables ahora.
Vivir, como me tocó hacerlo, las secuelas de los dos más importantes terremotos de lo que va del siglo es recorrer la amplitud de un arco. Si en Haití todo es imagen, evidencia, horror, asombro, en Chile todo es sutileza, rumores, cifras y paradojas. Si en Haití, donde me toco ver familias enteras espantando las moscas lejos de los muñones de sus familiares, el horror hizo lo posible para mostrarse en toda su magnitud desde el primer día, en Chile todo ha sido extrañamente lento, oculto, tanto que cuesta a veces recordar la magnitud del desastre. Si en Haití todo lo antiguo cayó para siempre en el primer segundo del terremoto, en Chile es justamente lo nuevo, los edificios para la clase media ascendente, el aeropuerto y su orgullosa decoración que quería ser moderna e internacional, las carreteras recién inauguradas, lo primero en caer.
Los contrastes se multiplican en todos los aspectos de ambos terremotos. Si en Haití fue la capital la que quedó devastada, en Chile es justamente la provincia, la olvidada provincia donde el desarrollo apenas ha permeado la población, la que sufre sin ser capaz aún de contar sus muertos. Si los supermercados de Puerto Príncipe fueron verdaderas trampas mortales, los de Concepción son hoy el objeto de extraños saqueos donde los ladrones se llevan televisores y comida mostrando a la cámara que los enfoca que tienen el dinero en sus manos para pagar lo que se llevan pero no encuentran quién se los venda.
Chile no es Haití, pero tampoco es Suecia o Suiza como quisiera creer. Esta entre medio, en un purgatorio particular donde las estructuras resisten pero los adornos caen peligrosamente, en el que las fachadas quedan en pie pero los muros interiores dejan aparecer grietas profundas. En Chile hay regiones enteras olvidadas a las que nunca se les dio ni hospital ni carretera pero también edificios nuevos que prometen el mismo estilo de vida de la clase alta con materiales de segunda categoría. Como sucede con los ingresos y los impuestos, el miedo, la paranoia y el hambre no son moneda corriente a la hora del desastre, pero están innegablemente mal repartidos. Mientras gran parte de Santiago recupera ya la luz, el agua y sus casas medianamente intactas, muchos de los que intentaron replicar ese estilo de vida ven encarnada en sus casas la profunda desprotección en que viven. Desabrigados en edificios que tienen la apariencia del lujo, viviendo demasiado lejos de donde se toman las decisiones, el terremoto les ha recordado no sólo la fragilidad de nuestra vida, sino la particular fragilidad del llamado “milagro chileno”.
En el WSJ hay un comentarista que opina que no fue tan desastre como Haiti, gracias a Friedman y Pinochet, el estupor es muy fuerte. Naomi Klein se ha molestado en contestarle con datos, por supuesto en una publicación más seria:
ResponderBorrarhttp://www.elconfidencial.com/mundo/street-journal-atribuye-fridman-pinochet-muertos-20100303.html
Lupe
ResponderBorrarEste articulo es muy asertivo y aunque el terremoto no se manifesto en principio como un desastre colosal, porque igual hay una cultura de terremotos y planes que se aplican en los colegios que se llama plan daysi, para escapar o ponerse a resguardo en forma ordenada, bueno no es tan organizado como en Japon, pero igual sufrio la gente porque no fue solo terremoto sino tambien maremoto en el Sur y ellos si que no tuvieron escapatoria, porque no supieron que las olas gigantes venian, fue terrible.
Estimada Lupe
ResponderBorrargracias por el dato del articulo de WSJ, pero en verdad es bastante irrisorio. De hecho en este terremoto morirá más gente que en el de 1985, el de 1971 y el de 1960, los últimos grandes..
Y los destrozos en la infraestructura serán causa fundamental del laissez-faire urbano que se instaló a fines de los 70. Muchos de los puentes y edificios que se han desplomado son producto de ese laissez-faire, de esa desregulación y laxitud brutal que dejó en manos de las empresas la responsabilidad de la calidad.
A modo de referencia puedo citar los edificios de la Villa Frei y la Remodelación San Borja, edificados a fines de los años 60 y que han resistido sólidamente tres de los últimos grandes terremotos (1971, 1985 y 2010). Esas obras, que fueron masivas, se construyeron con altos estándares y bajo regulación estatal. Y están en pie llenas de orgullo. Tomaré fotos y escribiré algo al respecto. La tesis de WSJ sobre Friedman es, como todo lo que compete a ese señor, totalmente ridícula. Milton Friedman es uno de los economistas más manipuladores y corruptos de la historia. Y esta crisis lo está demostrando. En su explicación de las causas de la Gran Depresión de 1930 culpó a la Fed y al Gobierno de Roosevelt por las altas tasas de interés, argumentando que eso fue lo que profundizó la crisis. Ahora que vamos en el tercer año con tasas de interés en torno a cero y la economía no se reactiva, vemos que su palabrería fue solo eso: palabras inútiles. Y esto nos tiene en una trampa: no haber comprendido que lo esencial de la economía (o al menos lo esencial para que una economía sea saludable) es el empleo. Mientras el desempleo siga en los actuales niveles, la crisis se mantendrá y se prolongará.
Ese fue el gran error del laissez-faire: despreciar las brutales diferencias que existen en el mundo y que dan muchas ventajas a unos pocos, pero nada a la inmensa mayoría. Con ese nivel de desequilibrio no existe un laissez-faire perdurable, ni menos saludable.
Un gran saludo, desde 11.000 km, aprox