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jueves, 12 de noviembre de 2009

Wall Street domina el mundo


Esteban Hernández, Cotizalia

Don Regan, consejero delegado de Merrill Lynch, permanece al lado del presidente Reagan mientras éste pronuncia un pequeño discurso. Pero debe estar demorándose más de la cuenta, por lo que Don, que comienza a impacientarse, se acerca al presidente de los EEUU con cara seria y le espeta con tono firme: “Date prisa”. Ronald Regan asiente y procede, con aire obediente, a agilizar su intervención. La escena puede verse en la última película de Michael Moore, Capitalismo, una historia de amor, que se estrenará el próximo 20 de noviembre en España, y donde el cineasta la utiliza como metáfora de la relación entre el poder financiero y el poder político: unos mandan, otros obedecen.

Pero no se trata sólo de la opinión vertida por un director de cine. Más al contrario, se trata de una creencia que está consolidándose entre amplias capas de la población occidental, especialmente a partir de la crisis y de sus planes de rescate. Desde entonces, son frecuentes las noticias que resaltan las intensas uniones entre los poderes político y económico. Así, medios estadounidenses han resaltado cómo el gobierno económico de Reagan estuvo directamente inspirado por las doctrinas que emanaban de Merril Lynch, cómo muchos altos cargos de los últimos tiempos provienen de Goldman Sachs (es el caso de Henry Paulson, Lawrence Summers o Mark Patterson), cómo hay que haber trabajado en los más influyentes grupos financieros para acceder a un puesto en la Reserva Federal (ocurre con Rick Rubin, Ben Bernanke o Tim Geithner) o cómo las políticas nacionales están siendo dirigidas más para beneficiar a actores concretos que al propio país. En ese orden, la empresa estrella de las críticas es Goldman Sachs, no sólo por el número de ex directivos suyos que han pasado a formar parte del gobierno de Estados Unidos sino porque se le ha atribuido un papel principal en esta crisis. En un artículo en Rolling Stone, el periodista Matt Taibbi afirmaba que Goldman Sachs ha jugado siempre al mismo juego: situarse en medio de una burbuja especulativa, atrayendo los recursos de la clase media para invertirlos en bienes que sabe que se depreciarán. Y sacando además partido del ciclo contrario: cuando la burbuja explota, presta dinero con interés para remontar la crisis. Lo que ocurre, y en esto radicaba la gravedad de las afirmaciones de Taibbi, es que Goldman lo hacía no sólo gracias a la complicidad del regulador sino con su participación necesaria. Sin el cambio de las normas promovido por los políticos no hubiera sido posible ni la creación de grandes conglomerados bancarios como AIG, Citigroup o Bank of America ni el gran margen de actuación del que gozaron. En definitiva, estaríamos ante hechos que demostrarían cómo, en nuestro mundo, el poder financiero se afirma muy por encima del político.


Así lo cree Juan Carlos Monedero, profesor de ciencia política de la Universidad Complutense y autor de El futuro de las palabras (Ed. Fondo de Cultura Económica), quien señala cómo “el capitalismo, cuando sufre una de sus crisis cíclicas, intenta una salida desesperada a través de la financiarización, que es lo que estamos viendo en los últimos 30 años, lo que deriva en la constitución de grandes grupos económicos que maniatan al poder político a través de su capacidad para controlar la economía”. Y Monedero percibe un segundo elemento que explicaría este predominio de lo financiero, como es la espectacularización de la política: “Hemos importado los modos electorales norteamericanos, lo que ha encarecido las campañas y ha entregado de rodillas el poder político a quienes tienen capacidad para sufragar las campañas electorales”.

Además, como señala el periodista Pascual Serrano, autor de Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (Ed. Península), no se trata sólo de que quienes tienen el dinero influyan enormemente a la hora de decidir quiénes accederán al poder, sino que también “controlan el margen de maniobra de los elegidos. El intento fallido de Obama, y antes de Hillary Clinton, de reformar el sistema sanitario de su país es una muestra más de cómo las grandes empresas están impidiendo que los representantes políticos lleven a cabo su programa. Lo que es aún más palpable en un asunto como este, en el que los políticos tienen a su favor a gran parte de la ciudadanía”. En este sentido, y como sintetiza Monedero parafraseando una vieja afirmación, estamos en un escenario político en el que “el partido sustituye a la sociedad, el comité central al partido, el secretario general al comité central y los bancos que financian ese entramado al secretario general”.

