Páginas

martes, 16 de junio de 2009

La inflación es mala, pero la deflación es peor

Economist Intelligence Unit

¿Cómo protegerse tanto de las fuerzas deflacionistas de la peor recesión estadounidense desde la década de 1930 como de la vigorosa respuesta de la Reserva Federal (Fed) que de hecho ha reducido las tasas de interés a cero y amplió rápidamente su estado de cuenta? El 4 de mayo, Paul Krugman, ganador del Nobel de Economía, advirtió que había surgido una deflación estilo Japón, al tiempo que Alan Meltzer, eminente historiador de la Fed, anticipaba una repetición de la inflación de los años 70; los dos, en la misma página del New York Times.

Hay algo de cierto en ambos temores. Pero la inflación es distante y manejable, mientras la deflación es perniciosa y está al alcance de la mano.

Arrastrados por la deuda

El temor a la deflación no se fundamenta en la disminución anualizada de 0,4% de los precios al consumidor estadounidense a marzo. Aunque sea la primera disminución anual desde 1955, es resultado transitorio de la caída de los precios de la energía. Con excepción de alimentos y energía, la inflación principal es de 1.8%. En realidad lo que preocupa es la persistente disminución de precios que caracteriza a una verdadera deflación. El desempleo se acerca a 9%, y la producción económica se encuentra en un nivel muy por debajo del potencial de la economía que en cualquier momento desde 1982. Y es probable que la brecha se ensanche.

Los precios inmobiliarios no son parte del índice de inflación de EU, pero su disminución obliga a las familias a reducir sus deudas, lo que podría retrasar el crecimiento económico por años. A medida que los trabajadores compiten por escasos empleos y las empresas reducen sus precios para vender más que las otras, salarios y precios se verán sometidos a fuerte presión.

Hasta ahora, las expectativas inflacionarias permanecen estables, percepción que es por sí sola un baluarte contra la deflación. Pero el congelamiento de sueldos y las reducciones salariales podrían cambiar la manera en que piensan las personas. Durante una encuesta, más de una tercera parte de los interrogados afirmó que ellos o alguien de su familia habían sufrido una reducción salarial o de jornada laboral. El índice del costo del empleo se elevó de manera anualizada apenas 2,1% al primer trimestre, el incremento más bajo desde que comenzaron los registros, en 1982. En 2003, durante la última amenaza de deflación, los pagos totales crecieron casi 4%.

¿Importa esto? Si los precios disminuyen debido al avance de la productividad, como a finales del siglo XIX, es una señal de progreso, no un colapso económico. Hoy, sin embargo, la deflación se parece más a la variedad maligna de la década de 1930 que a la benigna del siglo XIX, debido a la debilidad de la demanda y a que hogares y empresas están cargados de deudas. En la deflación, el valor nominal de las deudas permanece fijo, pese a la caída de salarios nominales, precios y utilidades. En consecuencia, la carga de la deuda se eleva, lo que provoca que los deudores reduzcan sus gastos para pagar los intereses de sus adeudos o caer en mora. Esto socava el sistema financiero y profundiza la recesión.

De 1929 a 1933, los precios disminuyeron 27%. Esta vez los bancos centrales están atentos. En EU, Gran Bretaña, Japón y Suiza los bancos han llevado las tasas de interés a corto plazo a cero, o cerca de cero. Asimismo, han desarrollado ampliamente sus balances comprando deuda. Ha sido favorable, también que el mundo se haya liberado de la camisa de fuerza monetaria del patrón oro que llevó durante la década de 1930.

Sin embargo, es precisamente este celo antideflacionista lo que alarma a personas como Meltzer, a quien le preocupa que el precio de eliminar la deflación sea que la Fed no sea capaz o no esté dispuesta a dar marcha atrás a tiempo para impedir el resurgimiento de la inflación.

Parece razonable, pero la inflación es más fácil de corregir que la deflación. Un banco central puede elevar tasas de interés tanto como quiera suprimir la inflación, pero no puede reducir las tasas nominales por debajo de cero. La deflación confisca a un banco central su capacidad de estimular el gasto mediante tasas reales de interés negativas. En el peor de los casos, deudas y moras deprimen el crecimiento y envenenan a la economía al agudizar la deflación y presionar a la alza las tasas reales de interés. Los bancos centrales que han bajado las tasas a casi cero usan ahora herramientas cuantitativas poco convencionales, pero su eficacia no está probada. Puestos a decidir, equivocarse hacia el lado de la inflación sería menos catastrófico que hacerlo hacia el lado de la deflación.

Dicho esto, hay preocupación respecto a que cuando llegue el momento de elevar las tasas de interés, la Fed podría contenerse debido a presiones políticas o el temor de fracturar los mercados financieros. La Reserva Federal actuó con mucha lentitud para levantar las tasas de interés después de la amenaza de deflación en 2003. Sin embargo, esto se resuelve fortaleciendo a la Fed. Barack Obama debe nombrar personas con credibilidad e independientes para ocupar las dos vacantes en el Consejo de la Reserva Federal, y desechar la sugerencia de que los 12 presidentes del banco de reserva, que no son ratificados por el Congreso, pierdan su derecho a opinar sobre política monetaria. El Congreso debe permitir que la Fed emita su propia deuda, lo que le daría oportunidad de constreñir la política monetaria sin recurrir a ventas desordenadas de la deuda privada no líquida que ha tenido que asumir.

Afirmar la independencia política de la Fed y equiparla con mejores instrumentos ayudaría al banco central a combatir la inflación cuando llegue el momento. Y también reduciría el riesgo de que tome medidas restrictivas de manera prematura, sólo para demostrar su determinación.

Tomado de La Jornada. Traducción de texto: Jorge Anaya

No hay comentarios.:

Publicar un comentario