La desregulación de los mercados financieros y la creación de productos de alto riesgo amparados sólo en la ganancia especulativa tienen al mundo enfrentando su mayor crisis en 30 años. Si bien algunos países cuentan con sistemas de regulación interna, los mercados financieros son globales y ahí prima la ley del talión
La profundización de la crisis alimentaria, el elevado precio del petróleo y la recesión que golpea al país del norte forman una tríada de variables altamente inquietantes sobre el futuro cercano. Resulta improbable que el precio del petróleo baje de los 100 dólares el barril y es más real pensar que llegará a los 200, lo que tenderá a empobrecer a la economía mundial en el corto plazo. El tema era perfectamente palpable al cuantificar el incremento en la demanda de países emergentes como China e India. Que nadie haya sacado bien las cuentas demuestra el predominio de los intereses mezquinos .
En el grave privilegio a la globalización financiera, que es finalmente la que ha desatado el caos en los mercados, los organismos internacionales descuidaron la innovación y el desarrollo, como las energías alternativas. Las políticas públicas, subvaloradas por la fe ciega en el libre juego del mercado y su mano invisible, quedaron amarradas en la inercia del cortoplacismo sin generar acciones de resguardo y sin atender la realidad de un mundo en cambio constante.
Se han facilitado las fusiones, la ampliación de las transnacionales y los tratados de libre comercio a costa del empleo y de la extinción de las micro y pequeñas empresas productivas. Este desarrollo desigual ha restado flexibilidad y rapidez a la hora de innovar en soluciones pues las macroempresas son más rígidas para enfrentar los cambios.
La regulación de la globalización es la alternativa para superar el desastre. Y la innovación en nuevas ideas para generar un desarrollo sustentable en el tiempo, la clave estratégica para atenuar crisis como la que hoy tiene al mundo viviendo días de horror.
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