Pero no se trata de una creencia que esté cuajando sólo en un sector político determinado, el de la izquierda, sino que abarca todo el ámbito de las ideas. Para alguien como Javier Ruiz Portella, director de la editorial Áltera, que proviene de un entorno opuesto al de Monedero o Serrano, también resulta evidente que “el peso del capital financiero resulta totalmente decisivo en la política. Y el mejor ejemplo son las escandalosas operaciones de rescate que han llevado a cabo los Estados a partir del momento en que la famosa mano invisible de Adam Smith no ha funcionado”. Para Ruiz Portella, lo más llamativo es que “se les están regalando cifras mareantes a entidades financieras que dan beneficios en sus cuentas anuales”.

Probablemente porque el asunto de las subvenciones a los bancos haya influido en la opinión pública, pero lo cierto es que las críticas a esta presencia del capital financiero han venido de todos los ámbitos, no sólo desde los políticamente concienciados. En Estados Unidos, hubo una gran resistencia a estos planes de rescate lideradas por los republicanos, pero en la que también destacarondemócratas. La más relevante, la congresista Marcy Kaptur, (gran estrella de la película de Michael Moore) una mujer con casi tres décadas de experiencia en la Cámara de Representantes y que tildó a estos planes de “golpe de estado financiero”, un calificativo que comparten algunos de sus compañeros en la Cámara. La tesis de Kaptur es que asustaron a los ciudadanos (y a los propios congresistas) exagerando las dimensiones y la gravedad de la crisis hasta que las entidades bancarias lograron los recursos que pretendían para seguir ganando dinero.

Para los expertos consultados resulta evidente que en el contexto político contemporáneo, hecho de suspicacias y de escándalos de corrupción, este tipo de actuaciones habrá de generar consecuencias. Y la primera de ellas es la creciente desconfianza respecto del sistema en sí. Para Monedero, “hablar de democracia capitalista es una contradicción en los términos. La esencia de la democracia es el igualitarismo mientras que la del capitalismo es el enriquecimiento de los más aptos. Y son dos lógicas que sólo pueden acercarse ocasionalmente en lugares muy concretos y en momentos históricos muy concretos”. Según Portella, el descontento actual “tiene que ver con una crisis profunda que cuajará, si los efectos de la crisis son más duros de lo que han sido hasta ahora, en nuevas concepciones políticas que hasta ahora han estado en los márgenes”.

Para Antonio Arcones, presidente de la Fundación Burke, lo que esta crisis nos demuestra es que “las connivencias entre el ámbito político y el económico siempre son negativas, porque el poder legisla a favor de los grandes. Se critica al mercado porque se dice que es una forma de dar carta de libertad a los poderosos, pero lo cierto es que cuanto más intervencionista es el sistema político, más fácil es que regule a favor de las grandes empresas”. Por eso, las consecuencias negativas que trae la crisis están recayendo en quienes, por su aislamiento, carecen de fuerza para defender sus posiciones. “Nadie en el Estado interviene hoy a favor de las Pymes, del taxista o del tendero, porque no tienen capacidad para lograr que el sistema se ajuste en su favor. Los pequeños no hacen más que pagar impuestos mientras que los grandes logran que el Estado acuda en su rescate cuando las cosas les van mal. No hay más que fijarse en lo que están haciendo con el sector automovilístico”.

Así, Arcones niega que estemos ante un momento de crisis del capitalismo. “Es brutal que a un sistema como el nuestro, en el que la participación de las diferentes administraciones en el PIB es de más del 40% y donde la regulación lo abarca todo, se le pueda llamar capitalismo. Dicen que la crisis es consecuencia del liberalismo extremo cuando estamos en una economía intervenida”. En consecuencia, las transformaciones políticas que augura Arcones a partir de esta crisis deberían estar focalizadas en la defensa de los pequeños “de los autónomos, del profesional, del pequeño empresario”, y habrían de dirigirse hacia “la drástica reducción de tamaño de un Estado que cada vez trata de intervenir más en nuestras actividades y que pretenden cobrarnos más impuestos”.

1 comentario:

  1. A esto solo se le puede llamar de una manera, ciudadanos de primera clase y ciudadanos de segunda clase. Es muy claro a quien se ayuda siempre, Y, los demas seguimos construyendo piramides para los faraones, pagando impuestos siderales y llevando una calidad de vida que de tan ajetreada desmorona a cualquiera en pos de ser una democracia capitalista ?

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