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jueves, 8 de octubre de 2009

Ceguera voluntaria en el G-20

José Manuel Naredo, Attac

La última reunión del G-20 ha seguido soslayando la identificación y el tratamiento realista de los aspectos clave que originaron la presente crisis internacional. Se soslaya que, a diferencia de los mercados de bienes de consumo, los mercados de bienes patrimoniales (acciones, inmuebles, terrenos…) se desequilibran con facilidad. Por ejemplo, cuando hay buena cosecha de tomates el precio suele bajar para facilitar su venta, pero no ocurre lo mismo con los bienes patrimoniales, que se atesoran en vez de consumirse: cuanto más en alza están sus precios, más se tienden a comprar y a acumular para beneficiarse de su esperada revalorización. El libre mercado es aquí fuente de inestabilidad, desata espirales explosivas de revalorizaciones y compras financiadas a crédito que configuran las consabidas burbujas, en las que se compra porque se piensa que va a subir el precio de las acciones o de los pisos y sus precios suben porque hay compras masivas.



Por mucho que los analistas acostumbren a justificar las elevadas cotizaciones en función de inventos diversos, la irracionalidad de los mercados acaba aflorando con el derrumbe de precios al que abocan estos procesos. En este contexto la clave del negocio pasa por aprovechar las plusvalías generadas durante el auge, sin sufrir las pérdidas ocasionadas por el declive. De ahí que hagan falta especialistas en comprar y vender en el momento oportuno y que, a medida que avanza el alza de las cotizaciones, las compra-ventas se multipliquen y el período de tenencia de los títulos (o de los inmuebles) se reduzca en el denodado empeño de obtener plusvalías y escabullir riesgos. Esta espiral podría cortarse fácilmente con impuestos disuasorios sobre las plusvalías realizadas a corto plazo que desincentiven este tipo de operaciones especulativas, pero el G-20 no se atreve a poner coto a este negocio, sólo a regular en alguna medida la retribución de los empleados que se ocupan de realizarlo. En este y otros aspectos han aflorado desavenencias entre los principales países beneficiarios de las burbujas, encabezados por EEUU, y el resto; entre los que esperan que las aguas vuelvan a su cauce y los que proponen tímidos controles o buscan reforzar su presencia en las finanzas mundiales.

Otro aspecto clave soslayado por el G-20 es la sobredimensión de los activos financieros y del negocio especulativo a ellos vinculado, pues la inestabilidad económica crece con el tamaño de las burbujas y corregirla exigiría un programa de adelgazamiento y saneamiento financiero que sigue sin plantearse. Al revés de lo que debería ocurrir, la marcha de los mercados financieros e inmobiliarios sigue marcando el pulso económico general, por lo que se espera que el repunte de las bolsas y la “vuelta a la normalidad” del mercado inmobiliario estadounidense traigan la salida de la crisis. Se olvida que este repunte es fruto del desplazamiento hacia el erario público de las deudas privadas y de la aplicación masiva del cóctel explosivo de abundante liquidez barata y permisividad financiera que habían desencadenado la crisis actual. La ceguera persiste.

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